Silvio Rodríguez es la crónica viva de cualquier momento en la historia más reciente de Cuba. Sus canciones, el blog que utiliza, se han transformado en una especie de oráculo en el cual beben quienes están interesados por la opinión firme, honesta, comprometida solo con la verdad de la gente sencilla. A veces, cuando Cuba lo requiere, el trovador levanta su voz y es oído por amigos y enemigos, sin que por ello se entregue a uno ni otro bando en los debates.
Hace ya tiempo que Silvio es una especie de figura de culto en el país y en el resto del mundo. Se le considera un testimonio viviente de los años más duros de la historia y por tanto se le da el peso que conlleva en cuanto a hacedor de pensamientos.
El artista no posee solo arraigo en la gente, sino que ha alcanzado los espacios más grandes y los públicos más exigentes, se ha basado en la música clásica, en los Beatles, en el rock and roll, en el country, en la canción cubana tradicional. Es una especie de reencarnado de toda la inmensidad de la cultura que nos define como seres humanos. Pero ello no le hace mella a la hora de hablar directo, de ser ríspido, incluso como decimos los cubanos, de caer hasta pesado. Pero en el buen sentido. Silvio nunca maltrata a sus fans, sino que se ha imbricado con ellos y tanto uno como otros saben qué esperar de las artes del maestro.
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Siempre hay que decir que los creadores están movidos por un ente que los lleva a escribir, componer, actuar, en función de aquello que está más oculto en el alma humana. Y Silvio ha sabido entroncar su núcleo con el de millones y llegó a ser el portavoz de los procesos complejos del siglo XX, para bien o para mal, con más o menos acierto, pero con trascendencia.
Silvio no es ese sujeto oficialista que a veces se quiere retratar como una caricatura, sino el inconforme que no se ha rendido ante la idea de una manera de pensar simplista, sin matices, sin complejidad. Él como intelectual quiere ver las cosas en su conjunto y no solo como lo quisiera la corrección más conveniente. Ese es el sentido de sus canciones en las cuales hay no solo juicios sobre la historia de Cuba y su cotidianidad, sino acerca de los anhelos de él mismo para su gente, sus entornos, sus sueños más hondos.
Silvio es un hombre de lo más interno de Cuba que logró integrar uno de los grupos de jóvenes artistas más brillantes de la cultura de la nación y de allí salieron no solo las canciones y los discos, sino las contradicciones, el compañerismo y hasta la enemistad que lo acompañó el resto de su vida.
Cuando ya está cumpliendo una edad que puede catalogarse de avanzada, lo que nos queda de Silvio no solo es su maestría y sentido del arte, sino la visión comprometida consigo mismo, que no es otra cosa que ser consecuente. Y es allí cuando el artista puede llamarse realmente un ente de vanguardia, cuya esencia es el rompimiento de cánones y de prejuicios.
De esa forma Silvio no nos abandona ni como pueblo ni como público y hace de su estancia en la nación una permanente lucha no solo por la belleza, sino a favor del sentido. Se puede decir que, a la luz de los años, su labor es como la de aquellos músicos nacionalistas del pasado que iban en sus conciertos siempre con un pedacito de Cuba.
Ha llovido mucho desde sus conciertos en las prisiones, esos que marcaron a generaciones enteras y que dieron fe de su compromiso con la vida, con el civismo, con la reformulación de los valores y su permanencia entre nosotros.
Sin dudas, aquellas expediciones por los barrios y por las cárceles eran la forma mediante la cual las artes salían de su envoltorio y retornaban a la esencia. Y es que al pueblo se sube, no se baja nunca, a su sabiduría se llega mediante el sacrificio de los egos que poseemos. Silvio no puede irse del lado de Cuba, porque son como familia y ese era el mensaje de aquella gira por las prisiones, la reivindicación de la realidad tal y como ha acontecido, sin cortapisas, sin máscaras, incluso con sus imperfecciones, sus ecos tremendos, sus variables llenas de dolor.
Además de la escritura de letras memorables, Silvio nos ha legado el sentimiento por un país que está por nacer y que es el de los sueños de los grandes hombres.No hay cultura sin esencia de nación y ese es el signo de su obra. Por ello, las prisiones eran solo el destello en la oscuridad hacia un camino luminoso en el que cabemos todos y en el cual existe la reivindicación. Ese es el motivo de decencia de una idealidad que nos comparte desde su podio, cuando levanta la guitarra. He ahí esa estirpe de caballero que nos lo hace tan querido e irrenunciable.
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