Nadie recuerda por qué demonios esta granja se llama Congreso I, ni por qué la vecina se nombra Congreso II, ni por qué la Unidad Empresarial de Base (UEB) que las agrupa lleva por nombre XIII Congreso, tal como la otrora Nueva Escuela cuyo esqueleto aún se levanta a pocos quilómetros y que, se dice, pronto será espacio de viviendas.
Los seres humanos le tenemos un miedo casi terrorífico al olvido, pero el olvido resulta, ciertamente, la norma. Todos llevamos en el ADN a 16 tátaras de los que apenas conocemos el nombre y sabemos menos aún de los empeños, sueños, locuras… a los que dedicaron sus segundos de existencia universal.
Estas granjas se asemejan algo a cada uno de nosotros: estamos aquí, vivimos, tenemos logros y fracasos, dificultades y virtudes, pero nos cuesta recordar de dónde carajos salimos.
Congreso I está exactamente a tres kilómetros del pueblo de Aguacate, que está a 12 de Madruga, que a su vez está a más de 40 de La Habana y a más de 30 de Matanzas. En las caballerías cercanas se siembra poco; dicen y puede verse, hay más ganado que otra cosa.
En estas dos granjas crecen aves… en cantidades y concentraciones enloquecedoras para quienes no estén habituados a ver tantos picos juntos, tantas plumas de unas que se confunden con las de otras, porque hasta para poner huevos se apiñan. Pollos, gallinas, gallinas, pollos. Algún cernícalo rapaz de sangre gélida vigilando desde el cablerío, algún tomeguín que se esconde entre las enmarañadas cercas, pero no más.
Las aves parecieran ser demasiado vulnerables. A su espacio no se puede entrar sin botas ni sin batas. Está el área destinada al cambio de ropa y la desinfección, el área que a algunos nos recuerda aquellos tiempos, no tan lejanos, de zonas rojas, verdes, amarillas, nasobucos y demás tristezas. Hasta para pasar de una nave a otra hay procesos de desinfección, en la suela de los zapatos fundamentalmente, para que los posibles gérmenes de un lado no se pasen al otro.
Local donde descargan alimentos para las aves. (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)
EN LA ALCOBA DE LAS PONEDORAS
Estas son de raza ponedora, pero aún no ponen y por aquí les llaman simplemente remplazos. Debieran haber estado aquí solamente hasta su día 114 de vida, pero por problemas con la electricidad, nos explica Moso, tienen más de 130 días y siguen por acá. No se pueden trasladar hasta que no se les recorte, otra vez, el pico, y la prensa con la que se desarrolla ese proceso es eléctrica.
—La corriente nos golpeó mucho. Aquí los apagones eran de 10 y 12 horas hasta hace unos días así no podíamos trabajar; ahora se ha estabilizado un poco.
Son animales muy nerviosos, tienen mucha energía y si se les deja el pico, dicen, se podrían devorar entre ellas. La alcoba de las gallinas resulta el reino de la proporcionalidad. Desde ciertas imágenes, parecería que apreciamos un cuadro de Abela: el perfil perfecto, básico, los rasgos repetidos una y otra vez, todas enloquecedoramente iguales, parecidas…
Parecen adaptadas a las reglas del cautiverio. Aquí dentro lo dominan todo, corren, vuelan, corren… por un momento la puerta queda abierta y una se posa en la entrada, con la cabeza, curiosa, hacia el exterior. Entonces la navera le espanta un grito: “Niña, entra. Niña, te dije que entraras”. Y la dichosa gallina la observa, titubea y retorna a la seguridad de la manada.
—Ya ellas entienden hasta lo que uno habla —nos dicen.
Las ponedoras resultan la raza más económica porque consumen solo 110 gramos de pienso al día y producen más huevos que la campera. La campera es más corpulenta y llega a comer 160 gramos. Los remplazos son aves nerviosas, no como la campera, que tú entras y casi ni se inmutan. Los remplazos se asustan de nada.
Muchos trabajadores están hoy aquí desde las tres de la mañana, para el traslado de los remplazos de ponedora, que se hace con la fresca. El proceso está dividido en roles de género: las naveras, mujeres, hacen un cerco con una manta y van agarrando las gallinas de cinco en cinco, luego las alcanzan a los hombres, quienes las van montando en la rastra: cinco y cinco en cada mano y 20 en cada jaula.
