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sábado, 23 de noviembre de 2024

Vale precaver

Las autoridades rusas parecen convencidas de que no hay nada positivo que esperar de un Washington netamente hegemonista. Un plan que Moscú da muestras de entender y no permitir....

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 13/01/2012
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Rusia contra el escudo antimisiles
Rusia contra el escudo antimisiles.

Hace pocas semanas, el primer ministro ruso, Vladimir Putin, declaraba a la prensa, al abordar la historia reciente de su país, que uno de los errores imperdonables de quienes ocuparon el Kremlin a fines de la pasada centuria fue tolerar la disolución de la Unión Soviética.

Para este periodista no se trata, como gustan llamar algunos medios de prensa, de una manifestación de “nostalgia”. Al fin y al cabo, ya es totalmente incuestionable que el llamado socialismo real necesitaba de una transformación a fondo.

Como es indudable también que dejar que la URSS pasase tranquilamente a mejor vida, fue el mejor regalo de los dirigentes de aquel momento a los agresivos círculos capitalistas de poder. Quedaría únicamente por determinar si el desastre fue obra de la propia dinámica política o de la mala intención.

Pero lo cierto es que el alborozo de Washington no pudo ser mayor. Tanto, que desde sus tribunas se proclamó a los cuatro vientos, desde el fin de la historia humana, hasta la no existencia en el futuro —bajo circunstancia alguna— de otra superpotencia que no fuese la encabezada “por los elegidos de Dios”.

Solo que no existen reinados absolutos, ni la inteligencia y la voluntad de la gente pueden ser manejadas, usadas y manipuladas eternamente.

Del descalabro interno que supuso la destrucción de la Unión Soviética surgieron nuevas fuerzas inconformes con la perspectiva de un mundo sesgado que asfixie las aspiraciones de desarrollo y avance de otros pueblos, y que anule las voluntades mayoritarias a escala global.

Mucho menos cuando el desempeño agresivo de los poderosos apunta con claridad al objetivo de golpear con toda rudeza, incluida la fuerza nuclear, a quienes puedan constituirse en polos alternativos a un orden internacional no acorde con sus intereses hegemónicos.

De manera que, por ejemplo, las acciones militares de Washington y sus aliados contra la desmembrada Yugoslavia, y más recientemente en Asia Central y Oriente Medio, no resultan episodios desligados unos de otros, ni mucho menos.

Su traza es la de una clara marcha al Este, sobre las fronteras rusas y chinas. Las primeras, el límite de la que sigue siendo una potencia nuclear esencial. Las segundas, las divisorias geográficas de una economía global que, según expertos, podría pasar a ocupar el lugar cimero en breve, dejando atrás al propio imperio cabecera.

Asimismo, la insistencia gringa en colocar en suelo europeo su titulado sistema antimisiles, destinado a brindarle la alternativa de un primer golpe atómico sin posible repuesta de sus oponentes, tiene como objetivo prioritario a Rusia, al intentar hacer en extremo vulnerables su seguridad y su capacidad militar.

Un plan que Moscú da muestras de entender y no permitir.

Así, a inicios del pasado diciembre, fueron instituidas por órdenes del Kremlin las llamadas Tropas de Defensa Aeroespacial, destinadas al control sobre ataques con misiles, la protección anticoheteril y aérea, y la vigilancia del espacio, así como el lanzamiento y seguimiento de satélites.

Un complejo que tiene entre sus instalaciones la recién inaugurada estación de radar Voronezh, con base en Kaliningrado, en la Rusia europea, junto al despliegue de los misiles antiaéreos S-400 y S-500, estos últimos para la “intercepción supra atmosférica y capaces de abatir blancos balísticos”, según informes especializados.

Además, ya entraron en su etapa de servicio los cohetes intercontinentales Bulavá, para lanzamiento desde submarinos, con un alcance de ocho mil kilómetros, portadores de entre seis y 10 cabezas nucleares hipersónicas de 100 a 150 kilotones de poder y con capacidad además de modificar de forma autónoma su trayectoria de vuelo de acuerdo con la ubicación de los blancos.

El Bulavá en los mares y los Topol, misiles de alto porte con bases móviles en tierra, conforman un dueto de última generación que otorgan a Rusia una alta efectividad en su defensa.

Desde luego, y lo aseveran las autoridades de Moscú, no se trata para nada del gusto por colmar los arsenales. Es sencillamente la respuesta concreta que deberían entender aquellos que siguen acariciando un inalcanzable papel de emperadores universales a toda costa y a todo costo.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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