Aquello parecía una película, una fantasía salida del sueño de algún niño con ansias de grandeza. Confieso que yo la daba como favorita, pues pocos locos, a pesar del glamour y nivel de sus rivales, pensaban a Tirunesh Dibaba sin el oro. Pero lo que hizo la etiope en la final olímpica de los 10 000 metros planos no tiene nombre, y mucho menos apellido.
La joven de 27 años permaneció dentro del pelotón durante gran parte de la carrera, flotando, con esa de mirada de gacela que hasta da lástima, grima, y que luego se transforma devorando todo a su camino, echando polvo, sumando kilómetros.
Así ganó este viernes, con una comodidad espantosa, sacándole 50 metros de ventaja a su más cercana perseguidora, burlándose de todos, jugando como una niña pequeña, sin el más mínimo respeto ante la pena ajena. Corrió los últimos 200 metros como una velocista. Por más que lo intento no imagino cómo mantiene a full esos pulmones.
No en balde acumulaba dos cetros olímpicos, repitiendo la proeza de Beijing 2008, cuando se coronó en los diez y cinco kilómetros.
Dibaba finalizó con un tiempo de 30. 20,75 minutos, la mejor marca del año. Por detrás llegaron las kenianas Sally Kipyego (30. 26,37) y Vivian Cheruiyot (30. 30,44), actual campeona mundial. Ambas marcaron así su mejor tiempo personal.
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