Las ponedoras resultan la raza más económica porque consumen solo 110 gramos de pienso al día y producen más huevos que la campera. (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)
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En la oficina de una granja hay lo mismo que en cualquier oficina. Montones de papeles y de bolígrafos muertos y de bolígrafos vivos y lápices y portaminas… Un corazón de esponja en la cabeza de un lápiz, una caja fuerte con un perchero vacío que le guinda, un cuadro pequeño con la imagen de un niño…
—¿Quién es él?
—Es mi hermano —dice Anisleydis—, tenía 16 años cuando murió. Estaba ayudando a un vecino a poner una antena y en eso tocó los cables. Mi familia se desgració desde ese día.
Anisleydis Machado Serrano tiene 28 años y es la económica de la UEB. Trabaja en este lugar desde que tenía 20. Cuando habla de los camperos deja ir un aire de felicidad, como de esperanza. Dice que es el arma que los va a sacar adelante porque van a poder vender sus huevos a mayor precio y, con ese dinero, comprarán insumos.
Explica que eso está fatal en todas las empresas del país, que tienen que producir para adquirir cosas que necesitan y no tienen: una computadora, neumáticos y baterías para los tractores. Los insumos han subido de precio, tanto, que la venta de los huevos, al precio actual, que es subsidiado, no alcanza para cuadrar la caja y seguir.
Alguna que otra vez han tenido que trasladar el pienso de un costado a otro de la granja en yunta de bueyes. Ya la yunta no está aquí, o al menos no los dos bueyes. Cerca de las naves queda uno al que se le partió un tarro y que para poco va sirviendo. Pasta tranquilo, con la parsimonia de la vejez. Están preparando todo para mandarlo al matadero.
Por aquí la vida viene y va sin que medie demasiada lágrima. Si el buey ya no sirve, pues al matadero; si el pollo se ve feo y tristón, se sacrifica también. La vida corre demasiado rápido como para detenerse en segundas oportunidades. Si de animales se trata: hay planes que cumplir, no almas que salvar. Los animales, se comenta, no tienen alma.
A Anisleydis le gustan especialmente las gallinas camperas. Dice que son las más bonitas. Son gordas, blancas, pesadas, con manchas negras en el dorsal del cuello. Los huevos de las camperas son criollos, así se les llama en el campo cubano, con un tono amarillo tenue y quizás un sabor algo distinto.
Toda la documentación oficial se hace aquí en la granja, expresó Anisleydis, quien estudiaba Derecho por encuentros en la Universidad Agraria de La Habana. (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)
Anisleydis estudiaba Derecho por encuentros en la Universidad Agraria de La Habana, que no está en La Habana, o por lo menos ya no, sino en las cercanías de San José de las Lajas, Mayabeque.
Estas tierras parecen no acomodarse aún a la idea de haber sido separadas y renombradas un decenio atrás. Aún permanece casi intacta una cultura de la otrora unión, una cultura que no asume el desgajamiento, la independencia… En la oficina del director de la empresa avícola de la provincia, en su pared, cerca del concepto de Revolución, aparece un gran mapa que ubica geográficamente las granjas que se le subordinan. Esta empresa de Mayabeque tiene granjas en Artemisa y La Habana, pocas por allá y por acullá, pero tiene y ahí está el mapa de las tres provincias, casi como si aún fuesen una, casi como una nostalgia magnética de lo que se resiste a despegarse. Hasta en la pelota les duele; tanto, que parece nada menos que una crueldad el que no puedan reencontrarse ni siquiera en la polémica Liga Élite. Así de forzosa ha sido la separación.
La Universidad Agraria de La Habana, decía.
—Pero la tuve que dejar porque no me daba el tiempo. Económica soy yo sola para cuatro granjas. Toda la documentación oficial se hace aquí; existe un solo almacén, por lo que todo lo que entra y sale para las granjas pasa por acá. Con la estructura anterior tenía una auxiliar, pero me quedé sola. Aquí se entrega la información decenalmente. Por ejemplo, yo tengo que ir los días 11 y los días 21 para Güines por el cierre estadístico. A veces, el día de la escuela me coincidía con los de trabajo y nadie me puede sustituir. Si estoy enferma, lo hago enferma. He estado en el hospital con mi familia y me he tenido que llevar los papeles para seguir trabajando allá.
—¿Te gustaba estudiar?
—Me encanta el derecho, pa’ fajarme —dice riendo. A lo mejor un día se me vuelve a dar la oportunidad, uno no sabe —cierra con tono de resignación, de solapada fe.
Anisleydis Machado Serrano es la económica de la UEB y cuando habla de los camperos deja ir un aire de felicidad, como de esperanza. (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)
EN LA ALCOBA DE LAS CAMPERAS
Las camperas son gordas y tranquilas. Son más viejas también. No están aquí como remplazo, sino para poner huevos. Son un experimento de la granja.
