Se afirma que cerca de cuarenta nuevos inmigrantes africanos perecieron el pasado sábado cuando una embarcación con 250 personas naufragó en las cercanías de Malta, y a unas ochenta millas al sudeste de isla italiana de Lampedusa, donde a inicios de mes otra nave similar se fue a pique con un saldo de casi tres centenares y medio de muertos.
De manera que sigue vigente la “vergüenza” que constituye la pérdida de vidas humanas en las aguas del Mediterráneo, para utilizar el exacto calificativo con el cual el Papa Francisco calificara la primera de las tragedias.
La repuesta oficial italiana no se ha hecho esperar ante el vendaval mediático que han generado ambos casos, y el primer ministro Enrico Letta anunció presuroso que enviará refuerzos militares a patrullar el área por donde suelen transitar las barcas con inmigrantes ilegales procedentes de suelo africano, de manera –enfatizó- de conjurar el hecho de que ese trozo de mar se haya convertido en una virtual “zona de muerte”.
Y visto todo así, con esa simpleza, parecería que las autoridades italianas, del resto de Europa, y de otras naciones desarrolladas, enfrentan un tema sobre el cual no tienen la más mínima responsabilidad. Al fin y al cabo, afirman algunos, emigrar es a estas alturas una costumbre humana tan generalizada como el hábito de fumar.
En consecuencia, podría hasta no sonar tan chocante la frase del premier italiano cuando criticó a aquellos traficantes de personas que se aprovechan de quienes- precisó- “se suicidan en los barcos”.
Pero como casi todo en la vida, en asunto tiene trastienda, y la conversión del Mediterráneo en una suerte de cementerio para miles de africanos empobrecidos y desesperados no es una maldición llegada del más allá.
Si África proporciona hoy un elevadísimo número de personas que intentan llegar a patios menos aplastados y envilecidos, es porque, a través de siglos, aquellos que hoy militarizan los “pasos” de los inmigrantes hicieron de aquella tierra originaria un verdadero infierno.
De suelo africano, desde muy tempranas épocas, traficantes europeos y estadounidenses comerciaban seres humanos para nutrir esencialmente el sistema esclavista de las plantaciones americanas.
Mientras, los ejércitos de las grandes metrópolis del Viejo Continente “descubrían” poblados salvajes, accidentes geográficos, riquezas naturales, y en consonancia con su ética de “seres superiores”, ocuparon y cortaron en pedazos el Continente sin tener en cuenta las tradiciones, la afinidad tribal, la lengua y la cultura de cada conglomerado de presuntos sub humanos.
No sería diferente la realidad africana cuando el colonialismo cerró sus puertas. Con los “imperios” modernos, ha proseguido el saqueo de recursos, el atizar conflictos internos a cuenta de intereses extranjeros en pugna, o la simple y llana intervención armada para imponer en el área autoridades locales afines y sacar de juego a “díscolos malandrines”.
Incluso los Estados Unidos han instituido en nuestros días un comando militar especial para la región de manera de amoldar a sus intereses a todo y a todos los que puedan ser amoldables, y contar con un destacamento bélico listo para hacer valer sus caprichos en un emporio donde abundan recursos hídricos, minerales estratégicos y exóticos, una diversidad biológica envidiable, y una notable potencialidad energética.
Mientras, la gente común, aquellos que en medio de una ancestral pobreza impuesta han visto cercenadas sus familias y sus vidas por los esclavistas, las invasiones coloniales extranjeras, las guerras alentadas por las grandes corporaciones y las metrópolis, y las actuales acciones militares de los que aspiran a señores del universo, son los que también aportan los muertos que llenan los kilómetros de mar que les separan de las costas europeas.
Pero si el gobierno italiano piensa que con colmar de buques artillados el Mediterráneo frenará a quienes buscan al menos un ilusorio respiro, bien vale que entienda que su decisión es apenas un mal paliativo, como lo ha sido, por ejemplo, la divisoria de metal y alambres construida entre los Estados Unidos y México, el reforzamiento a límites extremos de la vigilancia electrónica en la zona, y hasta el uso de los famosos “drones” para cazar a los llegados desde el sur.
Y es que el mal es de fondo. Proviene de un abismo demasiado profundo cavado desde siglos atrás, y que solo encontrará soluciones adecuadas a partir de la instauración de la justicia, de los derechos humanos y del respeto a la integridad africana y a sus prerrogativas de desarrollo real en todos los sentidos, libre de toda perniciosa injerencia externa.
Mientras tanto, las fronteras de los subdesarrollantes seguirán siendo una línea de fuego bajo el forzoso asedio de los subdesarrollados.
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