Parecía que la suerte y hasta el destino le deban la espalda. El orbe todo esperaba verlo reinar nuevamente, como en Beijing hace cuatro años, pero el oro no caía. Sin embargo, al fin se rompió el hechizo y el nadador estadounidense Michael Phelps alcanzó este martes su título 15 bajo los cinco aros, durante la final del 4x200 metros libres de los XXX Juegos Olímpicos, con sede en Londres.
En su cuarta discusión de medallas en suelo británico, el Tiburón se ciñó la corona recorriendo el tramo final de su equipo, ganador con 6.59, 70 segundos.
La plata fue para el combinado francés (7.02, 77) y el bronce quedó en poder de los chinos (7.06, 30).
El mítico norteño ya es el deportista con más medallas en la historia de los Juegos Olímpicos (19), una más que la gimnasta soviética Larisa Latynina (18), tras sumar la plata en los 200 metros mariposa y el ya mencionado cetro.
El día en el que el genio estadounidense subió a lo más alto del podio empezó con una contrariedad inesperada.
Cinco, solo cinco centésimas separaron de su reino al hombre más dorado en tierras olímpicas (15), perdido definitivamente en la última brazada de los 200 metros mariposa.
Una ínfima fracción le abrió la boca a medio planeta, destrozó al mejor de todos, separándolo de su meta, objetivo que en plenitud de forma jamás habría dejado escapar.
Confieso que entre las tantas virtudes del chico de Baltimore me encantaba sobremanera ese remate bestial, esas llegadas furiosas, ese deseo febril de victoria, capaz de impulsarle más allá del dolor, más allá de la asfixia, burlando lo humanamente posible.
En su esplendor no habría permitido que un adversario le arrebatara una competencia como la que le ganó el sudafricano Chad le Clos, de 20 años, con el cuarto mejor crono de los libros.
El reloj se detuvo en 1. 52,96 minutos. También se paró el tiempo. Acabó la época de Phelps y comenzó otra sin nombre aún.
Al norteño se le quedó corta la última brazada y en lugar de tocar la placa se estiró en el agua como sufriendo a sabiendas de su error. Esa pifia de ritmo le valió perder la oportunidad de convertirse en el primer nadador en conquistar tres veces consecutivas el oro olímpico en una misma prueba.
La derrota en Londres despeja las dudas sobre su estado de forma y, sobre todo, sobre su agotamiento psicológico.
Y es que nadie ha hecho lo que Phelps durante una etapa tan prolongada. ¿Eso no lo justifica?
Nadie ha incursionado hasta los 27 años después de cosechar 16 medallas a este nivel con la intención de conseguir más. Nadie es Phelps, solo él.
Mientras le colgaban la plata, sonreía, como si, por fin, aplacada la frustración, se hubiera quitado un peso de encima.
A muchos les parece que el Tiburón de 27 años anda ya sin dientes. Es posible. Confesó asistir a la Gran Bretaña a divertirse, pero para un hombre que hizo del esfuerzo y el éxito una vocación, someterse a una sucesión de decepciones se antoja, más que irritante, un verdadero calvario. Para mí también.
Once años de dominio acabaron por cinco centésimas. Llegó el ocaso, pero aplaudo.
Otra proeza nació este martes, de su mano, claro está. Ya es el máximo acumulador de metales en olimpiadas, el de más aureolas también. ¿Seguirá brillando en Londres? ¿Pondrá más alto su nombre?
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