Les había hecho vivir una inmensa felicidad; por eso Candelaria entera esperaba a Idalys Ortiz, la muchacha que nació y se crió en el humilde barrio Godínez, la que triunfó en Londres. Cuando apareció el yipi con su campeona olímpica de judo, todos querían saludarla, darle un beso y agradecerle el oro, la entrega, el valor… la alegría que trajo a cada cubano. Y ella, además, les regaló una sonrisa dulce, natural.
Así lo cantaron los poetas durante el recibimiento en la glorieta del parque de este municipio (ahora perteneciente a la nueva provincia Artemisa). En medio de la complicidad de los incontables asistentes, un bardo exclamó: “esta medalla es más grande que Candelaria”.
En instantes, la joven de 22 años se convertía ora en la reina del mundo, ora en la reina de su pequeño poblado. Las autoridades del territorio le entregaron reconocimientos y flores; organizaron un acto para que ella y cada uno de los candelarienses tuvieran un pedacito de la gloria de Londres al alcance de un beso.
“Este gran triunfo es de todos ustedes. Ustedes también son campeones, porque compitieron conmigo. Mientras peleaba, me decía: ‘Mi pueblo me está mirando, está conmigo’. Y eso se los debo a ustedes, que me cuidan, me siguen y continuarán haciéndolo, porque voy a seguir luchando por mi Patria”.
Y con esas palabras hizo que su gente la quiera más. Casi no podía avanzar entre la multitud que intentaba expresarle admiración y cariño. Fue de esa manera desde que la recibieron en Bauta —a la entrada de la provincia—, durante el emotivo trayecto por Caimito, Guanajay y Artemisa, hasta que llegó a casa, igual inundada de vecinos, familiares, amigos y de cualquiera que disfrutó con su medalla.
Le cantaron y hubo conga, fiesta en grande con las puertas abiertas para dar paso a la alegría que, al parecer, no terminará ahora, pues ya Idalys advirtió que su medallero todavía está un poco chiquito, y quiere agrandarlo más.
LA BATALLA DORADA
Dicen que antes de comenzar los Juegos muchos especialistas tenían una certeza: la china Wen Tong ganaría la medalla de oro en la división de más de 78 kilogramos. Había dominado durante una década, en la cual fue siete veces campeona del mundo y titular olímpica en Beijing 2008. Pero una chica con trencitas rojas, azules y blancas (como la bandera cubana) tenía otros planes.
¿Qué importaban las cuatro derrotas anteriores? Ni siquiera sería cautelosa. Nada tenía que ver su táctica con el respeto. La idea era atacar y, al parecer, su majestad Tong no estaba lista para semejante atrevimiento. No se esperaba la irreverencia, que no le dejaran hacer, que le robaran la iniciativa, que intentaran tirarla al tatami como si sus tantos números uno y medallas no sirvieran de nada.
Los jueces aseguran que fue yuko —cosas de los técnicos y las reglas—; sin embargo, para “Lali” y para toda Cuba fue ippon, porque hizo caer de espaldas la ilusión de la asiática. Ahora ninguna de las reinas en las Olimpiadas de 2008 iba a retener la corona. Entretanto, el sueño de esta guerrera llegaba desde Londres hasta Artemisa. Era apenas la pelea por llegar a la final, solo que Idalys ya no creía en rivales, molinos ni gigantes.
Con la misma convicción, fue a por la número dos del mundo, la japonesa Mika Sugimoto, doble monarca del orbe, quien la había vencido también en cuatro ocasiones; la historia sería muy diferente: siempre más combativa, la candelariense terminó por robar la confianza, las energías y el triunfo a la adversaria.
Decidieron los árbitros, porque ninguna había conseguido marcar. No obstante, nadie se preocupó; esta vez no quedaba margen para las dudas. Seguro el Big Ben dejó de sonar por algunos instantes, para luego hacerse escuchar aún más alto, al anunciar que la cubanita había dado el último mazazo a la supremacía de Japón en judo.
Y, tras escuchar el veredicto, saltó y saltó. Se arrodilló sobre el tatami con las manos en la cara. Dejó salir la alegría de cuatro años, o de mucho antes.
Pensó —¿quién sabe?— en la hermana que tanto la apoyó, en la recompensa que le estaba devolviendo, en el barrio, lo que vale el coraje, las jornadas de duros entrenamientos, en creer que ya no estaba soñando, en el tamaño de la hazaña y en el regreso a Cuba… MIENTRAS, EN CASA
La alegría no tuvo techo, ni paredes, puertas o ventanas que pudieran contenerla. Fue indescriptible la emoción hasta para el mejor de los cronistas. Era la segunda medalla de oro para Cuba en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, gracias a “Lali”.
Desde las 4:00 de la madrugada, la circunscripción número 13, en la comunidad Godínez, de Candelaria, se repletó de familiares, vecinos y amigos que presenciaron cada desafío… y cada vez la esperanza crecía, la ilusión se convertía en certeza, porque Idalys siempre fue superior al resto de las competidoras en más de 78 kilogramos: igual frente a Adysangela Moniz, de Cabo Verde, en octavos de final, a quien derrotó por ippón o ante la rusa Elena Ivashchenko, en cuartos, a quien venció por yuko.
Desde luego, la felicidad llegó a límites insospechados cuando dejó en el camino a la china Tong y cuando confirmó que la japonesa no le iba a arrebatar un oro casi seguro ya.
Inalvis, la hermana y principal sostén de la campeona, reveló que tras el bronce en los Juegos de Beijing 2008 el entrenamiento fue intensivo, con vistas a superar aquel resultado, y partió hacia Londres plena de convicción en la victoria. Por eso la algarabía de todos.
A ella la caracteriza la dedicación, la confianza en cada combate. Ha demostrado fuerza, destreza, inteligencia y habilidad técnica, comenta Asneidi Millán, vecina y compañera en este deporte desde los inicios de Idalys.
Hacía más de 12 años que el judo cubano no subía a lo más alto del podio olímpico. La candelariense cumplió ese sueño: no creyó en rivales tras subir al tatami, e hizo sentir inmenso orgullo a la gente de su pueblo, razón suficiente para que le regalaran esta fiesta, y prometieron que no será la última; ya hubo quien predijo que en 2016, cuando regrese de Río, van a tomar las calles una vez más y llenarlas de alegría.
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