Desde 2009 resuenan en el mundo de la tecnología términos informáticos sobre los cuales se ha construido fantasmas del tipo «compra criptomonedas que te vas a forrar de dinero»; tales especulaciones se acompañan de una jerga puntual con palabras como "hash", "prueba de trabajo" y, la más famosa, "Blockchain". Petabyte te trae una forma de orientarte en ese mar si decides invertir o si solo buscas aclararte las ideas al respecto.
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Al preguntarle a Google, el primer resultado que arroja, sacado del diccionario de Oxford, es «un sistema en el que se mantiene un registro de transacciones, especialmente aquellas realizadas en una criptomoneda, a través de computadoras vinculadas en una red de igual a igual».
Luis Enrique Dalmau, profesor adiestrado de la Facultad de Matemática y Computación de la Universidad de La Habana, aclara que si bien la tecnología Blockchain se hizo famosa por su uso en criptomonedas, no pertenece exclusivamente a este campo. «Se trata de una forma de almacenamiento pública, segura y anónima», resume el cibernético.
La cadena de bloques, para usar su nombre en español, no es más que el historial de determinada información. Es un registro —de transacciones, en el caso de las criptomonedas— que comparten todos los nodos de una red.
MINAR PARA GANAR
Si tu interés es convertirte en el próximo criptomillonario, seguro sabrás que es necesario minar los activos. Pero, ¿qué significa eso?
En el caso de Bitcoin, que fue la primera aplicación real de esta tecnología existente desde 1991, la información que contiene cada bloque es la lista de todas las transacciones realizadas con la moneda en un determinado intervalo de tiempo. Una de ellas está asignada al usuario que se encuentra armando el bloque. Esta es su recompensa por lograr añadirlo a la cadena, por minar dicho bloque.
El factor determinante en la adición de un nuevo elemento a la cadena es la rapidez; y aquí es donde aparece la tal seguridad que tanto se le atribuye a la tecnología Blockchain.
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EL CINCUENTA POR CIENTO MÁS UNO
Un algoritmo de hash seguro es, en palabras del adiestrado Dalmau, «una función capaz de convertir un archivo en una larga secuencia de números: el hash». Se trata de un mecanismo de criptografía. La peculiaridad que hace tan práctico a este método es que al modificar la entrada (el archivo a encriptar), así sea en lo más mínimo, se obtiene un número completamente distinto.
El usuario que primero obtenga para su bloque el hash con una determinada cantidad de ceros al inicio es a quien le es concedido enlazar el próximo eslabón y recibir la bonificación. Para ello, solo debe gastar poder de cómputo en resolver el ya mencionado puzzle criptográfico. De ahí que existan granjas de minado de criptodivisas, con cientos de procesadores puestos en la cuestión.
Cuando alguien malintencionado trata de modificar la información de uno de los bloques, el hash cambia de manera radical, lo cual le conviene poco al atacante puesto que acto seguido se desarticula toda la sección de la cadena que sucede al punto atacado.
¿Por qué? Porque la última pieza de información que contiene cada bloque es precisamente el hash de su antecesor, hash que le indica que solo se puede acoplar con el bloque marcado con esa precisa sucesión de números.
Un hacker que pretendiera llevar a cabo un asalto exitoso tendría, obligatoriamente, que modificar el cincuenta por ciento de los bloques de la cadena más uno, porque además cada eslabón se une, por programación, a la cadena más larga.
Aunque la primera y más famosa aplicación fue para las criptomonedas, la tecnología Blockchain tiene tantos usos como como bases de datos se requieran. Con suerte el presente texto habrá arrojado algo de luz sobre el tema para todos aquellos que veían una monumental cortina gris en ese amasijo de términos tecnológicos.
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