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jueves, 3 de octubre de 2024

¿Por fin a dónde vamos?

A estas alturas del juego internacional vendrían bien claras definiciones...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 09/02/2021
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Bombarderos-norteamericanos
Ser responsables no es solo proclamarlo…en la foto uno de los bombarderos estratégicos norteamericanos desplegados peligrosamente en Noruega este febrero junto a una escolta de cazas. (Tomada de hispantv).

Se sabe que Joe Biden recién se estrena como presidente de los Estados Unidos, y se conoce además que no es precisamente un representante de posiciones globales que rebasen el viejo esquema de que la primera potencia capitalista debe “encabezar al planeta” como corresponde al “mejor ejemplo de sociedad” vigente en la historia.

De todas formas, siempre queda aquella remota esperanza de que semejante absolutismo político y las mentes totalitarias que la impulsan, puedan asumir tal vez alguna variación medianamente racional a partir de la clara evidencia  de que una pujante e irreversible era multilateral ha llegado para quedarse…a menos que sucumbamos todos y todo en el holocausto nuclear.

Así, Biden ha hecho hasta ahora lo que no pocos previeron, y justo en la línea del credo que lo impulsó como candidato demócrata ahora asentado en la Oficina Oval.

Fue sensato al prorrogar por otros cinco años, y sin condicionamientos, el tratado START con Rusia sobre limitación de armas nucleares, toda vez que no hacerlo hubiese implicado poner otra vez en la picota a toda la humanidad, y afincado severamente a los Estados Unidos como claro responsable del dislate e ineludible blanco prioritario en caso de una querella atómica internacional.

Sin embargo, tanto en referencias sobre el asunto como en declaraciones públicas de algunos de los nuevos cargos oficiales de la administración, se insiste en la demonización de Rusia y China como los grandes rivales de la desgastada supremacía global estadounidense, y se redunda en cercos militares, sanciones, boicot económico e intromisiones en asuntos ajenos, como cartas de juego en un escenario donde ya no hay cabida a la imposición, y  en el cual un desliz en ese trillo solo implicaría desgracias multiplicadas y hasta definitivas.

Hace apenas unos días, por ejemplo, el jefe del Comando Estratégico de Estados Unidos, el almirante Charles Richard, a través en un artículo aparecido en la revista Proceedings, del Instituto Naval de aquel país, admitió textualmente “la posibilidad real de que una crisis regional con Rusia o China pueda escalar rápidamente a un conflicto que involucre armas nucleares”.

Por demás, el alto mando estadounidense acusó a Moscú y Beijing (con la ya usual falta de pruebas) de “desafiar agresivamente las normas internacionales y la paz global utilizando instrumentos de poder y amenazas de fuerza de formas no vistas desde el apogeo de la Guerra Fría, y en algunos casos, nunca vistas durante la Guerra Fría, como los ciberataques y las amenazas en el espacio”.

En consecuencia, concluyó, se impone para Washington desarrollar una “unidad de esfuerzo con respecto a la disuasión de las dos potencias rivales, replantear el enfoque en la adquisición de capacidades futuras que preserven la ventaja competitiva estadounidense, y repensar cómo evaluamos los riesgos estratégicos”.

Todo, a pesar que  desde las naciones aludidas han llegado iniciativas como el compromiso unilateral de Rusia de solo accionar sus armas atómicas en caso de ser agredida, y las alertas chinas acerca de los acelerados programas gringos para “expandir y modernizar” sus arsenales atómicos apoyados en crear fantasmas donde no los hay.

Estas consideraciones del jefe del  Comando estratégico USA se acompañaron de la noticia del nada ingenuo despliegue, por primera vez, de bombarderos estratégicos norteamericanos en Noruega, a las puertas del Báltico, donde además opera hace dos años el radar Globus II, dedicado al espionaje en la frontera norte-europea de Rusia.

Esta realidad siembra además serias dudas en torno a la reciente decisión del nuevo secretario norteamericano de defensa, Lloyd Austin, de despedir a cientos de miembros de cuarenta y dos juntas asesoras del Pentágono, muchos de los cuales fueron nombrados en los últimos días de la administración del presidente Donald Trump.

Y es que a la luz de la proyección de las “reglas de juego” del gobierno de Biden con respecto a Rusia y China, los analistas se preguntan con toda razón si este corte de plantillas apunta a contribuir a la construcción de una política militar norteamericana más sensata y objetiva, o solo a limpiar de incómodos y no adeptos el aparato oficial destinado a pensarla y ejecutarla.

Nada, que habrá que esperar para saber finalmente lo que viene y que tintes trae.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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