Los debates en la Asamblea Nacional han dejado un mundo de interrogantes en la población cubana. ¿Estamos en condiciones de rectificar errores y de hacer frente a las dificultades que se nos presentan en la arena nacional e internacional? Para Cuba es trascendente su soberanía, pues de ello depende todo el proyecto que la define, pero más aún asumir críticamente lo que se haga en materia de construcción de la vida económica. Han primado en las afirmaciones de los ministros una conciencia autocrítica que, no obstante, no es del todo lo que se requiere para sacar al país de la inflación y de la inmovilidad en el crecimiento que hoy se nos presenta. Para el país sigue siendo perentorio que se asuma la alimentación como de seguridad nacional y no darle de largo a los asuntos estructurales que dañan la esencia. Por ejemplo, los debates en torno a los apoyos financieros a la agricultura y su impacto en los precios no solo fueron necesarios, sino que apuntaron a un conocimiento de los núcleos que hoy están detrás de la presente crisis.
Pero sigue siendo insuficiente. El país carece de divisas no solo para hacerle frente a sus compromisos internacionales, sino para comprar la canasta básica y sostener los proyectos que definen la esencia del sistema. Las medidas de asfixia económica promovodas por el gobierno de los Estdos Unidos han dado cuenta de las reservas y hoy el mercado interno es una serpiente que se muerde la cola. Suben los precios y baja el valor del dinero y por ende siguen los valores especulativos y el desabastecimiento. El éxodo de una gran parte de la mano de obra joven compromete el futuro ya que aumenta el envejecimiento y ello significa mayor gasto del presupuesto público con menor reposición de riquezas mediante bienes y servicios. Ver esta realidad ya es un gran paso si se la quiere revertir. La tasa de cambio de las divisas, afectada por una crisis múltiple, sigue siendo el talón de Aquiles para enderezar el proceso. Además, existen cuestiones que no solo no dependen de Cuba, sino que conforman un entramado complejo y duro de revertir en el panorama internacional.
Pero mientras tanto, ¿qué estamos haciendo como pueblo para participar en el hallazgo de soluciones? La ciudadanía ha tenido encima el peso de la crisis y ha soportado condiciones en las cuales sus salarios se devalúan de un mes a otro. No obstante, persisten en sus puestos estatales en su inmensa mayoría. Es a esas personas a las cuales hay que ponderar. La población ha puesto su vida en tales esencias y es deber del Estado reconocerlo, más allá de las subidas salariales, que sabemos no alcanzan nunca en un contexto de inflación galopante. Es en el pueblo donde están las fuerzas productivas, allí nacen los hombres y mujeres con el talento para destrabar las cuestiones que padecemos. Pero compete a los decisores saber identificar las fortalezas y administrar con pericia. En Cuba hay suficiente energía, pero ha estado desaprovechada. En las redacciones periodísticas, donde he trabajado, se viven a diario episodios de muchachos que deciden ya no estar entre nosotros. Pesa el factor de la economía, pero mucho más el de la subjetividad humana que requiere de esperanzas para proseguir en la búsqueda de sentido. No solo se trata de lo material, sino del hallazgo de un proyecto para participar.
El campo cubano está en estos momentos carente de maquinarias, tecnologías, fertilizantes y mano de obra. Se requiere mayor inversión en los reglones alimentarios, pues la crisis inflacionaria no se va a suplir solo con el esfuerzo manual de los campesinos, que además están constreñidos por cadenas comerciales especulativas que a la vez que les escamotean la ganancia le establecen precios desorbitantes a la población. No se puede construir un sistema igualitario sobre la base y de negar la posibilidad de prosperidad a quienes realmente trabajan. Pero en muchas ocasiones pasa a la inversa. El país tiene que debatir estos temas, pero más aún debe actuar. Los espacios no son para hacer catarsis, sino para tomar decisiones de peso. Es así como se hace la política de la transformación. Y se sabe que lo que más tenemos en cuenta hoy para avanzar es precisamente la gente, el único recurso que posee este país con un inmenso valor. Somos los seres humanos con nuestra resistencia real y cotidiana y la poderosa tenacidad de cuidar de nosotros y de los demás los que podemos construir un país que sea eficiente. Pero esa cuestión hay que destrabarla. La burocracia no solo es un mal que adormece a la sociedad, sino que se muestra incapaz de identificar los caminos para un rumbo mejor. Y en la obra colectiva o se es esencia o no se es. Por ello, caben los debates en la Asamblea, pero mucho más las decisiones que posean una articulación clara y de transformación de lo que hoy nos aqueja.
Ahora mismo, aparte de la crisis material, urge solucionar lo que eso deriva hacia el alma de las personas, generando desasosiego, pérdida de los horizontes y la siempre nefasta incertidumbre. El año va a terminar en Cuba y tenemos que ir por derroteros que nos cambien y que cambien el entorno. Con las fórmulas de la audacia y nunca con la persistencia en el error. La política es el arte de enfrentar las dificultades y salir airoso del proceso, pero con toda la vergüenza del lado de los hacedores. A ello hay que llegar y por eso se debate y se toman juicios en torno a lo social.
Preocupa la situación con los valores cambiarios, con los jóvenes, con el éxodo, con la violencia social, con la productividad o más su ausencia. Pero sin acciones no se sale del problema. Los debates establecen pautas, pero hay que salir de ellos y hacer. Ojalá y en el 2024 se vea algo de la añorada transformación. Hasta entonces, el camino no será un lecho de rosas. Y solo asumiendo cada quien su responsabilidad se podrá determinar hasta dónde podemos llegar.
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