sábado, 28 de septiembre de 2024

Contrapuestos

Pero algo tiene Cuba para poner a dialogar, o por lo menos a mirarse de frente –nunca mejor dicho y ahora verán por qué– a los lados contrapuestos de las desavenencias universales...

Mario Ernesto Almeida Bacallao en Exclusivo 22/08/2021
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Contrapuestos
Él, que de este lado de la “esférica” tiene más en común con ella de lo que los dos se imaginan: ambos acentos nos hablan de tierras remotas, de culturas milenarias. (Mario Ernesto Almeida Bacallao / Cubahora)

Los cubanos somos víctimas de un “medio mundo” de distancia y de la narrativa occidentalista de la realidad, la historia...

Para nosotros, la comprensión del Oriente Medio –término eurocentrista; sería más justo etiquetar: suroeste de Asia/ noreste de África– se resume a una mitológica violencia cargada de extremismos, guerras de las cuales ya “nadie” recuerda inicio o se aventura a calcular término.

Poco o nada conocemos, en realidad, de los vecinos del Mediterráneo oriental y del Golfo Pérsico. Poco o nada nos dicen los mutilados y fríos cables de prensa que los informativos de la TV congelan y mutilan más aún.

Pero algo tiene Cuba para poner a dialogar, o por lo menos a mirarse de frente –nunca mejor dicho y ahora verán por qué– a los lados contrapuestos de las desavenencias universales.

Hace menos de dos meses, descubrí, casi por casualidad, que una amiga, prácticamente familia por el cariño durante años profesado, pertenece al pueblo judío.

Nació en la URSS, en el territorio de Ucrania, y desde los años ochenta vive en Cuba, donde nació y se formó su hijo, quien habla cubano como el cubiche que más y ruso como el más auténtico de los Balcanes.

El dato vio la luz tras una alusión mía al diferendo palestino-israelí. Hubo sorpresa, breves segundos de vertiginoso intercambio de criterios, como para “catar” posturas, y un aborto instantáneo de la temática, al percatarme de que la discusión no llegaría a ninguna parte, o por lo menos no desde lo superfluo de una charla a puerta de calle.

De entrada, poseíamos enfoques distintos y tenía yo –tengo– conocimientos finitos sobre la disputa.

A pesar de evitar el tema, alguna que otra vez volví a escucharle apologías dedicadas a Israel y alguna que otra frase hostil contra los “árabes”.

Pero el mundo es pequeño, demasiado, y Cuba, insisto, resulta hermosamente rara; surrealista, ilustraría Carpentier.

El miércoles, esta amiga me pidió que la llevase al hospital. Los pasillos yacían completamente vacíos, eran poco más de las dos pasado meridiano, 18 de agosto, Matanzas, Cuba; centro asistencial Faustino Pérez.

Más tarde, ella habría de marchar recalcando que el diagnóstico lo acabó haciendo la doctora cubana y, si de surrealismo hablamos, veríamos a la salida del hospital a un señor sobre una mula, llevando encima de ambos –la mula y él– el esqueleto de una mesa sin tabla con las patas hacia arriba.

Pero lo verdaderamente extraordinario estaba por ocurrir en la neutral consulta oftalmológica.

“¿Usted es el médico de guardia?”, pregunté.

“No, soy residente”, fue su respuesta.

El lenguaje extraverbal hizo lo suyo y mi compañera se sentó en la silla y respondió sus preguntas y colocó el mentón y la frente justo donde él le había indicado. Persiguió con sus pupilas el chasquido de los dedos que su atención llamaban, primero a la izquierda y luego a la derecha. “Mire para acá… Ahora acá”.

No se advirtió el mínimo gesto de empatía, porque hay cosas que no cambian de un día para el otro y que los cubanos poquísimo o nada comprendemos, por culpa –quién sabe– de aquello del “medio planeta” de distancia y por la forma occidental y trunca de asimilar el mundo.

Pero ella, hija y nieta de judíos, estaba allí, poniendo la suerte de sus ojos en los ojos y la mente de él.

Él, sí, él, que sin esconder nervios se atrevió, con sus dedos, a recolocar suavemente la cabeza de ella.

Él, sí, él, que de este lado de la “esférica” tiene más en común con ella de lo que los dos se imaginan: ambos acentos nos hablan de tierras remotas, de culturas milenarias. ¿Contrapuestas?

Su barba oscura con dificultad se apiñaba en la custodia “nasobuqueana”. Tenía una frente hidrocefálica y un pellejo mulato algo distinto al pellejo de la media de los mulatos de acá.

Por tener, también tenía, cocida al pecho de la bata, la bandera roja, negra, blanca y verde del tristísimo pueblo palestino.


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Mario Ernesto Almeida Bacallao

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana


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