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lunes, 25 de noviembre de 2024

Somos la humanidad que se encuentra a sí misma

La nación requiere de toda su savia dispersa y de cuanta persona va a aportarle una porción de sabiduría…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 18/11/2023
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Monumento a José María Heredia en las cataratas del Niágara. (Tomado de la web de la AHS)
Monumento a José María Heredia en las cataratas del Niágara. (Tomado de la Web de la AHS)

La emigración cubana es un proceso histórico que ha tenido muchas facetas y ha participado en la conformación de la identidad nacional. No se concibe la modernidad sin que se escuchen los ecos de un espacio mundializado, que desde que se comenzó a conectar ha hecho que las esencias estén en una constante mezcla. Cuba surgió como resultado de los flujos humanos que a lo largo de siglos fueron estableciéndose en nuestras tierras con diversos intereses. No hay en ello nada nuevo, ni que deba reivindicarse, sino una realidad pura y eficiente en sí misma. Cuando José Martí estaba planificando lo que sería la cuestión política de nuestra república, lo hizo fuera del archipiélago, de hecho, bebió de las tradiciones más universales tanto de Nuestra América como de Europa. Y es que no hay que sentir pudor ante procesos tan orgánicos como la cultura que fluye y que está en un renacer perpetuo a partir de la confluencia de saberes, sentires, incluso de las desavenencias y sinsabores.
 

Hay que tener en claridad que nada de lo que se haga para deconstruir la nación cubana tiene que ver con un fenómeno migratorio, sino que, al contrario, para tener una imagen exacta de lo que somos se debe concurrir con la Cuba dispersa que se hace en la diáspora. Existe una producción interesante en materia literaria, musical, teatral, pictórica, que ve a la nación a partir del tamiz de la distancia y que la recrea con sus derroteros más puntuales. Aquí hay que mencionar a José María Heredia y su Oda al Niágara como uno de los momentos cumbres de la visualidad poética cubana, establecida a través de la nostalgia, la pérdida y el reencuentro. El poeta ve a la patria a través de la gélida realidad de un mundo distante y posee la fuerza telúrica para construir un discurso en el cual quedan borradas las barreras físicas. Se los entrega una imagen de la cubanía dada no solo por los lugares que le son más comunes, sino por una ubicuidad que la define y la conforma como algo universal.
 

Pero es que el propio Martí supo narrar como nadie desde su cubanidad la historia de países como los propios Estados Unidos o de momentos tan alejados como los pueblos de la antigüedad. La cultura no está definida solo como un remanso de bellas artes, sino como el espacio de conflictos en el cual se resuelven o se perpetúan las diferencias que van a ser esenciales en un dinamismo identitario dado. La filosofía de Varela tuvo que ver con esa visión del mundo que no se quedaba detenida en los claustros de la pequeña colonia española, sino que iban hacia la grandeza de un proyecto de país que tendría necesariamente que construirse desde lo más sabio, virtuoso y moral. Y allí también hubo emigración, movilidad, dispersión de los significantes. Cuba no se hace solo de las piedras o de la tierra que la componen físicamente, sino que es un espacio espiritual que se habita desde la comparecencia de personas y de sus pensamientos. Cuba deviene en una praxis total, que solo es aprehensible a partir de conocerla desde lo más hondo y tener conexiones emocionales que nos hagan sus hijos. En ese panorama hay que moverse en el presente para lograr una reconexión. No solo porque allí se definen los fundamentos de lo que vamos a construir en las próximas eras, sino porque existe una imperiosa necesidad de justicia y de reivindicación de la Cuba dispersa. Más allá de las incomprensiones, de los dolores de las circunstancias, se impone lo que nos une como un ente común en la cubanidad.
 

La nación requiere de toda su savia dispersa y de cuanta persona va a aportarle una porción de sabiduría. En eso reside lo que somos. Cuba es un espacio que constantemente de construye desde las aristas más contradictorias. ¿Pudiera pensarse el país sin la obra de José Martí, que en una gran porción es un reflejo del mundo? El Maestro nos enseñó a ser humildes, cuando nos dijo de la vanidad del aldeano que no ve más allá de las distancias que le impone su pequeño pueblo. Y no se refiere a la cuestión de lo rural, ni de lo alejado del cosmopolitismo, sino a la inmensa valía de observar lo trascendente en todo y de validarlo. Cuba posee una porción de mundo que está expresada por esa dispersión, por esa disparidad de saberes que se va nutriendo y que no se detiene en lo local, ni un estanco determinado. Hay poesía en la prosa de Martí cuando se refirió a las escenas norteamericanas y tuvo a buen tino reflejar la vida en las calles de aquella nación tan relacionada con la nuestra por muchos motivos.
 

Hay que validar vías para que Cuba, la nación objetivamente espiritual, no se detenga en el espacio de lo físico y vaya hacia el horizonte más noble de lo compartido. Allí están el abrazo entre los hermanos, quienes saben compartir el sendero en la búsqueda y el hallazgo de un sentimiento humano. Porque la patria es ese elemento de universalidad. Martí lo dijo, somos la humanidad que se encuentra a sí misma.
 

Lezama, gran constructor de lo cubano, no se movió de Cuba, pero supo hallar lo más mágico del mundo en lo más íntimo de la nacionalidad. Deberíamos imitar procederes como el suyo que no son para nada imágenes petrificadas, sino todo un universo en movimiento. En esa teleología de la insularidad se lleva el honor entero de generaciones que lo dieron todo y que creyeron en lo posible de un país independiente. Pero no se define ello solo con lo territorial, con lo terrestre en el más pedestre sentimiento, sino con lo que abarca las zonas de esa Cuba nuestra, la que se emociona, la que puede llegar al dolor y la tristeza, la que aspira a un mejoramiento.
 

El Maestro no está ausente de esos momentos de conciencia, sino que él mismo ha sido el artífice. Su propia existencia marca la permanencia de un Cuba que no es física sino el país de los afectos. Ir en la senda es el ingrediente que debemos tomar. No solo porque ahí hay una justicia enarbolada, sino para que la historia no pierda su esencia y podamos afincarnos.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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