Bateo oportuno y liderazgo de las estrellas, aporte de jugadores revelación, un staff y bullpen sólidos, defensa sin fisuras y profundidad de la plantilla, carencias del contrario y hasta la suerte. De todo se habla, a todo se alude, se utilizan argumentos aritméticos e incluso cábalas si se trata en el béisbol de pronosticar, explicar y destacar un título o un gran palmarés.
En una mísera línea neutra, allí donde se tocan lo evidente e invisible, quedan los directores (DT). Ellos, siempre, sin distinciones, son máximos responsables de las derrotas y los grandes olvidados en las victorias. Sucede en Cuba y en Saturno. Solo en contados casos no es así.
Al DT Víctor Mesa, por ejemplo, en Matanzas y en todo el archipiélago, se le reconoció como merece por llevar la selección de esa provincia al tercer puesto en la última Serie Nacional. Otros destacados, y fueron varios, no recibieron idéntico tratamiento de la prensa y el público.
Los triunfos de la Aplanadora de Santiago de Cuba aparecen, sí, en el expediente de Higinio Vélez. Pero, quizás con razón, nunca se menciona al manager cuando se rememora el terror sembrado en estas tierras por su ofensiva, fuerza motriz de tres títulos nacionales consecutivos entre las Series 1998-1999 y 2000-2001. Las mieles de las glorias son para Orestes Kindelán, Antonio Pacheco, Gabriel Pierre, Rolando Meriño, Fausto Álvarez y compañía.
El título de los Leones de Industriales, aquel 1986, hace repasar una de las mejores plantillas azules. Agustín Marquetti, Pedro Medina, Javier Méndez, Rolando Verde, Juan Padilla, Ángel Leocadio Díaz, Tony González, Luis Rivero, Euclides Rojas, Lázaro de la Torre… Casi nunca se habla de Pedro Chávez, el director del equipo que jugó para 47-11 en la fase regular y para 6-0 en la postemporada que legitimó la era de los play offs en Cuba. Es, el caso Víctor Mesa, excepción que confirma la regla.
¿Por qué esa sempiterna aversión contra los DT? ¿Cuál es la razón por la cual se les obvia u olvida olímpicamente? ¿Realmente es tan infecunda la labor de los directores? Decenas pueden ser y son las respuestas, aunque no creo que los sociólogos y psicólogos ocupados en el tema hayan encontrado una ciento por ciento correcta.
¿Cómo llegan los que llegan a directores de equipos?, me pregunté una vez me detuve en el asunto, y armé una explicación con la mirada puesta en la pelota cubana actual, que grosso modo expongo a continuación a manera de observación —solo eso, una observación.
A dirigir una novena se llega, por ejemplo, al cabo de la carrera deportiva y años de experiencia como entrenador, coach y auxiliar. O tras acudir a la academia, especializarse en béisbol, trabajar, digamos, como asesor o consultante, y saltar luego al campo de juego.
O se puede partir desde un área especial, transitar por las categorías inferiores, encargarse de un equipo de mayores en el municipio y de ahí al “estrellato”. O, también, acumular triunfos y más triunfos en Series Provinciales, hasta que quienes deciden les den una oportunidad en la “pelota de verdad” (pasó con Sile Junco, en Matanzas).
Así fue en cualquier tiempo anterior. Con las mangas subidas y mucho sudor, o con inteligencia, perspicacia y valentía. Ahora, de un tiempo a esta parte, es diferente. Ahora, es otra la tendencia. Los caminos están ahí, pero ya no son trillados. Los actuales criterios de selección son jeroglíficos, enigmas, acertijos armados y desarmados al antojo de quienes ponen y quitan directores (casi nunca lo deciden los comisionados provinciales).
Lo usual es responsabilizar a un ex pelotero, con supuesta autoridad, casi siempre sin experiencias previas de dirección, después de un proceso veloz o vacilante, según la provincia.
Róger Machado, Germán Mesa, Antonio Pacheco, Lourdes Gourriel, Luis Ulacia, Lázaro Vargas… son casos “construidos” a la usanza de estos tiempos. Se erigieron por obra y gracia de sus carreras deportivas o influjos en el entorno de la pelota, no porque se destacaran como entrenadores, auxiliares o asesores, no por sus formaciones en la academia y menos por ascender desde un área especial o transitar por las categorías inferiores (algunos sí llegan por rutas “legítimas”, ahí están para contarlo Pedro Medina, Juan Castro, Esteban Lombillo, Rigoberto Blanco y Alfonso Urquiola).
