sábado, 21 de septiembre de 2024

La medalla son mis alumnos

Podemos ser profesores de Español, Matemática o Historia, pero no solo hablemos de verbos, ecuaciones o pasajes históricos. Es preciso enseñar a pensar y a amar...

Julio Cesar Sánchez Guerra en Exclusivo 22/12/2023
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Maestros jóvenes
Sé que hay maestras y maestros como Elia en mi país, sin embargo, no quiero que termine el año sin que sepa siempre, que ella echó semillas en el surco, y con la lluvia, y un poco de sudor, hace posible que brote en el alma de un niño, algo luminoso parecido a la primavera.

En el día del educador, desfilan por la memoria tantas voces anónimas que armaron saberes y afectos entre las paredes del aula.  Hoy no hablaré de Leo, mi maestra de primaria, imagen borrosa donde no se apaga la alegría de verse rodeada de niños, y por eso no la olvido.

Ni de Isthar Medes voy a hablar, que en un batey de guajiros defendía el amor. Tampoco quiero evocar la historia de aquel maestro de Física que se concentraba tanto en explicar la ley de inercia, que no se enteraba de las tizas mal tiradas que chocaban contra la frente de la verde pizarra.

Hoy me urge hablar de una profesora de español. Es que muchas veces mi hijo más pequeño llegó del preuniversitario hablándome de sus clases y de una señora mayor, jubilada, con una ternura sin límites. Elia es su nombre. Comentaba de cómo la profe los seducía llevándolos con preguntas, historias, poesías y documentos a distintos rincones de la geografía o del alma.

“Sabe de todo, papá”, me dice emocionado, como si por sus ojos pasara algún descubrimiento, un verso conmovedor, José Martí en un carro de hojas verdes, o los abrazos de Romeo y Julieta al borde de la noche.

Elia no se molesta ni les grita a sus muchachos, ella da los “buenos días” como una madre que acaba de despertar a sus hijos. Desde el amor construye todo lo demás. Invita a pensar como si no enseñara y deja que cada alumno llene su equipaje de asombros y preguntas.

Sentí necesidad de conocer a la profesora de Español del preuniversitario Celia Sánchez Manduley de la Isla de la Juventud. Tuve frente a mí, a una de esas personas que dejan ver, como a una bandera, la frase centelleante de José de la Luz: “Instruir puede cualquiera. Educar solo quien sea un evangelio vivo”.

Fue maestra Makarenko y subió el Pico Turquino. Su viaje por el magisterio cubano la llevó a escalar por el alma de sus niños. Dice que a un estudiante jamás hay que castigarlo sacándolo del aula, pues algo parecido a la derrota hay cuando eso sucede.

Me comenta que en cada casa no hay nada más importante que un niño. Esa persona tan especial para la familia es la que ella recibe en el aula. Ante la pregunta sobre los retos de la educación en estos tiempos, ella asegura que es una interrogante difícil, pero que hay que poner todo el protagonismo posible en los jóvenes.

¡Cuántos maestros como Elia Tortosa necesitamos! Profesores que no den espacio a la pedagogía del grito y sí a la de la ternura. Educadores del diálogo y las preguntas; esos que saben que de los niños y jóvenes también se aprende.

Podemos ser profesores de Español, Matemática o Historia, pero no solo hablemos de verbos, ecuaciones o pasajes históricos. Es preciso enseñar a pensar y a amar. El mundo es complejo y muchas veces no tenemos contacto con la realidad sino con una representación manipulada de esta. ¿Cómo navegar, por ejemplo, por Internet sin la brújula de la cultura?

¿Cuánto puede hacer un maestro para dar a sus alumnos herramientas de emancipación, respeto y dignidad, ahora que nuestros muchachos son más inquietos y llegan a las aulas repletos de aditamentos tecnológicos? Expresa Elia que ella llegó tarde a las tecnologías, pero eso no le ha impedido educar, conmover, estar al tanto de los descubrimientos de la ciencia y soltar en medio de la clase unos versos tremendos de Vallejo.

Guy Deboard aseguraba que los jóvenes han sido autorizados a elegir entre el amor y la basura… No sé cuántos escogen la basura, pero sé que Elia pone sobre la mesa del aula la opción del amor.

¿Reconocimientos? Nunca los buscó. Su humildad es otra lección de humanidad, y afirma con orgullo: “La medalla son mis alumnos”.

Puedo asegurar que mi hijo y tantos más que pasaron por las aulas donde Elia enseñó alguna vez, se van como ríos crecidos, llevando en el más allá de las aulas la alegría de aprender de una maestra jubilada que cumple con su deber con la sencillez que predicaba el Apóstol.

Sé que hay maestras y maestros como Elia en mi país, sin embargo, no quiero que termine el año sin que sepa siempre, que ella echó semillas en el surco, y con la lluvia, y un poco de sudor, hace posible que brote en el alma de un niño, algo luminoso parecido a la primavera. Hay muchos maestros que ya no están y siguen vivos en el amor de sus alumnos como una medalla que brilla en el silencio de los homenajes.


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Julio Cesar Sánchez Guerra

Pinero de corazón. Pilonero de nacimiento. Cubano 100 por ciento. También vengo de todas partes y hacia todas partes voy. Practicante ferviente de la fe martiana. Apasionado por la historia, la filosofía y la poesía.


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