La “obra” de los “luchadores por la libertad” que dieron fin al gobierno de Trípoli con la ayuda de Estados Unidos, sus restantes socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), la derecha árabe, el sionismo y el islamismo extremista, recién acaba de madurar sus primeros frutos.
Se trata de la secesión de la zona de Cirenaica a cuenta de una titulada Junta de Comunidades que integran las bandas armadas participantes en la pasada “rebelión”, jefes de grupos tribales locales y, con toda seguridad, representantes de grandes empresas monopolistas ligadas al negocio petrolero, entre otros interesados en copar los despojos de un país estratégico en el dominio de las rutas del Mediterráneo y con importantes reservas energéticas.
Así, según Abed Rabbo Hamid Barasi, nombrado primer ministro del nuevo gobierno autónomo, se da por hecha la instauración de una república federal autónoma que en lo adelante se designará con el nombre de Barqa, controlada por un consejo de veinticuatro titulares, pero donde las funciones de Defensa y Exteriores quedarán en manos del “ejecutivo central”, definición que algunos analistas identifican con una suerte de poder casi intocable y muy cercano a los gustos de los grupos extremistas islámicos altamente involucrados en las acciones que depusieron a las autoridades de Trípoli.
Según el propio Barasi, la “independencia” tiene como objetivo el control de la zona mayor proveedora de petróleo de Libia y establecer un control férreo en materia de “seguridad interna”.
Mientras, medios de prensa occidentales indican que “las tribus y las milicias han basado su decisión en la partición regional implantada en 1951 por el entonces rey Idriss, quien dividió el país en tres Estados: Cirenaica (Barqa), Tripolitania (oeste, donde se encuentra la capital, Trípoli) y Fezzan, en el centro-sur.
En Cirenaica también radica la ciudad de Benghazi, donde se dice comenzó la insurrección contra la administración de Muamar El Khadafi, y en la cual han ocurrido relevantes hechos de violencia luego de la pretendida victoria rebelde.
Así, recientemente fue baleado en su propia vivienda el director de Tráfico Aéreo de la urbe, el coronel Abdel al Towahni, con lo que suman quince los altos mandos militares centrales muertos en la ciudad en los últimos años a manos de grupos yihadistas, también autores del atentado que hace poco más de un año costó la vida a Christopher Stevens, entonces embajador norteamericano en Libia.
Y aunque el titulado Consejo Nacional de Transición, que hace las veces de gobierno nacional, ha decretado ilegal la decisión de los grupos armados que actúan en Cirenaica, todo parece indicar que la fragmentación en áreas particulares de influencia es una tendencia difícil de atajar en la Libia de hoy.
Desde hace meses, las contadas informaciones que llegan desde aquel país insisten en el caos sembrado por las bandas que depusieron a Khadafi, las cuales no solo conservan todos sus pertrechos, sino que además se niegan a integrarse en un ejército único bajo el mando de un gobierno nacional.
En pocas palabras, el violento injerencismo liderado por Occidente, las satrapías árabes, el sionismo y el islamismo extremista, no hizo otra cosa que impulsar las ambiciones de los señores de la guerra y de gavillas con aspiraciones totalmente sectoriales que atentan contra la unidad del Estado libio y, como lógico corolario, contra su propia existencia.
Como bien concluía un experto hace apenas unos meses al abordar la realidad político militar de la Libia post Khadafi, “unas sesenta milicias son los verdaderos centros del poder. Incapaz de eliminarlas, el Consejo de Transición Nacional utiliza algunas como fuerzas auxiliares en casos de emergencia, mientras otras se están registrando entre los diversos partidos políticos o intentan hacerse de un espacio geográfico donde imponer su propia voluntad, en una tendencia sumamente peligrosa.”
En consecuencia, una verdadera anarquía sangrienta caracteriza el devenir libio, que ahora se agrava y adquiere el rictus de verdadera “muerte nacional” con el forzado desprendimiento de Cirenaica, que amputa la frontera Este del país, le cercena buena parte del Golfo de Sirte, le arrebata el importante puerto de Benghaszi, y le conculca los volúmenes más trascendentes de sus riquezas petroleras.
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