Y lo peor es que, a las órdenes de premisas resultadistas, la mayoría cesa en el cargo cuando sus selecciones no clasifican o disputan el campeonato. En las mejor de las ocasiones, digo, porque sucede que son depuestos con idéntica velocidad o vacilación, según el caso, por la misma razón que los nombraron, “porque sí”.
Ello, primero que todo, provoca que hayan dirigido y dirijan en la Serie Nacional técnicos sin la capacidad, el conocimiento, las cualidades y experiencias suficientes, para dirigir con el equilibrio que exige el grupo de egos reunidos en una selección de pelota, durante poco más de la mita del año.
Y, por tanto, esos nombramientos deslegitiman, desacreditan, desautorizan el puesto del DT, sino el más importante, vital para la disciplina técnica y social de las individualidades, para la actitud y empaque del grupo, para el nivel y la espectacularidad de la Serie.
Ello, además, limita las posibilidades de los DT de exponer, ya no perfeccionar su filosofía de juego, y trabajar a mediano y largo plazo. Ello, como se ha visto, impide perfilar ciclos o construir selecciones a imagen y semejanza de sus credos técnicos y deportivos.
Ello, está demostrado, cercena el proceso de sentido de pertenencia de los jugadores e identidad de los equipos. Ello, y aquí no concluyen sus perjuicios, frena la conexión del público con los directores (como alguna vez ocurrió con Jorge Fuentes en Pinar del Río), lo cual es esencial para aderezar la espectacularidad que debe tener —y no tiene— la pelota en Cuba.
Antes no sé, fuera de este país no sé, pero ahora mismo, en esta nación, todos estos daños relegan aún más al DT en la percepción de especialistas y aficionados, que, como es lógico, miran primero, con mayor énfasis, armados de más pasión, rectitud y odio, a los verdaderos protagonistas del juego, los lanzadores y jugadores de posición.
Construir, planificar, mirar al futuro comienza, en el béisbol, por nombrar a un DT calificado y confiarle un período de trabajo. Pero en las comisiones provinciales se manejan otros términos, urgidos como están por exigencias, algunas extradeportivas, impuestas, cuando menos, por las direcciones de deportes.
Este lenguaje no se habla ni en las comisiones provinciales, ni en la Federación Nacional de Béisbol. Ejemplos de mi afirmación son las recientes morosidades e incongruentes argumentos para nombrar a los directores técnicos de las selecciones nacionales y, también, la retahíla de nombres que han dirigido a los últimos team Cuba (Rey Vicente Anglada, Higinio Vélez, Antonio Pacheco, Eduardo Martín, Esteban Lombillo, Víctor Mesa y puede que mi memoria olvide alguno), por cierto, sin que cambien drásticamente las nóminas.
Pero vamos, puede que la aversión contra los DT, hoy, no tenga nada que ver con lo que hasta aquí expuse. Puede que esas no sean las razones por las cuales se les obvia u olvida olímpicamente, aunque esas fueron las razones que me lo explicaron.
Es más, aquí en esta línea, creo que considerar infecunda, insustancial la labor de los directores, es una especie de crítica solapada de aficionados y algunos especialista, que se creen con el potencial, el conocimiento, la pericia para dirigir un equipo de pelota.
Y, como hubo, hay y habrá millares de cubanos convencidos de poder vestir la casaca del DT, el manager, el director, pues siempre se sintió, se siente y se sentirá aversión, pues siempre obviaron, obvian y obviarán, pues siempre olvidaron, olvidan y olvidarán olímpicamente, pues siempre creyeron, creen y creerán infecunda la labor de los verdaderos DT.
Pero algo sí tengo claro, las actuales incongruencias en el nombramiento de los DT afecta mucho más que la bendita estructura de la Serie Nacional, alrededor de la cual se ha armado un debate, según lo veo, estéril y, aún peor, que esconde muchos otros y más graves problemas de la pelota cubana.
Mandy
14/9/12 16:20
Usted mismo lo dijo Arzuaga, Victor Mesa es la excepción que confirma la regla. Yo sé que a todo el mundo no le cae bien, pero lo que lo hace grande, diferente, es que vive con sus peloteros y su afición cada momento, cada juego. ¿Que es gritón? cierto, ¿Que manotea mucho? también es verdad, pero es un tipo al que le corre sangre por las venas. No sé hasta qué punto un DT puede o debe tener tanto protagonismo, pero los prefiero así a los que como Pacheco siempre están en el banco, con mala cara. Y Vítor Mesa demostró que no era fama nada más ni que estaba ahí "porque si".
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