La irrupción de la pandemia en la vida social del cubano ha quebrado sus disímiles expectativas. Así lo atestigua la comunidad de artistas que se han visto emplazados ante los embates de una sociedad sacudida por múltiples acontecimientos que fragmentan modos de pensar y actuar cotidianos. ¿Cómo se refleja en sus obras?, ¿qué asimilan o niegan de ese contexto dominado por circunstancias adversas? Las voces que se escuchan desde lo profundo de la espiritualidad de los artistas visuales espirituanos poseen un denominador común: la búsqueda de respuestas sobre la condición humana en época de fuertes conflictos psicosociales de dimensión transnacional.
No han dejado de crear. Sus formas de pensar se reajustan a favor de un arte que haga reflexionar en tiempos de pandemia, a través de una polifonía de poéticas diversas. Tal entramado de recursos expresivos permite que segmentos del potencial espectador descubra inquietudes y conflictos que definen la época contemporánea dominada por la hybris. Los gritos de resistencia, dolor, asechanzas, angustias o inquietantes visiones del mundo de hoy se sienten en las diversas propuestas. No existen tampoco complacencias ante la quiebra de valores espirituales tradicionales por el empuje de las nuevas tecnologías que moldean la conciencia colectiva universal. Esas formulaciones se corroboran hoy con obras seleccionadas entre un grupo de artistas mayoritariamente jóvenes.
Por la vía de la necesidad de concientización, Laura Vaillant (1993) apela al instrumental hiperrealista para reflejar, con óptica feminista, la problemática de la mujer marcada por la inequidad racial. Por lo general sus modelos son tomados de la negritud como concepto que pretende reivindicar la identidad cultural negra a la cual pertenece. El dibujo de ella, que ahora se incluye con la identificación En el límite, muestra a una morena con la boca tapada, temerosa, en busca de refugio ante el ambiente agresivo que la atenaza. Su creación, que en los inicios solo demostraba el dominio de la línea con pupila hiperrealista, ha transitado hacia versiones más alusivas a las metáforas visuales que interactúan en la memoria colectiva femenina, tal como se reconoce en la reciente muestra personal presentada en París.
Afiliado a las propuestas instalativas, Moisés Bermúdez (1998) ha logrado desarrollar un discurso personal que revela la inseguridad del mundo contemporáneo. Sus experiencias parten de la capacidad o incapacidad del ser humano para superar aquellos obstáculos que lo privan del pleno desarrollo social. Resemantiza objetos comunes para darles un valor antropomórfico a partir del concepto de la resiliencia tal como se aprecia en Columna y rajado, donde presenta dos tipos de comportamientos impulsados por el accionar de la persona que debe asumir posturas diferentes ante disyuntivas abruptas. Los ladrillos adquieren entonces el valor simbólico necesario para exponer actitudes humanas en tiempos difíciles.
Como parte importante de su creación, Alexander Hernández Chang (1987) busca sus temas en la fuente materna de origen chino. Él ha venido asimilando los componentes asiáticos que fusiona con el acervo cubano para mostrarnos una visión mestiza de la idiosincrasia insular. Su propuesta de intervención pública, Centinela, elaborada para la próxima Bienal, descansa en un buda sentado colocado en la parte superior del portón que identifica al barrio chino habanero, proyectado en horas nocturnas con la técnica del video mapping. Como inusitado deseo, el creador bendice el espacio físico con la figura emblemática del religioso oriental para exponer la necesidad de buscar la tranquilidad espiritual luego de trascender la aversión y confusión del ámbito terrenal acosado por fuerzas siniestras marginales.
Como un alerta supremo, el artista Yasiel Elizagaray (1987) llama la atención con su obra Desgarramiento que tanto recuerda a El Grito, del pintor noruego Edvard Munch (1863-1944). Él ha construido una poética particular a través de rostros que hieren la sensibilidad del espectador. Bajo la preceptiva neofigurativa, sus formulaciones estéticas hurgan en lo más profundo de la conciencia colectiva para mostrar, a través de la alegoría, las debilidades humanas sumergidas en circunstancias actuales violentas. Mediante el retrato, género artístico que ha tenido un desarrollo inusitado en los últimos tiempos, sus propuestas penetran en la sicología de personajes adultos que exhiben fealdades ocultas o captan la inocencia de infantes que viven desgarrados por su época. Con fuertes empastes gestuales y gruesas pinceladas de tonos sombríos, logra transmitir al espectador el horror de quienes se encuentran atrapados en un contexto agresivo enajenado.
Desde una perspectiva de género, Lisandra López (1973) ha incursionado con solidez conceptual en los conflictos y desvaríos de la sociedad contemporánea desquiciada a partir de sus propias experiencias clínicas, donde el vendaje constituye un leitmotiv metafórico como se aprecia en su obra Estigma. El crítico Maikel Rodríguez Calviño, al referirse a ella subrayó: “posee una habilidad innata para ennoblecer el sufrimiento y urdir composiciones de altísima densidad simbólica, pero agresivas y dolorosas; imágenes que, paradójicamente, nos seducen por su marcado lirismo, ofreciéndonos una particularísima visión del ser humano en relación con el entorno y consigo mismo, con sus dolencias y esperanzas, sus patologías y bienestares”.
