De socios y “socios”

Así de simple... y ciertamente al gobierno de Donald Trump poco le importan las apariencias a la hora de mostrar a sus “aliados” que nada tienen que demandar al Gran Jefe, y sí mucho que ofrecerle y obedecerle, incluso por encima de sus propios intereses nacionales.

De manera que en esta coalición donde uno ordena y los demás deben cumplir sin chistar, es lógico que aparezcan grupos disímiles.

Los hay que se sienten felices de que el dueño los vapulee, los disminuya y llegue incluso a ponerlos en la primera línea de un posible conflicto global, en tanto naciones destinadas a recibir el primer golpe nuclear a cuenta de  aspiraciones ajenas, de manera que bien lejos, y bien atrás, el rey tenga presumiblemente más oportunidades de subsistir.

Otros saben lo que tienen encima, pero lo adoptan a regañadientes porque les falta el coraje para asumir variantes de independencia y personería propias, sin olvidar a los que asienten pero buscan desesperadamente segundos planos para intentar pasar lo más inadvertidos posible frente a las demandas del poderoso señor.

No obstante existen otros, los menos desafortunadamente, que con un sentido más digno y menos alocados ellos por agradar al socio mayor, hacen fuerza por lograr políticas y caminos más independientes y apegados a sus aspiraciones propias.

Se sabe de quien hablamos con este bosquejo. Esencialmente de una Europa que a estas horas no solo ha recibido casi en silencio y con la cabeza gacha el desbordado regaño de Trump para que gaste más en armas y sea “más activa” en la concreción del hegemonismo universal Made in USA, sino que con el fin del tratado sobre misiles de corto y medio alcance, INF, a cuenta de la unilateralidad de Washington, retornará seguramente a su posición de “muro de contención coheteril” pro norteamericano, esta vez contra Rusia, la cual, lógicamente, y en el más válido ejercicio de su defensa, colocará otra vez en su mira nuclear al oeste del Viejo Continente como carnero a las puertas del matadero para que “los Estados Unidos sigan siendo primeros”, tal como desea su actual presidente.

Lástima que muchos políticos europeos de hoy ni siquiera repasen su historia reciente, y saquen a flote los intentos de algunos de sus dirigentes de los tiempos de la Guerra Fría empeñados entonces en evitar que sus naciones fuesen rehenes de los intereses ajenos, y en recolocarlas como  un haz independiente en la política global, a tono con su devenir y sus tradiciones.

Por lo pronto, disensiones se dan, y es el caso de Turquía, la tierra de origen del otrora Imperio Otomano, uno de los más poderosos en la historia del orbe, cuyas autoridades parecen inclinadas a medir con otra vara más objetiva la alianza con un engreído que no valora ni el beneficio ni el respeto mutuos.

Sin dudas el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no ha pasado por alto, por ejemplo, que Washington alberga en su territorio a los que Ankara considera instigadores del más reciente intento de golpe de Estado contra el legítimo gobierno nacional.

Tampoco asumió cómodamente la alianza militar norteamericana con grupos kurdos asentados en Siria, los cuales la Casa Blanca dice haber utilizado en la lucha contra uno de sus díscolos hijastros, el terrorista Estado Islámico, y que en medio de la búsqueda de un arreglo político interno tras la anunciada retirada de las tropas gringas ilegalmente  asentadas en suelo sirio, han expresado públicamente su intención de lograr un espacio autonómico, incluso con Constitución propia, frente a las históricas unidad e integridad nacionales que han defendido Damasco y sus aliados en el combate a la agresión externa.

Turquía, además, y con la inobjetable lógica de priorizar sus propios  intereses nacionales y regionales, ha desarrollado importantes vínculos con Rusia, un interlocutor que ha mostrado una sincera buena voluntad en los intercambios bilaterales, y un absoluto respeto por el principios de equidad  y beneficio mutuo en cada compromiso con Ankara.

Esa colaboración ha logrado hacer avanzar la paz en Siria, y en el plano recíproco enfrenta tareas tan trascendentes como la construcción del gasoducto Turkish Stream, que permitirá el bombeo de gas ruso a los consumidores turcos y a clientes de Europa Occidental, y ayudará a Moscú a resolver las dificultades que para sus  ventas supone el paso de energéticos por las líneas de suministro ubicadas hoy en territorio de Ucrania.

Además, Rusia se responsabilizó con la construcción de la primera central electronuclear turca, que deberá poner en marcha su primer bloque en 2023, cuando se cumplirán cien años de la creación de la República de Turquía.

Otro acuerdo reciente ha sido el suministro a Ankara de baterías de misiles anti aéreos rusos S-400 con despliegue total este junio, y que pone en jaque la proyectada venta norteamericana a Ankara de su sistema coheteril Patriot.

Frente a las acaloradas quejas gringas por esta transacción militar, el propio Erdogán  ha dicho que “hicimos un trato con Rusia sobre los S-400, por lo tanto, descartamos dar un paso atrás. Se trata de un caso cerrado.”

Por su parte Ibrahim Kalin, portavoz del presidente turco, explicó que su país se basó en tres criterios para esa adquisición: "el precio, la transferencia de tecnología y el plazo de entrega''. En pocas palabras, una oferta ventajosa que quien compra tiene el derecho de escoger libremente.