La receta para solventar los males políticos egipcios no aparece.
Luego de la decisión de las fuerzas armadas de poner fin el pasado tres de julio a la controvertida gestión del presidente Mohamed Mursi, asediada por los enfrentamientos públicos entre sus partidarios y críticos, el panorama de violencia generalizada no ha cambiado un ápice en aquellos predios.
En efecto, ese día, y tomando como pretexto el salvaguardar la tranquilidad ciudadana, los altos mandos castrenses acordaron la disolución del gobierno islamista, en un paso que recordó en mucho su actuación ante las reiteradas movilizaciones populares contra el desaparecido régimen de Hosni Mubarak.
Así, y por segunda ocasión consecutiva en apenas unos meses, las instituciones armadas, que dicho sea de paso no gozan de toda la anuencia de las masas egipcias, se autoproclamaban “árbitros” preocupados por la integridad nacional y se daban a la tarea de intentar ajustar y meter en cintura a los movimientos políticos internos.
Lo cierto es que depuesto Hosni Mubarak, y luego de un inquieto período de control a cargo de los militares, los Hermanos Musulmanes y su candidato, Mohamed Mursi, se impusieron en las urnas.
No obstante, la tormentosa trayectoria de esa organización política, surgida en los años veinte del pasado siglo, y ligada a posiciones extremistas y violentas por muchos años, parece haberse constituido en una importante inquietud para los sectores liberales egipcios, que temían la instauración de un cerrado estado teocrático.
Ello generó desde los primeros momentos un fuerte movimiento opositor a Mursi, que colmó plazas y calles en numerosas ciudades egipcias y trabó en buena medida la marcha política nacional.
La agudización de las contradicciones, y los choques entre opositores y partidarios del gobierno electo, resultaron al fin el pretexto para que las fuerzas armadas volviesen a la carga e influyesen decisivamente en la conformación del actual panorama, en lo que algunos medios califican de “abierto golpe de estado”, y que está lejos de haber logrado un clima nacional ideal.
Bajo el auspicio de los militares ha sido investida una nueva administración a cargo del economista Hazem el Beblaui, que de inmediato recibió el rechazo de los Hermanos Musulmanes y de otras fuerzas políticas locales, que le acusan de una elevada parcialidad a la hora de formar gabinete.
Por demás, para los críticos es muy sospechoso el hecho de que el jefe del ejército, general Abdel Fattah al-Sissi, se haya reservado la cartera de Defensa y el cargo de viceprimer ministro, lo que indicaría la intención castrense de hacerse sentir con especial fuerza en la dirección del país.
De hecho, el nuevo gobierno, con treinta miembros, se cuidó de obviar la presencia de personalidades ligadas a cualquier formación política de tendencia islamista.
Y mientras todo eso sucede en las salas oficiales, en las calles egipcias continúan los violentos enfrentamientos entre simpatizantes de las tendencias en pugna, en medio de un escenario que evidentemente no ha logrado el consenso social adecuado y, por el contrario, parece llamado a atizar nuevas llamaradas.
Porque todo indica que, por lo menos en estos tiempos, no son los caminos impositivos ni los dictados de los cuarteles las fórmulas que devolverán la serenidad a la tierra de las pirámides y los faraones.
Watson
19/7/13 7:52
Y ahora pondrán otro gobierno, y dentro de un año, más revueltas, y otro gobierno y así seguirán en el círculo vicioso.
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