Con recursos propios del minimalismo y el diseño gráfico, Álvaro José Brunet (1974) ha venido tejiendo historias de anomalías sociales en su producción simbólica. A partir de la fotografía digital, manipula objetos para darle connotaciones semánticas múltiples de contenido sociológico. Esa polisemia, estructurada con un mínimo de medios expresivos, la ofrece con impecable factura. Por lo general el artista del lente parte de propuestas instalativas recreadas con mirada irónica, denunciatoria, desde una increíble sencillez expositiva. Son obras que, como Quejas, se dirigen al espectador para mostrarles desafortunados yerros en el duro bregar cotidiano.
Ante situaciones perturbadoras en que vivimos habría que preguntarse cómo sería la existencia del minusválido. Rubén Pareja (1968) transmite sus experiencias personales mediante la instantánea fotográfica. Con habilidad y dominio de las herramientas digitales logra crear composiciones visuales que sintetizan la minusvalía. Pese a las limitaciones corporales que presentan sus personajes, no hay un ápice de melodrama ramplón, sino más bien se observa una actitud humana con igualdad de derechos ciudadanos que reclama con creces la razón de existir dentro de la sociedad. Por esa actitud ante la vida el artista del lente acude por lo general a situaciones irónicas o de humor cáustico para exponer su condición de minusválido ante un mundo de normativas diferentes agudizadas por los tiempos de pandemia, como se aprecia en la obra Interrupción.
“No han dejado de crear. Sus formas de pensar se reajustan a favor de un arte que haga reflexionar en tiempos de pandemia, a través de una polifonía de poéticas diversas”.
Hay una célebre escultura de Miguel Ángel (1475-1564) conocida como Esclavo moribundo, síntesis de la angustia de quien está próximo a la muerte, cuya cabeza fue tomada de modelo para hacer la alegoría del que sufre los embates de la actual pandemia. Con el título de Agonía, Félix Madrigal (1957) cubrió el rostro con una mascarilla del infestado para actualizar los momentos difíciles en que se encuentra. Por esa vía, se establece un parangón entre la obra de Miguel Ángel y la de Madrigal, con el propósito de mostrarnos cómo el arte puede borrar las barreras temporales al captar la esencia del moribundo en circunstancias disímiles, pero en igualdad de condiciones humanas. Este artista es conocido por sus esculturas de tamaño natural, que con óptica realista se encuentran emplazadas en el bulevar espirituano para perdurar su presencia en el imaginario popular.
Entropías es una serie de pinturas de Hermes Entenza (1960) cuestionadora de la historia del arte universal y la iconografía visual de todos los tiempos. Él manipula los iconos religiosos y la propia religión; arma un entramado de imágenes “dispares”en un cuerpo poético con sedimentos dejados a través del tiempo mediante los recursos del palimpsesto observable en Origen del miedo. De ese modo pretende hacer un relato común, fragmentando los viejos clichés para rearmarlos incoherentemente, de manera que el discurso obtenga disímiles lecturas y provoque atención y rechazo a la vez. El uso de la iconografía religiosa medieval será uno de sus protagonistas, apreciado en el hieratismo gótico de los personajes que se funden con elementos contemporáneos para dar una sensación de atemporalidad, aunque revele fragmentos de un mundo actual caotizado.
No ha dejado de crear bajo los imperativos del acontecer diario desde su veteranía Luisa María Serrano “Lichi” (1947), quien siempre expone problemáticas saturadas de acuciosa actualidad como se aprecia en la obra Pandemia, bloqueo y ordenamiento monetario. Ella asume la responsabilidad de enfatizar conflictos psicosociales de aquellos que se sienten parte de una sociedad quebrada por los espantos de calamidades. Sus dibujos mantienen la línea argumental de registrar sucesos con humor cáustico y una cuidadosa línea compositiva que se aproxima cada vez más al diseño gráfico. No hay tiempo para ceremonias, parece decirnos en cada nueva obra reciente. El permanente accionar hacia un dibujo poco complaciente le confiere un lugar privilegiado en los combates de hoy tan cargados de acechanzas.
Con estas diez propuestas artísticas se ofrecen coordenadas puntuales de creación en territorio espirituano, aunque no son las únicas. Otros autores continúan creando bajo las condiciones de aislamiento forzado por la pandemia donde se mantienen presentes las atmósferas de pesadumbre y estupor de cada día, la lucha por reflejar una época saturada de horrores y errores humanos. Tal legado conformará el reservorio testimonial de una época sacudida por pandemias, cercos económicos y guerras mediáticas.
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