Cuando llegaron, eran cuatro mil, de las cuales 2 542 resultaron machos. “Nos quedamos con el resto que eran hembras”, dice Moso.
También explica que, en esta raza, el sexo es difícil de identificar hasta determinada edad. Quizás eso implique un margen de error que se traduzca en estos tres gallos que quedaron ocultos deambulando entre la multitud de hembras y que hoy, casi desapercibidos, hacen de las suyas en el gallinero enorme.
En este lote, el de las más avanzadas, la producción de huevos ronda el 40 por ciento al día. De acuerdo con Moso, la taza debe ir subiendo a medida que avancen en edad. “La excelencia que se le pide al campero es de un 80 por ciento, aunque más del 60 por ciento es una buena producción”.
Cuando entramos a la nave, apenas se veían huevos en el suelo. En cinco minutos, han aparecido promontorios por todos los costados. Esto semeja una gran sala de partos. Las camperas se amontonan en los rincones, con dolor se balancean en sus dos patas, empinan la cola al tiempo que se les arrastra el buche y, de repente, sale un huevo.
Luego siguen caminando, irremediablemente en círculos.
Las camperas son gordas y tranquilas. Son más viejas también. No están aquí como remplazo, sino para poner huevos. (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)
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Yosiel tiene 24 años y ya es el jefe de la Congreso I. No estudió nada que tuviese que ver con esto, pero dice Anisleydis que conoce más que cualquier viejo, porque ha pasado por todos los niveles y sobre la marcha, viendo y trabajando, ha aprendido a hacer las cosas.
Yosiel tiene 24 años y los ojos eufóricos, como de 18. Se vuelve loco con la cámara, con los juegos de enfoque, pregunta y pregunta como quien descubre un juguete.
—Yo soy de divorciarme mucho. Y de ajuntarme mucho también. Lo que me separo y me ajunto con la misma. Estoy acomplejado porque me gusta el rosado y yo soy un hombre, pero coño, me gusta el rosado. Para que veas, mi cuarto está pintado de ese color. No rosado, sino rojo, rosadas son las cortinas.
—Pero ese también es el cuarto de tu mujer —le dicen.
—Es verdad. Y ahí te sobra el “también”. Al final ese es el cuarto de ella. Cada vez que me bota tengo que regresar a mi casa. En mi casa el cuarto es mío y de mi hermano, o en realidad del que esté divorciado en ese momento. Siempre digo que lo voy a arreglar, pero nunca lo hago. Por suerte mi hermano es de divorciarse poco y cada vez que me divorcio estoy solo ahí; él es más tranquilo. Yo también soy tranquilo y no es que me divorcie tanto, pero me divorcio más que él.
Yosiel y Ale, la cocinera en las áreas exteriores de la granja. (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)
EN LA ALCOBA DE LAS SEMIRÚSTICAS
Las semirústicas son mestizas. Las hay de color rojizo, como las montañezas, y blancas con pintas tras el cuello, como las camperas. Al igual que nosotros, ninguna es pura. El mosaico que conforman se nos antoja precioso, brusco, natural.
A estas, explican por aquí, no se les corta el pico. Dicen que no son tan agresivas e inquietas como las ponedoras. Paradójicamente, estamos presenciando un acto de canibalismo. Una de ellas ha muerto y cinco intentan comérselas a picotazos.
“Con los semirrústicos se está pensando implementar un sistema de pastoreo en el que solo se requiere el 30 por ciento del pienso que normalmente consume un animal; el resto de la alimentación se produce en la misma granja: puede ser yuca, maíz o, en fin, lo que se siembre. También se precisa cercar el área donde soltarán a estos animales por el día, para que coman hierba e insectos.
“Se trata de aves más fuertes que te permiten pastoreo y otras condiciones de crianza, son una mezcla entre el montañez y el campero, por eso salen así: unas carmelitas, otras giras”.
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Los techos de fibrocemento de las naves fueron reforzados ante la proximidad de huracán Ian. (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)
No se trata de un universo paralelo, aquí puede ocurrir también lo que sea que ocurra en el resto del país, con la misma intensidad, con los mismos tiempos. La pandemia aquí también golpeó. En determinado momento, de cincuenta trabajadores, solo quedaron trabajando 12 en toda la UEB y hasta sufrieron la pérdida de dos compañeros de trabajo.
No se trata de un universo paralelo, vale insistir. En aguacate también se sufre el problema de la migración. Dice Anisleydis que ya perdió la cuenta de todos los que se fueron “a pasear por los volcanes” y siguieron rumbo norte, en una travesía que, por ahora, no conoce de regresos.
