Si la racionalidad fuese una cualidad aplicable a toda la humanidad, seguramente nuestra especie no hubiese llegado al término de almacenar en sus arsenales la destrucción, muchas veces multiplicada, de su propia existencia. Es más, con toda certeza ni siquiera hubiese conocido de guerras, destrucción y muerte.
Pero lamentablemente no todos somos iguales en aquello de discernir con cordura, de manera que despojar, someter, explotar y ambicionar poderes cada vez más amplios e inamovibles se convirtió en el terrible móvil que ha ocasionado batallas y genocidios colosales, el desarrollo de artilugios militares cada vez más destructivos, y mantiene viva en algunos la ambición de perpetuarse como único poder universal.
Y fue en aras de esa loca carrera que en 1945 Washington lanzó sobre las ciudades niponas de Hiroshima y Nagasaki las primeras bombas atómicas de la historia, verdaderos instrumentos para atemorizar y presionar al resto del orbe de manera de colocarlo en el redil imperial.
Y aquellos destructivos vientos no podían generar otra cosa que una respuesta similar de las posibles víctimas, e incentivar incluso a otros intereses egoístas en menor escala.
De ahí que el mundo comenzó a plagarse de explosivos atómicos cada vez más numerosos y potentes, de misiles portadores, ojivas múltiples, sistemas de guiado y detección, y hasta obuses y otras municiones radioactivas.
En fin, la humanidad cayó en la trampa de una carrera armamentística que ha hecho que hoy, por sobre un número aún limitado de tratados y acuerdos sobre el tema, pendan sobre nuestras cabezas veinte mil ojivas nucleares, cinco mil de ellas en perfecto estado operativo inmediato, al tiempo que entre los militaristas norteamericanos se aspire a propinar golpes atómicos rotundos sin el riesgo de respuesta “enemiga” a partir de diseminar por todo el orbe su pretendido sistema antimisiles.
En consecuencia, resulta indispensable que frente a semejante riesgo mortal de magnitudes definitivas para nuestra civilización, la conciencia y la racionalidad de mucha gente promueva con todas sus fuerzas la lucha por acabar con semejante fuente de destrucción absoluta.
Y justo eso fue lo que aconteció este jueves en el actual 68 período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, con la realización de un amplio intercambio de criterios al más alto nivel en torno al desarme nuclear, diálogo propuesto desde meses antes por el Movimiento de Países NO Alineados, NOAL, entre cuyos principales voceros se encuentra Cuba.
Así, para buena parte de los oradores de la jornada, el hombre sigue viviendo sobre ascuas, y la espada de Damocles de un conflicto nuclear definitivo y definitorio está hoy tan vigente como en los ácidos días de la Guerra Fría y de la división bipolar del mundo.
En consecuencia, se hace indispensable insistir en el fin de las políticas armamentistas que animan a los círculos reaccionarios del orbe, y que obligan al mundo a desembolsar cifras multimillonarias en artefactos de destrucción en medio de las sonadas crisis económica, medioambiental y social generadas también por el orden injusto que tales centros de poder imponen al resto de la humanidad.
Jefes de Estado y gobierno, junto a otros representantes oficiales de diferentes naciones y agrupaciones como la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, CELAC, denunciaron además el doble resero con la que administraciones imperiales asumen el tema de las armas nucleares y el uso del átomo.
De manera que, por ejemplo, mientras Washington y otras potencias occidentales proveyeron al sionismo la tecnología para producir bombas atómicas, de forma que Israel es hoy considerado el quinto poder nuclear global con sus más de doscientos artefactos de destrucción masiva, esos mismos intereses imperiales cercan, sancionan y amenazan a Irán por su legítimo interés de desarrollar el uso pacífico del átomo.
Precisamente, indicaba la delegación persa al diálogo sobre desarme, son los arsenales atómicos sionistas el obstáculo clave para el interés regional de hacer de Asia Central una zona libre de artefactos nucleares, meta que la CELAC también proclama para el Sur del hemisferio americano.
De manera que el intercambio logró colocar nuevamente sobre la mesa un asunto de vital trascendencia no pocas veces manipulado y torcido por los principales promotores del riesgo nuclear, a la vez que potenció la intención de los No Alineados de establecer un plazo hasta el 2025 para la ejecución de un plan de reducción gradual de los arsenales atómicos hasta su eliminación y prohibición, como garantía de supervivencia del planeta y de quienes lo habitamos.
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