Si algún día tuviera que irme, me llevaría las letras con las hoy escribo y el vestido negro con mangas de encaje que tanto le gusta a Lianna. Me llevaría las fotos de carnet que hay en la gaveta, aquella de mis 15 en la que
salimos los cuatro y unas cuantas en blanco y negro de cuando los abuelos eran jóvenes.
Me llevaría el último aguacero de noviembre, unos guantes por si hace frío, medicamentos para la gripe, el anillo de oro que me regaló Mamá, una sábana y unos cuantos dólares. Me llevaría el conejo de peluche que he tenido siempre, la muñeca de trapo con el pelo verde que me hizo abuela Nancy, los caracoles que le quité a todas las playas a las que fui, el libro de Gabriel García Márquez y uno de Padura, con la amapola marchita en la página 123.
Me llevaría un pan con huevo de los que hacía abuela Sara cuando yo era pequeña, la banderita cubana que tengo en el cuarto, la firma de mis amigos, el escudo que hay en el aula y mi taza de café, por si allá no hay otra igual. Me llevaría el malecón habanero, tres adoquines de Obispo, el fantasma de una paloma que solía vivir en el parque de Bayamo, el timbre de mi primaria, un carnaval y veinte puñados de la tierra que ahora piso.
- Consulte además: Los alardes de Ismael
Me llevaría el “Yelita” de mi abuelo Orlando, lo que aprendí en la escuela, el hormiguero de la mata de guayaba, la carterita azul que tejí a los trece y los huesos de todas las mascotas que enterré en el patio. Me llevaría el olor de mi hermana guardado en un pomo, el ladrido de mi perro en la grabadora del teléfono, un columpio hecho con la llanta de la bicicleta grande, una matica de mango y un gorrión.
Me llevaría las cicatrices que se me borraron, la callecita en la que abuelo Roberto me enseñó a montar bicicleta a los cinco años una azucena, una agenda para escribir y aquellas cartas que tanto quise romper.
Me llevaría los sonidos del martillo de Papá, los regaños en los que le hacía muecas cuando ya no podía verme y esas las lágrimas que no soltó delante mío cuando abuelo Orlando ya no estuvo.
Me llevaría todas las veces que Mamá sonrió y dejaría las que le faltan para recogerlas a la vuelta. Me llevaría los sueños de mi hermana, para ver si se los cumplo por allá. Tragaría lo amargo y lo insipiente, procurando el ardor de quien bebe por despecho, y me resignaría a odiar todo el espacio que me falta, porque la vida no cabe en una maleta.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.