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martes, 23 de diciembre de 2025

Del tú al usté

¿Qué tratamiento das a tu pareja, o expareja, si coinciden en el entorno laboral?...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 23/12/2025
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Intimidades
A mí ese formalismo no me sale natural ni para dirigirme a personalidades que por mi oficio me tocan de interlocutores (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

Por esas vueltas divertidas que suele dar la vida, tengo varios ex que cumplen esa condición en dos o más acápites: además de exparejas son exjefes o exsubordinados, excolegas, unos cuantos exlectores, un exchofer y hasta un par de exvecinos. (El último se mudó de país sin decirme nada, y como a Shakira, me dejó a la suegra casi pared con pared).

Quedaron pendientes un exestudiante, que se acobardó (después de caerme atrás por años), un exprofe (por la misma razón) y algunos examigos con quienes la cosa no pasó de platónicos devaneos y me alegro, porque con el sexo pasa como con el café: puede ser más sabrosa la presunción que la práctica.

Cierto que no todas esas relaciones fueron públicas, porque yo no quise o porque ellos no estaban disponibles (o hubieran sido ex de alguien más); pero en las admitidas hubo a veces conflicto con la manida cortesía que impone el usted para hacer distinciones que no admiten el más cercano tú.

A mí ese formalismo no me sale natural ni para dirigirme a personalidades que por mi oficio me tocan de interlocutores; imagínenme entonces en ese aguaje protocolar con alguien que ya vi tantas veces en los momentos más sublimes y en los más ridículos de cualquier convivencia, solo porque la jerarquía social cambia el sentido del arriba y abajo, pero había que poner la palanca en punto muerto para que la mente de los demás no se desbocara viéndonos interactuar.

Si me lo proponía, podía lograr tal distanciamiento… pero sólo unos minutos y con un backgraunnd de fantasías mentales inconfesables. Al rato se me salía el “tú” como bala de cañón, para susto o disgusto de quienes alrededor agonizaban entre el respeto al rango y el chisme sobre alcobas ajenas.

No puedo contar mucho, pero algunas pinceladas daré porque ha transcurrido suficiente tiempo para que quienes pueden atar cabos ya no logren atarse ni los cordones de sus propios zapatos. Además, ¿qué más da? Es una ventaja de la categoría EX la falta de obligaciones hacia la otra parte, siempre que no me pase de ciertos límites.

Uno de esos personajes fue mi jefe por el mismo tiempo que fue antes mi marido (con un considerable intervalo entre uno y otro vínculo, déjense de elucubrar), y durante al menos tres años nos vimos casi a diario en un espacio colectivo. 

Ya pueden imaginar, cuando la polémica giraba sobre mis temas, la cara que ponían los demás, encantadísimos con mi denuedo por escoger bien las palabras y renunciar al doble sentido (que es casi mi primer sentido habitual) mientras el otro se divertía tratando de llevarme a terreno peligroso.

Sin embargo, la broma no pasaba de ahí. En privado era muy correcto, siempre me alentó a defender mis criterios y hasta tuvo un gesto que le agradecí muchísimo, porque en la primera reunión lo traté de tú y por su nombre (no por su apellido, como hacían los demás), y cuando supo que un par de colegas me recriminaron esa falta de ética, les dio una lección silenciosa: al siguiente encuentro se paró cuando yo entré (tarde, pero justificada), me dio un beso en la mejilla y me acomodó él mismo en una butaca con naturalidad y sin perder el hilo de las orientaciones que daba en ese momento. 

Con tal precedente, fue lógica la sorpresa de mis colegas cuando me oyeron tratar de usté a otra pareja (una década después), y por mucho que se aguantaron al principio (por respeto a él y más miedo que respeto porque tiene un carácter de anjá), terminaron armando la recholata a sus espaldas, intrigados por cómo lo trataría en la intimidad.

Incluso una persona bien mayor y que muchos tenían por seria aportó su sentencia confirmatoria: hay hombres que se ganan ser “tratados de usted en ciertos asuntos, y como yo era la experta

Ese día, en el afán de jaranear nadie se dio cuenta que otra de mis exparejas estaba presente (y su siguiente exnovia), y como ambas lo tuteamos siempre y le tirábamos pullas con excesiva mordacidad (por sangrón e infiel), enseguida saltó, picado en su orgullo por la involuntaria comparación.

Para colmo, el personaje de marras llegó a la oficina con su reseco “buenas tardes” general, y sin transición me indicó fuera a poner candado a mi bici, porque había gente extraña en el edificio. “¡Como usté diga!”, respondí con énfasis tintineante, y la risotada general no se hizo esperar. 

Lo peor es que aquello duró un buen rato, porque cuando se hacía silencio alguien me remedaba, bajito, y allá iban todos de nuevo a reírse ante la cara incómoda de los otros dos.   


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...


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