Se podrá decir que se es una nación excepcional en materia de “brindar estabilidad del resto del planeta”, pero ciertamente el papel aguanta todo lo que le pongan.
En asunto es que el proceso de destrucción de las armas químicas sirias bajo supervisión internacional marcha con todo éxito, según los especialistas que desarrollan esa difícil tarea, lo que subraya la seriedad y responsabilidad de la diplomacia rusa y de las tan denostadas autoridades de Damasco, comprometidas ambas en sacar de juego el pretexto que hace muy poco la Casa Blanca esgrimía como causa de una planeada acción militar directa contra el gobierno de Bashar El Assad.
Así, la misión conjunta de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas, con sede en Holanda, y de la Organización de las Naciones Unidas, dijo que la primera jornada de trabajo para poner fin a las armas químicas en Siria fue, sencillamente, "excelente”.
Los expertos deberán destruir una mil toneladas de artefactos tóxicos, y refirieron que ya pudieron eliminar un importante grupo, entre los que se cuentan proyectiles de artillería, bombas de aviación y depósitos de componentes.
La nota ha resultado tan optimista y reconfortante, que el propio secretario norteamericano de Estado, John Kerry, debió “dar crédito” público a las autoridades oficiales sirias y a sus pares rusos, aún cuando la sagacidad y habilidad de ambos arrebataron a quienes agreden a Siria un trascendente pivote mediático para seguir satanizando a Damasco y pretender justificar cualquier acto en su contra.
A seguidas, y para no dejar de enganchar una imagen conciliadora en semejante contexto, Kerry anunció apresuradamente que su gobierno y Moscú pretenden agilizar la celebración de una conferencia internacional de paz para Siria bajo los auspicios de la ONU, para lo cual ya han realizado conversaciones.
En pocas palabras, que al menos en esta historia, la “excepcionalidad” de Washington ha estado bien lejos de su titulado “positivo padrinazgo global”, mientras que el Kremlin y Damasco se han alzado con las palmas de forma rotunda.
Todo, además, sazonado por las nada felices noticias -para la derecha mundial- de las violentas pugnas internas entre los grupos armados que atacan a Siria, y de los logros militares del gobierno legítimo de esa nación mesoriental en áreas donde hasta hace poco mercenarios y terroristas hacían de las suyas.
Vale que se conozca además, que en reciente entrevista concedida a la prensa local, el presidente Bachar al Asad reiteró que su país aceptó la iniciativa rusa para poner fin a sus armas químicas bajo supervisión internacional con la intención de “evitar que Siria y toda la zona entraran en guerra.”
El mandatario subrayó que Damasco se hizo con armas químicas en la pasada década de los ochenta como una forma de enfrentar al desmedido avance militar del sionismo, que ha contado desde sus inicios con el seguro apoyo de los Estados Unidos y otras potencias occidentales.
No obstante las tensiones con Israel, que desde hace decenios mantiene ocupadas militarmente las alturas de Golán, en territorio sirio, Damasco dejó de producir armamento químico a mediados de los años noventa porque en aquel entonces consideró haber fortalecido lo suficiente su aparato defensivo como para neutralizar nuevas aventuras sionistas.
Luego, a partir del año dos mil, Siria se centró en la producción de armas convencionales, pero nunca más se trabajó en los artefactos químicos.
De hecho, en dos mil tres, Damasco intentó concretar una iniciativa ante el Consejo de Seguridad de la ONU para hacer del Oriente Medio una zona libre de armas químicas, pero la propuesta fue obstaculizada por los Estados Unidos, una de las naciones con cuyo concurso Israel se ha convertido en la quinta potencia nuclear del mundo, reacia por demás a admitir todo acuerdo internacional sobre la limitación y eliminación de semejantes medios de destrucción masiva.
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