Es delicado el tema, hay gente valiosa que se “esfuma”. Valiosa a tal grado que Anisleydis —bromea, pero medio en serio— está loca por que cierren lo más pronto posible la frontera, para que desistan de irse algunos imprescindibles, que tanto en lo emocional como en lo profesional le dejarán un hueco.
EN LA GUARDERÍA
En la Congreso II la tecnología es distinta. Aquí solo están animales de pocos días de nacidos en jaulas metálicas de distintos niveles. Para la mayoría de la gente, lo que hay ahí son pollos recién nacidos. Los especialistas, sin embargo, diferencian como si fuese demasiado obvio a los que tienen dos días de los que tienen seis y a los que tienen seis de los que tienen diez.
En unos pequeñísimos tanques tienen agua y por otro conducto les llega el agua también, a través de pipetillas metálicas. Nadie sabe cómo, por instinto tal vez, pero estos animales, desde que llegan, saben que si presionan la pipeta bajará una gota.
Crías de pollo se alimentan en la granja Congreso II (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)
Moso insiste en que la calidad del pollito que reciben es una de las cosas que más les afecta. “Llevamos tres o cuatro años en que la calidad del pollito es mala y, por tanto, la mortalidad es excesiva. Durante la primera semana, ellos tienen un 2.5 por ciento de plan de mortalidad, sin embargo, en este grupo que estamos iniciando, hemos tenido ese mismo índice de muertes en un solo día. La causa puede estar en los reproductores: su edad, enfermedades, niveles de infección en la planta de donde provengan…”.
“Desde que llegan hay que suministrarles calor, porque se te pueden asfixiar, se empiezan a amontonar por el frío y se ahogan. Esta etapa que pasó coincidió con el verano y por eso nos fue bastante bien. En invierno resulta más complicado porque estos cuartones son bastante amplios y para lograr determinada temperatura allá dentro hace falta poner muchos tanques con carbón encendido y además colocarlos de forma estratégica.
“Los pollitos tienen que estar aproximadamente a 38 grados de temperatura los tres primeros días de edad, y te decía que es complejo sobre todo en esta zona, la más fría del país. El calor es de uno a siete días, pero en dependencia del estado del tiempo podemos estar hasta casi un mes suministrándolo de forma artificial. En el principio sí es el día entero, ya después va disminuyendo la temperatura que requieren.
Las crías se amontonan en las madrugadas de frío, lo que puede causarles asfixia. (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora)
“Aquí recibimos animales de un día de edad, acabados de nacer. Vienen de varias plantas que están en otras provincias: Artemisa, Pinar del Río, Matanzas, Villa Clara… El corte de pico se realiza entre el quinto y el décimo día de vida del animal; esa es la fecha establecida. A veces nos pasamos un poco, en dependencia de la vacunación. A los 70 días se les recorta el pico nuevamente. El picado tiene que efectuarse en un margen mayor de 48 horas, antes o después de las vacunas, porque la vacuna es un estrés y el corte de pico también. Eso sobrecarga al animal. Algunas vacunas se aplican disueltas en agua o por aspiración pulmonar, otras mediante un pinchazo”.
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A Yosdán Hormoso Romero le dicen Moso, por el apellido, y parece ser, aquí, quien más conoce sobre aves. Funge como jefe de producción de la UEB, tiene 38 y estudió, años hace, un técnico medio en veterinaria.
Lleva veinte años caminando sobre estas hierbas, entrando y saliendo de estas naves
Se ve noble Yosdán y habla bajo, pero con una seguridad que aplasta; con señorío casi perfecto sobre el tema, que a veces viene precedido por un “Yo no domino por completo ese asunto, pero…”.
Moso es, a todas luces, un tipo metódico y disciplinado en lo que se propone. No le basta con ser quien más sabe de cualquier cosa en la granja. Moso colecciona plantas. Más tarde las veremos.
Cientos de especies de orquídeas florecen con incontables tonalidades y formas, colgadas del techo, sobre las mesas, en tierra, abonadas con pedacillos de corteza de pino y trozos de carbón. Moso las señala y las menciona por el nombre científico y dice de dónde son autóctonas: que de lomas del norte, que de los humedales del sur, que de otras tierras…
En el centro del patio, diminutas carpas custodian un estanque artificial en torno al que, sin permiso del minucioso dueño, se abrieron paso, enormes e intrusos, los helechos. El resto es, así de sencillo, lo hermosamente inconcebible.
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