Hace unos días recordé aquella sentencia que asegura que hay hombres que hasta después de muertos parecen temerles. Podría parecer algo de ciencia ficción, de novelas o historias reales contadas por libros de antaño, como los que a veces leemos en las escuelas y reflejan la vida de algunos hombres —héroes de su tiempo— como si se tratara solo de seres de otro mundo, traídos a las páginas cual leyendas estampadas, como verdades de superficie.
Pero la realidad es que han existido hombres que a su paso por la vida han dejado una huella tan profunda que parecen tejer aún la trama de la historia y marcar caminos precisos en la construcción del presente y el futuro.
No tengo dudas de que uno de esos hombres es Simón Bolívar, y lo digo en presente, con toda intención de sentirlo cerca. Eso sí, a lo que temen es más bien a su ejemplo, al impacto de sus ideas y lo que dejan para el futuro como ejemplo y guía de muchos.
Por estos días, varios han sido los intentos de desacreditar su figura, desdeñar su obra, ignorarla o minimizarla, por parte de algunos productores privados o dueños de empresas cinematográficas en Venezuela, quienes se han negado a proyectar el reciente filme del director Luis Alberto Lamata: Bolívar, el hombre de las dificultades.
El propio presidente Nicolás Maduro ha expresado públicamente que “censurar es un delito en el país”, refiriéndose a los responsables como bandidos que desprecian la cultura y, además, no les importa vender y sacar películas que promuevan la prostitución y la violencia.
El mandatario venezolano dijo que esta es una extraordinaria película y por eso la burguesía quiere perseguirla. “Hay una organización llamada Cines Unidos que la está persiguiendo ahora. ¡Bolívar perseguido por la burguesía, pero no podrán con Bolívar! (...) Muy mal le va a ir a esa gente que censura a Bolívar, muy mal, oigan bien, muy mal le va a ir a esa gente”, reiteró.
Aunque inicialmente se anunciaron 40 salas, solo la mitad de ellas permitió la proyección de la recién estrenada película, que ha generado una fuerte polémica en el país y en toda Latinoamérica, pues ni siquiera en las reconocidas salas de cine del centro comercial Sambil Caracas, uno de los espacios que registran mayor afluencia de espectadores en el país, se ha dispuesto su salida al aire.
Algunos, incluso, han tratado de justificar estos hechos —injustificados por sí mismos— con problemas técnicos en dichas salas, en las que, “supuestamente”, han existido faltas de iluminación y audio, aires acondicionados dañados y cintas quemadas; hechos que, según Nicolás Maduro, son recurrentes cuando se trata de películas venezolanas. “Yo no recuerdo ninguna película de Hollywood en la que haya estado como espectador y se haya parado el proyector”, aseveró el presidente.
El gobierno bolivariano ordenó la realización de varias acciones legales por parte del Ministerio de Interior, Justicia y Paz, quien deberá comunicarse con los órganos relacionados al tema para abrir una investigación minuciosa.
Por su parte, el director Luis Alberto Lamata, hizo un llamado a los espectadores venezolanos y amigos de todas partes para que denuncien por todas las vías posibles este tipo de situaciones, sea por las redes sociales, páginas web especializadas en cine y otras; pues se abrió un procedimiento administrativo contra Cines Unidos.
Pero, ¿estos hechos son aislados? ¿Es la primera vez que se atenta contra la figura del líder de la independencia latinoamericana y venezolana? ¿O acaso es otra acción más para desmoralizar al hombre de carne y hueso —con virtudes, defectos— que traspasó los más disímiles obstáculos en la lucha por el más justo de los ideales de liberación?
Veamos algunos hechos recientes. El candidato opositor y fascista de la derecha venezolana Henrique Capriles Randonski, al presentarse en el último proceso electoral, denominó a su comando de campaña con el nombre del Libertador, con el que pretendió hacer frente al comando de campaña de Nicolás Maduro, que enarbolaba la imagen y guía del recientemente fallecido líder Hugo Chávez. ¡Qué ironía!
Parece que a algunos también se les ha olvidado —demasiado pronto, diría yo— que cuando el golpe de Estado de 2002, el tristemente célebre Pedro Carmona, sucesor golpista, dijo que entre sus primeras medidas estaría eliminar el adjetivo de “bolivariana” del nombre oficial del país.
Una y otra vez se repiten los hechos, aunque en contextos y formas diferentes. Definitivamente, hay hombres que hasta después de muertos, les temen. Y Bolívar es, sin dudas, uno de ellos.
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