Por José Rivera Rosales
Hace algún tiempo me referí a la cuestión del Marabú, pero siendo un problema viejo y con tanta atención que hay puesta en Ciencia e Innovación, Resiliencia, Transversalidad, Proactividad y un montón más de esas nuevas categorías, llegadas a la moda en el ámbito de las Ciencias, aquello pasó inadvertido: el atuendo no era apropiado para el momento que transcurría y parece que transcurre aún, pero la cuestión me parece trascendente y no quiero dejarla a un lado, a pesar de los desagradables y espinosos atuendos de la cuestión.
Primero: Hacer carbón por el método tradicional, del horno tapado con hierba y tierra, tiene la cara fea: por muy bueno que sean los precios, no cuadra la caja con el billete: el desgaste físico y de la salud de quien lo produce es enorme y no se justifica, por muy buenos que sean los precios a los que se les pague.
Por otra parte, también hay desventajas para el país y no pocas, a pesar de los ingresos en divisas, que pudiera generar la venta del carbón en el mercado internacional, no cubriría las pérdidas por concepto erosión de los suelos y movimiento de los sedimentos hacia los embalses y los ecosistemas marinos, que generarían, están generando, pérdidas colosales, al dejar los suelos descubiertos y a merced de la erosión y lixiviación de nutrientes, empobreciéndoles, tanto para la agricultura como para la actividad forestal. Estamos, además, dejando de hacer una importante contribución a la captura de Carbono atmosférico, algo con lo que estamos comprometidos en acuerdos internacionales.
Es bien conocido también, por los edafólogos, los enormes beneficios que produce el Marabú a los suelos. Es un mérito que no debemos negarle a una planta que tanto hemos aborrecido.
Entre tanto, marabuzales abandonados en diferentes áreas, con diferentes suelos, han sido sustituidos por la vegetación natural (secundaria) casi completamente y en algunos casos totalmente, en periodos en el entorno entre los 20 y los 30 años de haber quedado abandonados.
Por otra parte, es también bien conocido los daños que producen a los suelos la reclamación de las áreas cubiertas de Marabú por medio de desbroces, algo que no pocas veces va vinculado a la producción de carbón de Marabú.De modo tal que, por lo que sabemos hasta ahora, la mejor manera de reclamar para la agricultura las áreas cubiertas por Marabú es mediante procedimientos de agro silvicultura, propiciando su sustitución paulatina por especies de valor agrícola (frutales, por ejemplo, también vegetales de sombra) o forestales y fomentando la apicultura en las áreas reclamadas: no son pocas las plantas de las que participan en nuestra agricultura que pueden fomentarse dentro de los marabuzales, que recibirían, además, los beneficios de las bacterias nitro fijadoras para su nutrición.
Asimismo, en las áreas afectadas por la minería en Moa, pudo haberse privilegiado al Marabú, en lugar de la Casuarina, que tiene otras graves implicaciones ecológicas para las playas, principal recurso de nuestra industria turística, lo que deberá tenerse en cuenta en los casos de las mesetas San Felipe y Cajálbana, cuando, en su momento, haya que restaurarlas.
Esto tiene como valor agregado la protección de los embalses y de los ecosistemas marinos, sobre todo los arrecifes de coral, que recibirían una inferior carga de sedimentos y de nutrientes y que, ya sabemos, han sido bien golpeados por las malas prácticas agrícolas y forestales.
Yo pudiera estar equivocado, pero muchos años de observación en campos de todo el país, me hace pensar que, si desde un inicio lo hubiésemos pensado mejor y, en lugar de detestarle, como hacemos hoy, por su condición de exótico e invasor, debiéramos erigirle un monumento como aliado.
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