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La situación institucional y política en Sudán empeoró primero con el derrocamiento de Omar Hasàn al Bashir en 2019 y con la deposición del primer ministro de la transición Abdalá Handock en 2021.
Sudán, el país más extenso de África hasta 2011, entró en una fase de deterioro institucional acelerado luego del golpe de Estado de 2019, con el cual los militares derrocaron a Omar Hasan al Bashir, quien procedía del sector castrense.
Al Bashir quedó apresado en una enmarañada red de problemas socioeconómicos y la aplicación de medidas neoliberales que generaron un masivo rechazo popular con manifestaciones y víctimas. El Ejército le derrocó en 2019 para iniciar un proceso de transición, ahora prácticamente congelado.
Tales antecedentes pusieron en duda la capacidad de las fuerzas de seguridad de garantizar la estabilidad sudanesa, mientras que en la cúpula golpista comenzaron a aflorar grietas respecto a quiénes y cómo deben conducir la transformación, mientras se multiplicaban las demostraciones callejeras,.
La situación empeoró cuando en 2021, Abdelfatah al Burhan, perpetró otro golpe de Estado esa vez contra el primer ministro de la transición, Abdalá Handock, lo cual reforzó la desconfianza sobre los intereses de las autoridades y ahondó las contradicciones respecto al período de trànsito..
El debate en la vida pública escaló y el germen de la discordia mutó a morbo letal, cuando las armas comenzaron a sonar en abril pasado y el discurso de los rivales fue más acerbo al anunciar que se traspasó el “punto de no retorno”.
La guerra actual plantea al menos tres grandes peligros para Sudán y su entorno: volver a dividirse territorialmente como ocurrió con la separación de Sudán del Sur en 2011, la exacerbación incontrolable de los enfrentamientos entre comunidades y la expansión del conflicto al contexto subregional.