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martes, 26 de noviembre de 2024

Ferretería erótica

Cuando la fantasía acompaña a la pasión, tener un pañol de herramientas puede ser algo divertido...

Mileyda Menéndez Dávila
en Exclusivo 02/01/2024
1 comentarios
“Mejor vamos a una boutique, mi cielo…”
“Mejor vamos a una boutique, mi cielo…” (Jorge Sánchez Armas / Cubahora)

Lo que se hereda no se hurta, dice el refrán, y yo heredé de la línea Menéndez una pasión extrema por las herramientas, cualquiera sea el oficio para el que fueron concebidas.

Cuando digo pasión, me quedo corta: es lujuriosa obsesión de contemplar, oler, poseer, acariciar y organizar todo tipo de hierros, desde el más simple cincel hasta las maquinarias de estructuras sofisticadas y propósitos sorprendentes.

Para que me entiendan mejor: dice Jorge que él se atreve a llevarme a una boutique de zapatos o lencería con los ojos cerrados y el corazón ligero, pero si pasamos cerca de un basurero o una ferretería me aprieta firme la mano y apresura el paso, porque sabe que si me deja entrar tendrá que usar mucha fuerza para hacerme emerger de la cacharrería.

(Lo del basurero se los explico en otro momento. Y tiene que ver con reciclaje, no con misofilia, que conste). 

No me da pena reconocerlo: hay algo muuuy erótico en todos esos objetos de diseños y pesos diferentes, y tal como una dominatriz tiene su Cuarto Rojo y su uniforme de “trabajo”, yo sueño desde niña con tener un pañol donde exhibir ese tipo de tesoros: los comprados y los que heredé de mi padre, que ahora, tristemente, son todos.

Para mí es casi orgásmico cuando alguien está haciendo un trabajo manual en casa y pregunta: “¿No tendrás por casualidad un destornillador… (o martillo, o pinza, porque la gente empieza por lo básico, como en el sexo)?”, y mi respuesta inmediata es: “¿De qué tamaño lo quieres?”.

Freud diría que soy un caso típico de Complejo de Electra, porque el asunto empezó con el primer divorcio de mis padres, cuando yo tenía dos añitos. Mi papá venía a buscarnos para “pasear”, y esas horas se iban en reparar carros o motores eléctricos (o en basureros… Ya les dije: algo muy especial).

Mientras mi hermano se aburría en el asiento de la camioneta, yo revoloteaba cerca de mi héroe e iba alcanzándole las herramientas que pedía, orgullosa si podía identificarlas y mortificada con su rostro de decepción si no lo lograba.

De vez en cuando me acercaba a oler su poderosa masculinidad paternal de grasa, acero y sudor, y a la vuelta me hacía la dormida para que me cargara, y como un gato me amoldaba a su pecho y su barba mientras apretaba en una mano alguna tuerca o pedacito de cable, o una herramienta ganada dignamente con  mi “cooperación”.

El caso es que aún me gustan esas “cosas de hombre”, de manera enfermiza según algunas parejas que tuve, celosos de mi inocente capacidad de verles algún uso “divertido” a un vulgar sacabocados, un doblatubos, una tenaza de presión, un manguito calibrador… y no detallo más porque me pongo nerviosa y salen errores de tipeo.

Con el tiempo descubrí otro tipo de herramientas, diseñadas especialmente para perseguir el placer, y tuve la suerte de que algunas personas generosas me obsequiaron varias de ellas (y yo a mi vez regalé un par a gente que le daría buen uso), pero sigo enamorada de los hierros, con fines prácticos y fantasiosos, porque la imaginación es el mejor recurso en este oficio de sexar, ya sea en público o en privado.

Comparativamente, entre los hierros y los juguetes sexuales, las cosas son así:

Ventajas de los primeros: son casi irrompibles, no hay que guardarlos en la gaveta del refri (como el forro de silicona de los dildos), muy pocos necesitan baterías o corriente alterna y los puedes prestar sin que parezca depravación.

Desventajas: hacen mucho ruido, a veces necesitas de una mano poderosa que los haga funcionar y el riesgo de que me los roben es mayor cuando hay hombres cerca.

Cualidades equiparables: Ambos necesitan lubricantes para extender su vida útil y ofrecer una mejor experiencia; un error de uso puede causar graves daños, así que lo más recomendable es contar con protección; cuando alguien los ve en mi cartera se escandaliza, porque una mujer promedio no anda con eso por la calle; son carísimos, si los quieres de calidad, y algunos son tan específicos que cuesta trabajo adivinar qué función tienen.

Y la mejor de todas, a mi juicio: cuando muestro fotos de ambas colecciones en el grupo wasapeño de Senti2, o llevo ejemplares a algún taller del proyecto, se desborda una vibrante y divertida imaginación grupal que derrumba muchos prejuicios, de esos que estorban para ser feliz.


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Mileyda Menéndez Dávila

Fiel defensora del sexo con sentido...

Se han publicado 1 comentarios


Antonio Torres
 5/1/24 15:04

Me encantó muy interesante y educativo ,con las palabras muy bien escogidas y la comunicación excelentemente lograda,Gracias

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