En efecto. Aun cuando Washington proclame su “excepcionalidad” a escala mundial, y precisamente por el talante con el que lo hace, el recién inaugurado 68 período de sesiones de la Asamblea General de la ONU ha mostrado claramente la nueva realidad política que transita la humanidad.
Un momento donde la cada vez menos forzuda primera potencia capitalista insiste a toda costa y a todo costo en cumplir su truncado sueño de erigirse como único gendarme internacional, mientras un cada vez más activo conglomerado de naciones apellidadas “emergentes” impulsa con buenos vientos la instauración de un orden mundial multilateral.
En consecuencia-y valga la disgregación-nadie se extrañe si en pocos años los círculos más reaccionarios dentro de los Estados Unidos reniegan nuevamente de la ONU y llegan a calificarla de “anti norteamericana”, a la usanza de los promotores del cavernario Plan de Santa Fé que rigió la actuación oficial Made in USA a lo largo de gran parte de las décadas del ochenta y el noventa del pasado siglo.
Pero volviendo a los salones de la ONU horas atrás, lo cierto es que no hubo muchas palabras dulces a los oídos de los representantes de la Casa Blanca, y el propio presidente Barack Obama, si bien insistió en que “la presencia global de su país garantiza la estabilidad de todos” - como la del policía debería asegurar la tranquilidad del barrio- no pudo sustraerse de afirmar, por ejemplo, que la guerra no es por ahora la solución para el caso de Siria, y que en el tema de Irán vale la pena apostar por dejar actuar a la diplomacia.
Detrás, desde luego, está el sonado fracaso de su reciente amenaza de una agresión militar directa de los Estados Unidos contra Damasco a cuenta de la activa diplomacia rusa y del espíritu constructivo sirio, junto al desgaste de su imagen como el presidente que llegó a la Oficina Oval -según sus propias palabras- “a acabar con las guerras y no a iniciarlas.”
Eso, sin contar un visible rechazo de la mayoría de las naciones del orbe a admitir y reconocer a Washington como el “gran poder” facultado para decirle a otros lo que deben hacer o no en su propia casa, o para cambiar el curso de la humanidad con un simple timonzazo.
De hecho, no menos de treinta oradores pasaron por la principal tribuna global este martes, y en la gran mayoría de las intervenciones no hubo ni reconocimiento ni respaldo a buena parte de las posiciones imperiales.
Más allá de tendencias y preferencias políticas, los jefes de Estado y gobierno que usaron de su derecho a la palabra, exhortaron a instaurar un orden económico justo y equitativo, solicitaron el desarme nuclear mundial, se pronunciaron a favor de una solución negociada el caso sirio, contra el uso de sanciones económicas unilaterales con el fin de subvertir a otras naciones, por la democratización de los mecanismos de la ONU, incluido su exclusivista Consejo de Seguridad, y por el fin del doble rasero en temas tan sensibles como los derechos humanos y el respeto a las leyes internacionales.
Y justo en ese contexto, se escuchó la sólida denuncia de Brasil, a través de su presidenta Dilma Rousseff, en torno al espionaje norteamericano contra personas e instituciones de ese nación sudamericana, un acto que bajo el pretexto de la “lucha contra el terrorismo”, fue calificado rotundamente por la jefa de Estado como una insultante falta de respeto, con más razón cuando ha sido llevada a cabo por una “nación que se dice amiga”.
“Brasil fue blanco de intrusión y espionaje, y se interceptaron indiscriminadamente datos personales de ciudadanos, empresas e instituciones de alto valor económico y estratégico, en lo que constituye una afrenta a las relaciones internacionales”, insistió la mandataria, quien recordó su pasado como combatiente contra las dictaduras militares brasileñas, precisamente por su oposición al “autoritarismo y a las actuaciones arbitrarias.”
Espionaje oficial norteamericano -dicho sea de paso- que ha afectado a otros muchos países, incluidos sus propios e incondicionales socios de Occidente.
De manera que si resulta cierto aquello de que lo que bien comienza bien debe terminar, vale esperar que este 68 período de sesiones de la ONU amplíe el desmarque de una buena parte de los gobiernos del mundo con respecto a la agenda exclusivista y egoísta de quienes confirmar todos los días que “los círculos norteamericanos de poder no tienen amigos, solo intereses”.
Antonio Henriquez desde FB
25/9/13 11:45
Aqui radica el problema en el mundo, mientras persista esta vision de "policia mundial" lo nos espera son mas guerras y mas sufrimiento, los gringos no quieren cambiar pues sus intereses egoistas se imponen...!
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