En la reciente segunda justa electoral en los últimos siete meses, el Partido Socialista Obrero Español, del jefe de gobierno en funciones Pedro Sánchez, acabó por repetir su victoria en las urnas, pero con una mayor baja en la endémica insuficiencia de escaños parlamentarios, lo que le vuelve a impedir formar gabinete en solitario.
Y es que en los últimos tiempos España no ha podido concretar gobierno justo a partir de que ninguno de los partidos políticos concurrentes a las urnas ha juntado los escaños necesarios (mayoría de 176) como para conformar una administración nacional estable.
A ello se suman la rispidez de la derecha y centro derecha negadas a la negociación con el bando opuesto y deseosa de ponerle a Sánchez todas las zancadillas posibles, junto a una total falta de diálogo constructivo entre la totalidad de la izquierda por las reticencias del propio PSOE con respecto a cualquier cohabitación con Unidas Podemos, liderada por Pablo Iglesias.
Todo ello conformó ese tenso escenario que hizo nula cualquier iniciativa para estructurar el aparato ejecutivo, y que obligó a volver a la caseta de votación a un público sin dudas cansado en buena medida de tan prolongada e inútil rutina comicial.
Y al parecer, indican analistas, en esta reciente vuelta la respuesta de no pocos electores ante esta sumatoria de inconvenientes sin solución fue, o la indiferencia, o el deslindarse de los recurrentes contendientes para favorecer a la tendencia política más ultraconservadora de España, el fascista movimiento Vox (que reúne incluso a nostálgicos de los días del dictador Francisco Franco), y que en este último conteo ha terminado como tercera fuerza política nacional con un total de 53 legisladores en las Cortes.
Disputa, dicho sea de paso, en la que la centroderechista agrupación Ciudadanos cayó estrepitosamente en la preferencia pública, al punto de que su dirigente Albert Rivera renunció a su liderazgo.
Y es justo este alarmante avance del extremismo de derecha la mala noticia…
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La buena, sin embargo, fue anunciada este 12 de noviembre por los propios Pedro Sánchez y Pablo Iglesias quienes, evidentemente, ante tan preocupante correlación política nacional, decidieron dejar atrás diferencias y rencillas anteriores para suscribir un formal acuerdo que conduzca a un gobierno de izquierda capaz de darle al país un ejecutivo “estable y profundamente progresista”, según reza textualmente el pacto.
Sánchez afirmó que España “necesita un gobierno que empiece a andar cuanto antes", y precisó que el entendimiento con Iglesias tendrá un alcance para los "cuatro años" de la nueva legislatura.
Mientras, el líder de Unidas Podemos enfatizó, no sin razón, que el arreglo con el PSOE “es una necesidad histórica”, y manifestó que como línea el nuevo poder ejecutivo privilegiará el diálogo para afrontar los asuntos sociales y los desacuerdos territoriales, como el mejor antídoto contra las visiones extremistas de derecha.
Ojalá, dicen no pocos españoles y con ellos los amigos de aquella nación ibérica, que finalmente el universo progresista aprenda de una vez la básica lección política de que las contradicciones insalvables solo son válidas con los que apuestan por el caos, el autoritarismo, la exclusión, la imposición y los privilegios para unos pocos a cuenta de la desgracia para los muchos.
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