A Saif al Islam, no pudieron hacerle juicio porque no existen pruebas para inculparlo. En buena lid tendrían que liberarle, pero ser hijo de Muamarel Gadafi, a quien asesinaron de forma incivilizada, con una importante porción de ayuda francesa y norteamericana, es —eso parece—motivo suficiente para que le dejen tras las rejas.
Tristemente, Libia es hoy un país donde nada se garantiza. Ni la existencia material que fue de altura, ni tampoco esas sacrosantas libertades que Estados Unidos y sus secuaces europeos y del Golfo, afirman que fueron a “defender” en ese país.
Un gobierno que no gobierna. Luchas intestinas increíbles. Descenso de la existencia pronunciadísimo.
Aseguran que será muy difícil recobrar los caracteres socio-económicos avanzados que existían, y que la unidad entre tribus e intereses internos pereció con los bombardeos. Hay males que una vez desatados tardan en sanar o jamás se curan. Esa instabilidad de tonos extraviados puede haber sido el propósito original, y ahora se intenta con Siria.
Si quieres destruir provoca divisiones y decadencia, dice el manual de los viejos imperios copiados por los actuales.
“Para los israelíes, un Egipto y una Siria debilitados, divididos y con economías afectadas con un retroceso de 50 años, dejan de representar una amenaza seria por mucho tiempo. Una intervención estadounidense y
franco-británica no es mal negocio (para Tel Aviv), a tal punto que tenemos que preguntarnos si estamos 'trabajando’ para ellos…”. Razonamientos del experimentado general francés Dominique Delawarde, en un texto donde refuta la autoría de ataques químicos por parte del gobierno sirio.
En medio de las tensiones provocadas por el si-pero-no de Washington, que lo mismo se compromete a negociar lo referente a las armas químicas con la administración de Al Asad que se dispone a un ataque, desde Teherán se ofrecen para mediar en el tema. Un soporte de Rohani a Putin no viene nada mal, aunque Israel descalifique de antemano al nuevo gobierno persa.
¿Qué pretende Benjamín Netanyaju cuando opta por la confrontación más ácida y cierra todas las ventanas al entendimiento, y qué se propone Barak Obama cuando se malquista con Latinoamérica negando el paso de un avión venezolano sobre Puerto Rico?
Es tan ridículo como prepotentelo uno y lo otro, cada cosa en su nivel y diferencias. Mezclar hostilidad con absurdo crudo es una pésima combinación que no facilita el entendimiento e impide el normal desarrollo de las relaciones en el mundo, dándole base a los peores excesos.
Ginebra o Bruselas, donde están enclavadas las sedes de diversos organismos mundiales, provocarían una delicada situación si negaran el acceso de aquellas delegaciones que representan a los países acogidos. Los convenios conocidos como Cielos Abiertos (entre tantos) no pueden convertirse en letra muerta por arte de birlibirloque.
Cerrar corredores aéreos, prohibir el tránsito de naves oficiales por ellos, es una ofensa grave y una decadente necedad que anuncia episodios desquiciados.
Cuando el presidente Barak Obama dijo que se involucraría en una acción de fuerza contra Siria, incluso al margen de Naciones Unidas, estaba violando con sus palabras, principios y compromisos del derecho internacional. El jefe de Estado ruso aclaró que, de hacerlo, se pasaría por encima del orden existente.
¿Orden? Si por eso se entiende el respeto hacia los demás, hace rato que los gobernantes estadounidenses no cumplen con el precepto, y el mal gesto hacia Venezuela se suma a malas prácticas anteriores de descortesía y provocación.
Aparte o parejo a ello, pero sin hablar de Granada, Panamá o de la desmembrada Yugoslavia, están las agresiones directas a Afganistán, Irak, Libia; cuando se coloca a Siria e Irán en el colimador.
Síntesis: conflictos antes y después. Agenda pendenciera para rato y algunos objetivos con alta posibilidad de convertirse, más fácil de lo que parece, en algo de proporciones descomunales.
Entre los analistas hay quienes consideran que Obama no quiere pero lo empujan y obedece. ¿Las grandes empresas armamentistas? Que en EE.UU. hay un gobierno corporativo, hace mucho tiempo no es noticia. Pero ¿hasta dónde puede un jefe de Estado aceptar que lo manipulen sin objetarlo, o renunciar a ser víctima de aquello en lo cual no cree? ¿Será que coincide con quienes mueven los hilos del poder, o les teme tanto como para no actuar en contra o con llana independencia?
Están ocurriendo hechos muy feos, inaceptables, y, al mismo tiempo, existe cierta exasperación ciudadana en sitios de muy diferentes culturas e historia. Se atizan estallidos en lugar de sortearlos, sin considerar que esta época no está para pastelillos con crema, y poner pólvora de postre, casi siempre indigesta.
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