Aún no me lo creo. Sabía que iba a luchar, soltar la vida en cada salto, pero eso, lo que hizo, confieso no haberlo imaginado. Yarisley Silva empuñó la pértiga como nunca antes, consiguió lo imposible, tocó una nube, le puso firma y de paso entró al olimpo.
Una plata bajo los cinco aros no lo consigue cualquier mortal y mucho menos derrotando a bestias hermosas y diosas de leyenda (ya saben de quien hablo).
Este lunes la cubanita entró a la historia, batalló hasta el último minuto y casi le arrebata el oro a la estadounidense Jennifer Suhr, llorosa en el ocaso con la aureola ceñida a base de kola loka.
Permítanme contarles. Nuestra inmensa pinareña (no de tamaño, claro está) comenzó la competencia con 4,45 metros y, coincidentemente, esa fue la altura que la privó de la corona.
Resulta que Silva falló el primer intento y su rival inició la actividad con 10 centímetros más. Después comenzó la batalla verdadera.
Solo cuatro atletas vencieron los 4,65 y Cuba toda soñaba tras el vuelo de la antillana, flotando como una pluma sobre la varilla, rebasándola sin dificultades, de un tirón, burlando lo lógicamente posible, la soya y las broncas en el P4.
Ya en 4,70 estaban las medallistas. Quedaba, pues, teñir cada presea y ponerle sello. La lucha era entre Yarisley, la mítica y bella rusa Yelena Isinbayeva, y la ya mencionada norteamericana.
Las tres superan ese monte y acceden a la siguiente instancia. Pero llegó la sorpresa.
Los cinco continentes, me incluyo entre signos de admiración, abrieron la boca y gritaron, soltaron hasta las muelas al ver fallar a la campeona defensora y recordista olímpica.
Yelena no estaba en su noche, no pudo con los 4,75 y les dejó la mesa servida a las chicas del continente nombrado por Vespucio.
Así, después de fallar una vez, ambas americanas sortean el cielo, agregándole picante a una inesperada final.
Llegaron los temidos 4,80 (a partir de esa altura comienzan las Ligas Mayores). La norteña yerra en tres ocasiones, medio planeta se come las uñas.
Viene Silva, corre, obligada a pasar la altura, mas el cielo cerró sus puertas. Allá arriba pasaron el pestillo, pero aquí abajo todos abrimos los brazos, nos abrazamos.
Es esta la primera medalla del atletismo cubano en esta justa londinense, la primera de la pértiga en olimpiadas, una plata con sandunga y guapería, al más puro estilo de este archipiélago.
El bronce colgó del cuello de una diva. Yelena sonrío, saludó al público expectante y luego cayó desconsolada en los brazos de su entrenador. Hasta yo sufrí, para que negarlo. Me mantuve entre un sentido patriotismo, esa tremenda cubanía de todos los que nacimos en este terruño, y la admiración y el respeto a la atleta más espectacular y carismática que ojos humanos han visto (con el perdón de Michael Jordan, Bubka, Phelps, Karelin, Lewis y compañía).
Cuba sigue subiendo en el medallero de estos Juegos. Todavía queda terreno que escalar. Beijing fue un tropiezo, esto es borrón y cuenta nueva. ¿Quién lo duda?
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