A apenas unos meses de ejecutar el anunciado retiro de sus tropas de Afganistán, Washington y sus aliados occidentales apresuran posibles conversaciones con los talibanes para intentar establecer un clima interno presuntamente estable.
Y a David Cameron, el primer ministro británico, tocó aclarar, con extrema e intencional rapidez, que el ofrecimiento no es para nada un “signo de debilidad” de los ocupantes extranjeros, sino que obedece a los “logros” de las fuerzas invasoras y las autoridades instaladas por la fuerza en Kabul luego de la huida de los extremistas que ellos mismos auparon decenios atrás.
Porque, vale la pena recordarlo, los talibanes se convirtieron, a los ojos de la Casa Blanca y de los consorcios energéticos Made in USA, en los supuestos garantes de la tranquilidad afgana en los días en que el país era pasto de los señores de la guerra, emergidos con apoyo occidental para combatir al gobierno progresista de Kabul y a las tropas soviéticas que acudieron en su apoyo.
Entonces, el monopolio UNOCAL pretendía extender un oleoducto a lo largo de Afganistán, propósito obstaculizado por los constantes enfrentamientos armados entre facciones, empeñadas cada una de ellas en arrimar la brasa a su respectiva sardina.
Por aquellos días, los jóvenes extremistas, ligados muchos de ellos a Al Qaeda —también aliado estrecho de los Estados Unidos en suelo afgano—, fueron asumidos por el vendaval mediático de Occidente como los “escogidos para garantizar la paz”, y no pocos de aquellos “muchachotes” de barbas y turbantes se pasearon incluso por los barrios washingtonianos y de otras importantes urbes estadounidenses, y gozaron de la hospitalidad y la comprensión oficial gringa… hasta el 11 de septiembre de 2001.
Ahora, anunciada la retirada de las tropas extranjeras para el próximo año, se hace evidente el renovado interés norteamericano por aflojar tensiones con los talibanes, en el empeño por ejecutar la “reocupación” del país sin mayores contratiempos.
Y es que, según los términos de la proyectada salida, el Pentágono retendrá al menos nueve enclaves bélicos de gran porte en esa estratégica nación de Asia Central, con límites geográficos favorablemente cercanos a las divisorias de Rusia y China, dos blancos preferentes del desboque hegemonista estadounidense a escala global.
El propio presidente afgano, Hamid Karzai, se encargó de transmitir tan “buena nueva” cuando explicó que “su gobierno está preparado para permitir a Washington que tenga bases militares permanentes en el país”.
Según las informaciones brindadas en Kabul en torno a este asunto, habrá uno de esos enclaves en la propia capital afgana y otro en la región de Bagram.
Las restantes se ubicarán en las provincias meridionales de Helmand y Kandahar, y en las ciudades occidentales de Shindand y Herat, las orientales de Gardez y Yalalabad, y la norteña de Mazar-e-Sharif.
Por si fuera poco, se aseguró que otros países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte también aspiran a contar con instalaciones castrenses en Afganistán, a lo cual el gobierno local estaría dispuesto a responder afirmativamente.
En consecuencia, para Washington, que asegura haber “pacificado” el suelo afgano pese a las constantes noticias de atentados y combates con fuerzas opositoras, un arreglo con sus díscolos y viejos socios sería una suerte de respiro en los planes por “irse y quedarse” en un patio que estima estratégico en sus permanentes ambiciones agresivas y hegemonistas.
Al fin y al cabo, dirán los personeros de ambos bandos, al igual que entre ciertas parejas, donde hubo fuego, cenizas quedan.
Y es que solo crédulos podrían creerse la historia de que Washington abandonará tranquilamente a Afganistán.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.