No se sabe si lo dijo por arrimar brasas a sus propias “sardinas” políticas, a las del Partido Demócrata, o sencillamente porque se trata de exponer una conclusión muy personal emanada del reciente y costoso episodio financiero entre el ejecutivo y el legislativo estadounidenses.
Lo cierto es que Barack Obama, que incluso vio languidecer el publicitado huerto de su esposa en la Casa Blanca por falta de fondos para pagar al jardinero, no ha dudado en afirmar que “los estadounidenses están completamente hastiados de Washington", en referencia al descontento social por los miles de obstáculos que las reyertas políticas entre los dos partidos tradicionales imponen a la maquinaria de gobierno nacional.
El presidente se refería en concreto a las dos semanas en que la Casa Blanca quedó sin dinero para trabajar, porque los republicanos, esencialmente del ala más conservadora, se negaron a aprobar nuevos montos para el funcionamiento de las entidades oficiales y a elevar el techo de la deuda pública.
Una riña que colocó a casi un millón de empleados gubernamentales en sus casas sin salario alguno paralizó una larga y variopinta lista de entidades, y costó al fisco unos cuatro mil millones de dólares en pérdidas, con la incógnita de que la solución bipartidista acordada apenas se alarga hasta febrero próximo, por lo que las armas todavía están cargadas.
Pero amén de estos daños, el apuntado por el presidente, más allá de sus intenciones, resulta clave.
Lo cierto es que, por encima de credos políticos, toda administración hundida en la ineficacia, errática, perdida en los ofrecimientos incumplidos, asida de discursos y proyectos que nunca se concretan, y ajena a una representatividad legítima de la sociedad que dice encabezar, solo genera abulia, retraimiento, desencanto y desmovilización, cuando no decididas reacciones de rechazo y de cambio.
Y lo acontecido este octubre en los Estados Unidos se suma como otro ejemplo a ese punto de vista, con más razón cuando se conoce de las fuertes bajas de aceptación pública que por esa causa cargan ahora mismo el Congreso, el gobierno, y los dos partidos políticos que comparten el poder en la primera potencia capitalista.
Criterio que se fortalece con los pronunciamientos de estudiosos de la problemática económica norteamericana en torno al daño que causa en ese terreno semejante nivel de enfrentamiento político interno.
"Cada vez soy más de la opinión de que el motivo por el cual nuestra economía no puede aumentar su marcha es debido a la incertidumbre creada por Washington", afirmó en ese sentido Mark Zandi, economista jefe de Moody's Analytics.
Por su parte, Greg Valliere, analista de Potomac Research Group, concluyó que la sucesión de disputas entre los aparatos legislativo y ejecutivo “tiene un impacto corrosivo en la economía. ¿Si tú tienes un negocio, cómo haces planes en este ambiente?", insistió.
Mientras, en un estudio sacado a la luz apenas concluido temporalmente, el diferendo entre el Congreso y la Oficina Oval, la entidad Macroeconomic Advisers, precisó que, de no haber ocurrido tamaño desacuerdo, el país hubiese podido dar trabajo a más de 1,2 millones de estadounidenses.
Solo con haber mantenido los gastos discrecionales en los niveles que existían en el 2010 se hubiese impedido que esa cifra de personas se mantuviese en la lista de desocupados, precisó la firma.
Paralelamente, la Moody's Analytics volvió a la carga, y al fijar sus propios cálculos estimó que la forzosa austeridad fiscal de Washington ha costado 2,3 millones de puestos de trabajo. Sin esas medidas, dijo la fuente, la tasa de desempleo nacional sería ahora de un 6,3 por ciento, en vez del actual 7,7 por ciento.
Y lo inquietante es que, pese a todo lo sucedido y dicho, nadie puede vaticinar si para el cercano febrero, cuando llegue a su fin al acuerdo transitorio vigente entre el Congreso y la Casa Blanca, las aguas seguirán un cauce pacífico u optarán por convertirse en un renovado mar proceloso.
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