Finalmente, luego de una inquieta y azarosa espera, se dio a conocer en El Cairo el triunfo en las urnas de Mohamed Morsi, candidato del movimiento islamista a la jefatura del Estado egipcio.
El líder de los Hermanos Musulmanes se convierte así en el nuevo presidente del país de las pirá-mides y los faraones, luego del derrocamiento popular, un año atrás, de la administración de Hosni Mubarak, identificada como un régimen corrupto, inepto y violento.
Ciertamente, el nombramiento de Morsi no resultó un paseo sobre lecho de rosas. Se evidencia que los mandos militares que asumieron el control nacional luego de depuesto Mubarak, no las tienen todas con una agrupación que desde su surgimiento en 1928 a instancias del maestro de escuela Hasan al-Banna, se proclama seguidora literal del Corán y defensora de la aplicación de la Yihad como arma ante “desviados y herejes”.
“Dios es nuestra meta, el Profeta es nuestro guía, el Corán es nuestra constitución, la Yihad es nuestro camino y morir por la causa divina nuestro objetivo supremo”, había escrito al-Banna, en lo que no pocos autores denominan una expresión clara y contundente de sus concepciones funda-mentalistas.
De hecho, esa línea de conducta y las reacciones contrarias originaron no pocos conflictos internos en Egipto, desde duros enfrentamientos con las expresiones del llamado nacionalismo árabe, hasta las diferentes posiciones frente a la agresividad del sionismo. De hecho, el movimiento musulmán realizó acciones cruentas y fue objeto de persecuciones oficiales.
Tal vez por ello el propio Morsi, apenas dada a conocer su victoria en las urnas, se apresuró en asegurar que su política se inclina al diálogo y a la concertación con los restantes actores naciona-les, y precisó que tiene la intención de conformar un gobierno donde estén presentes diversos ac-tores políticos.
El presidente electo también se mostró conciliador con las fuerzas armadas, que durante el año en que han asumido el control nacional ordenaron la disolución del poder legislativo aduciendo un proceso errático en la selección de los parlamentarios.
Al mismo tiempo, retiraron al futuro presidente el cargo de Comandante en Jefe de los cuerpos armados y confiscaron por tanto su potestad para iniciar o dirigir los conflictos militares sin antes contar con el parecer y la aprobación de los altos mandos.
Por añadidura, Mohamed Morsi tampoco podrá asumir decisiones financieras, ascendiente que queda reservado al titulado Consejo Superior de las Fuerzas Armadas, en cuyas manos también descansa la prerrogativa de preparar la nueva Constitución egipcia.
En consecuencia, según las agencias de noticias acreditadas en El Cairo, si bien decenas de miles de personas celebraron el anuncio del nombramiento de un nuevo presidente, se mantienen aún en las calles y plazas para reclamar el fin del control militar sobre el poder, de manera de evitar un Egipto tutelado desde los cuarteles.
Mientras, en el ámbito internacional, gobiernos y personalidades saludaron la esperada nominación del presidente, aun cuando persisten las preocupaciones y dudas sobre el futuro de la importante nación norafricana.
Por una parte, están aquellos que temen que las nuevas autoridades desaten acciones internas y externas de corte profundamente fundamentalistas.
Por otra, los que ponen hincapié en la posibilidad de nuevos disturbios en Egipto si los militares y quienes les apoyan dentro y fuera de la nación persisten en el papel de regentes cuartelarios, en un país donde la lucha de masas ya demostró sus capacidades ante un régimen marcadamente antipopular.
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