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sábado, 16 de noviembre de 2024

Un río heraclitano en medio de la cultura cubana

Todo trabajador de la cultura debe buscarse a sí mismo como una parte más de ese inmenso panorama de la creatividad….

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 04/05/2022
1 comentarios
Teatro Villena-Remedios
Teatro Villena de Remedios

La historia de toda institución de la cultura cuenta con personas que iniciaron el proceso y lo mantuvieron contra viento y marea. Esos trabajadores, que en realidad son amantes de lo bello y lo bueno, se sumergen en los tiempos cotidianos y suelen ser anónimos. Los vemos en un museo, dando charlas en un evento, recorriendo los pasillos presurosamente para dar solución a algún problema o avería. He conocido gente así, hecha a la medida de su labor, que jamás abandonó responsabilidad alguna. Quienes integran las plantillas de los centros culturales de Cuba pasaron por momentos en los cuales los salarios eran ínfimos y las motivaciones materiales muy pocas. Quien sabe cómo funciona ese universo, puede corroborar que, mientras el resto de la sociedad descansa, el trabajador de la cultura hace una obra, promueve la belleza, no tiene reposo.

Hace unos años, tuve el honor de compartir muchas veces con especialistas de casas de cultura, quienes se hacían llamar a sí mismos con el mote de “medios básicos”. Ello por la cantidad de tiempo que llevaban ahí, al igual que cualquier otro implemento de labor. Y es que sin pasión no se puede hacer arte, ni literatura y mucho menos apreciar la calidad de las obras. Los promotores son en cierta medida profesionales integrales en toda la palabra que se preparan y crecen a lo largo del tiempo. No solo es el salario lo que vertebra la energía de quien hace, sino el espíritu. Por eso la cultura no es cualquier cosa, sino un universo que nos construye o nos destruye y del cual dependen tantas cosas de la vida concreta. Porque si algo uno aprende de los procesos es que las ideas tienen una existencia objetiva, determinante y vital, no importa que sean inmateriales. Y no se trata de vivir solo de la cultura o de la historia, sino de que sin la cultura y la historia no se puede vivir. Se tendrá una existencia más o menos animal, pero jamás habrá esencias, ni evoluciones del carácter, ni modificaciones para bien de las cosas más importantes.

El trabajador de la cultura es un duende y recuerdo por ejemplo a un muchacho que a pesar del poco tiempo de graduado dirigió uno de los museos más significativos de mi ciudad, llegando su labor a estar en lo más alto de la escala y de la calidad. No solo era porque se preparaba sino por su pasión. La sabiduría de su carácter iba más allá de la academia, sino que se asentaba en la experiencia de los trabajadores más antiguos e incluso en el contacto con aquellos que ya estaban jubilados y que podían darle algún que otro parecer en torno a decisiones, proyectos, caminos.

En ciudades patrimoniales como Remedios, donde resido, más que trabajo en pro de la cultura, se requiere de un rescate de las esencias mayores. Eso se logra en medio de la convocatoria de quienes laboran en las instituciones, de su movilización y de la conciencia general que todo lo coloca en su sitio y lo justiprecia. El cubano posee un alto sentido de la pertenencia patria. Más que trabajar, se trata de amar, de rescatar, de promover y proteger. Verbos que van de la mano de una acción perenne que nos define, que construye la vida cotidiana más allá de los aburridos planes de trabajo urdidos en las reuniones o de las pautas que se usan para medir la calidad de una obra.

Obrar no es estancarse. Deberíamos saberlo hace tiempo, pero la cultura cubana no está exenta de momentos oscuros, de complicidades con lo banal o de lentitudes. Incluso hay quien cree que una obra se define en pro de los lineamientos de los directivos y no para la época y la gente. Mal que nos ataca, que detiene lo esencial y que destruye aquello que resulta auténtico, loable, bello, bueno. La vida no puede estarse detenida en los planes, sino que camina con libertad por las calles y las plazas. Se trata del alma de Cuba, que lo mismo aparece en medio de una parranda que en un poema de Casal. Por ello es duro pensarnos solo en función de la burocracia, vernos a través del prisma miope de las proyecciones dogmáticas. El trabajador de la cultura no solo es ese que está en la plantilla de las instituciones. De hecho, conozco de muy buenos promotores culturales de  la ciudad donde vivo que no son siquiera artistas, ni poseen plaza fija. Recitadores, cantantes populares, gente de la oralidad y personajes de la villa. Si no vemos la cultura así, no estamos asumiendo lo que la cultura es.

Otro aspecto es el generacional: ¿basta con ser entusiasta para tener un rango como trabajador de la cultura?, ¿en qué momento se pasa a formar parte de una vanguardia consagrada? El tiempo dice muchas cosas y puede ser un medidor del buen o el mal desempeño, pero no debe considerarse el único mecanismo legitimador. Conozco mucha gente que lleva años en un puesto haciendo lo mismo, sin que se produzcan aportes, movilidades, atrevimientos o trasgresiones. Y el arte va de eso, de lo novedoso, de lo rompedor, de lo que conmueve y repleta el espíritu. En otras palabras, la cultura no es un frente como lo pueden ser otros trabajos, sino que posee un ángel que la coloca más allá de cualquier formalidad, de cualquier parálisis o alienación. Incluso podemos decir que la creatividad nace con la persona y que solo se le va revelando, como aparece una figura en la piedra en la medida que se le cincela.

A esas apariciones de lo bueno y lo bello debe ir la cultura. En realidad funciona como un proceso de autoconocimiento en el cual las formas banales se desvanecen y dan paso a las esencias que se escondían detrás de la piedra. Así procedían los maestros del Renacimiento y aún podemos rastrear tal metodología en no pocos recovecos de la actividad cultural y de la creación. La vida, siempre la vida en su manifestación más pura, está detrás de cada energía, de cada alma que nos mueve y nos define

Simplezas aparte, la cultura es compleja, alta en su legado, ella obra por nosotros en los peores momentos y nos indica el camino. Las labores que se hacen en torno a la cultura no solo requieren de una sapiencia, sino de formar parte, de integrar el mismo espíritu, de ser un rio heraclitano e impalpable que recorra los interiores de cada quien. Trabajar aquí no es hacer cualquier plan o cumplir con un jefe, sino que se contraen otros compromisos con el más allá de la belleza, con el más allá de lo bueno. Y esa manera de hacer es la que difiere de otras formalidades. La prevalencia de los lazos trascendentes y no de la banalidad hace de la creación un ente auténtico, una actividad que no se detiene, sino que posee la cualidad mística de manejar el lenguaje de lo inmortal.

Este universo espiritual no solo está allí y es concreto, sino que cambia, va hacia sus propios destinos, tiene en sí toda la fuerza posible. Captarlo, reflejarlo, ser junto a él; resultan contraposiciones complejas, procesos de autobúsqueda, mundos que huyen en medio de lo dinámico y lo expresivo del panorama de las artes.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación

Se han publicado 1 comentarios


Abelardo Mena
 4/5/22 21:18

Muy bien el texto. Pero hay problemas de direccion graves que facilitan la insensibilidad.

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