Una biblioteca es el mejor lugar para soñar el futuro, bebiendo del pasado y de la sabiduría de quienes lo habitaron… Es el mejor lugar para hacer reposar el presente y construirnos un camino digno, como seres humanos y sujetos sociales.
Lo aprendí, tal vez no con tanta profundidad, desde que era pequeña y mi pasión por la lectura se satisfacía con los libros que existían en mi casa. Pero creció más y superaba los horarios escolares y los ratos libres entre los turnos de clase. En aquella pequeña biblioteca de mi escuela primaria, encontré sosiego. Allí, donde los estantes me parecían enormes y la cantidad de libros en ellos, un reto; me di cuenta que lo más importante -y que reconozco hoy- es que en esos predios de la literatura habitaba una mujer imprescindible.
¿Cómo encontrar un libro entre tantos, cómo saber de qué trataba? ¿De qué manera solicitar un préstamo, cómo incluir sus datos en una ficha bibliográfica y entender la organización de un catálogo? Eso y mucho más nos enseñaba Adela, la paciente mujer que quería sembrar en nosotros el respeto y el amor hacia ese cúmulo de conocimientos y entretenimiento del que disponía, con humildad.
En una biblioteca, sin dudas, debe coexistir junto a las riquezas infinitas de las páginas y las imágenes, una persona como ella, dotada de sensibilidad y entrega que no se limite a orientar, explicar, sugerir…sino también a ver más allá de lo que escrito está.
Hoy, 7 de junio, cuando celebramos el Día del Bibliotecario en nuestro país, en homenaje al nacimiento de Antonio Bachiller y Morales, considerado el padre de la bibliografía cubana, debemos reconocer el trabajo de esas personas que, seguidores de su filosofía de trabajo, nos hacen ver que una biblioteca no es un simple local, de paredes frías y libreros empolvados; profesionales de la ciencia del saber que encuentran en cada uno de esos tesoros un motivo para vivir.
EL SABER DETRÁS DE LO LEÍDO
Hace más de cuatro mil años quedaron instituidas las bibliotecas, aunque en sus orígenes en los templos de las ciudades de Mesopotamia, se concibieron de forma semejante a lo que hoy conocemos como un archivo, con la misión de conservar y registrar documentos relacionados con la actividad religiosa fundamentalmente, hechos en tablillas de barro. En Egipto, donde existían las Casas de los Libros, para la documentación administrativa y las Casas de la Vida, para el estudio de escribanos que copiaban además las grandes colecciones, primaban los rollos de papiro.
Como antecedentes más cercanos de las bibliotecas actuales, podemos referirnos a la antigua Grecia, donde se generalizó el acceso a la lectura y al libro, sin que este estuviera ligado a la religión. La Biblioteca de Alejandría o la de Pérgamo son de las más conocidas, en tanto se crearon con la voluntad de reunir todo el conocimiento social de su tiempo y dejarlo a disposición de los sabios. Mientras, en Roma, se fundó la primera de estas instituciones con carácter público de la que tenemos conocimiento, gracias a Polión.
Durante la Edad Media, época oscura en la que el conocimiento era controlado por la iglesia, poco se avanzó en ese sentido hasta que siglos después, con la creación de las universidades y la invención y difusión de la imprenta se crean las nuevas bibliotecas universitarias, al tiempo que el libro llega a nuevos sectores de la población.
En el Renacimiento, el rey Matías Corvino de Hungría fundó en su palacio la más grande biblioteca de aquel entonces, después de la del Vaticano, con más de 3 mil libros, la que fue destruida después durante la invasión turca de 1526.
Numerosas bibliotecas fueron creadas después en Austria, España, Francia, Italia, Inglaterra y otras naciones europeas, así como en Estados Unidos. Se dejaba atrás ese “control” eclesiástico y académico y se defendía una nueva concepción.
A pesar de que, con el tiempo, se aceptó cada vez la idea de que todos tenemos derecho al libre acceso a la información, tres corrientes han determinado el pensamiento bibliotecario del siglo XX. Según la Europa Continental, solo las bibliotecas de investigación son las auténticas, mientras que las públicas solo tienen una misión educativa. La concepción anglosajona, por el contrario, defiende el interés por difundir la información y la biblioteca es uno de los medios para ello y la concepción socialista, visualiza a la biblioteca como un instrumento clave en la educación.
Cuba, un país en el que elevar el nivel cultural de su pueblo es una de sus prioridades, muestra un desarrollo bibliotecológico constatable. La formación de profesionales de este perfil, capaces de investigar y orientar, crece teniendo en cuenta el desarrollo en este sector y las demandas de nuestro país al respecto.
Una figura insigne como Antonio Bachiller y Morales es uno de los ejemplos a seguir en este ámbito, pues su producción investigativa en torno a la bibliografía o biblioteconomía, es vasta y la primera con suficiente amplitud. Su obra Apuntes para la Historia de las Letras y de la Instrucción Pública en la Isla de Cuba, publicada entre 1859 y 1861, es una de las contribuciones más importantes al estudio de la bibliografía hispanoamericana y al análisis de los progresos alcanzados por la civilización en Cuba.
José Martí lo calificó de “americano apasionado, cronista ejemplar, filólogo experto, arqueólogo famoso, filósofo asiduo, maestro amable, abogado justo, literato diligente y orgullo de Cuba”, como lo deben ser quienes trabajen en las bibliotecas, espacios desde donde podemos sentar las bases de nuestra vida, si contamos con su guía.
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