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miércoles, 27 de noviembre de 2024

¿Tiempo de dinastías?

La intención del Ejército egipcio es frenar todo posible cambio de la situación actual y perpetuarse en el rol de “vigilantes insomnes” de los acontecimientos internos...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 24/08/2013
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ejeregipto
El Ejército egipcio ha reprimido violentamente las protestas.

Que el depuesto presidente egipcio Hosni Mubarak haya sido liberado de pesados cargos judiciales en su contra y remitido a una unidad hospitalaria ajena a la prisión, es solo un paso en lo que algunos analistas identifican como el establecimiento en el país de un gobierno autoritario y de corte violento liderado por los militares.

En efecto, los mandos castrenses ya habían probado suerte en el ejercicio del gobierno luego de depuesto Mubarak, y debieron ceder el paso a elecciones multipartidistas a cuenta de una creciente inconformidad nacional.

Sin embargo, el pasado tres de julio, y a nombre de la “estabilidad interna”, decidieron el apresamiento del presidente electo, el islamista Mohamed Mursi, establecieron un gabinete bajo su control, y han desplegado un crudo ambiente represivo ante las protestas de los controvertidos Hermanos Musulmanes, que apoyan la vuelta del jefe de Estado triunfante en las urnas.

De manera que, de acuerdo con analistas, parecería la intención de los cuarteles frenar todo posible cambio inmediato de la situación vigente y, a la vez, perpetuarse en el rol de “vigilantes insomnes” de los acontecimientos internos. Desde luego, no se trata de una actitud asumida por encima de cualquier consecuencia.

De hecho, buena parte de los gobiernos árabes más absolutistas se han mostrado proclives a las acciones violentas de los militares egipcios, han saludado el golpe de estado contra Mohamed Mursi, y han dicho explícitamente que la represión y su alto costo en vidas es un acto de “legítima defensa” de las actuales autoridades.

Arabia Saudita, Bahrein, Kuwait y Jordania fueron de los primeros en aplaudir las acciones de los uniformados egipcios, y han llegado a anunciar que si se producen sanciones internacionales contra los actuales gobernantes en El Cairo, ellos asumirán el apoyo financiero y en pertrechos que pueda sufrir alguna merma.

En pocas palabras, se insiste en una santa alianza conservadora a escala regional que, por un lado, enfrente los signos de rebeldía popular derivados de la titulada primavera árabe, y que por otro ponga coto a los grupos islámicos más fundamentalistas, que no comulgan precisamente con los exclusivistas regímenes de castas en el área mesoriental.

Por otro lado está Israel, que si bien ha manifestado su preocupación  por un posible deterioro de la situación interna egipcia, reconoce en los militares locales un ente favorable a la convivencia con la entidad sionista, con los que además comparte los mayores volúmenes de la ayuda exterior norteamericana a instituciones armadas extranjeras.

Por demás, a las autoridades de Tel Aviv también les son en extremo antipáticas las revueltas masivas que han caracterizado el entorno mesoriental en los últimos meses, y para nada simpatizan con los grupos fundamentalistas islámicos del corte de los Hermanos Musulmanes.

Asimismo, voceros oficiales israelíes admitieron que el gobierno sionista tiene un amplio intercambio con el de los Estados Unidos sobre la situación en Egipto, y al parecer hay  grandes puntos de coincidencia entre ambos.

Y esa sería la otra pata de la mesa. Porque para Washington la seguridad de Israel y la connivencia con gobiernos árabes afines, constituyen pilares de su política de dominación en un área geográfica que considera estratégica desde el punto de vista energético y geopolítico.

Por consiguiente, las insulsas declaraciones de la Casa Blanca en torno a la violenta represión militar en Egipto y su falta de condena explícita al asalto al gobierno de Mohamed Mursi, muestran hacia donde se inclinan las reales preferencias de las máximas autoridades y los grupos norteamericanos de poder.

Es evidente que en este caso admiten a las claras la acción de los cuarteles egipcios, desean la permanencia de los militares como una fuerza decisiva en el futuro del país de los faraones, desestiman la conversión de Egipto en un estado confesional de corte extremista a cuenta de los Hermanos Musulmanes, y aplaudirían le investidura de una dinastía de inflexibles entorchados que se sume, de una vez y  sin disimulos, al frente reaccionario árabe con el que Washington tiene las mejores y más íntimas relaciones.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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