El régimen de Barack Obama volvió a demostrar sus perversas intenciones contra Venezuela, lo que significa América Latina en su conjunto, al negarse a que el avión que conduciría al presidente Nicolás Maduro a China sobrevolara el territorio de su Estado anexado de Puerto Rico, una nueva acción contra el gobierno bolivariano, como antes lo ordenó contra el mandatario boliviano Evo Morales.
Obama, golpeado en su guerrerista política exterior por la inteligencia de la diplomacia rusa, volvió a provocar a Venezuela, país al que declaró la guerra económica desde que estaba bajo el liderazgo del finado Hugo Chávez, agudizada ahora en esta nueva etapa gubernamental de Maduro, un político formado en las ideas bolivarianas que continúa el camino emprendido por la nación suramericana en 1999.
Estados Unidos “no es el policía del mundo”, afirmó categóricamente hace unos días el mandatario Obama en un discurso a la nación, —criterio que nadie creyó— tratando de librarse de la mejor manera posible del golpetazo sufrido ante la imposibilidad —al menos por el momento— de iniciar otra guerra en el Medio Oriente, con lo cual se cierra el grifo de petróleo que pensaba abrir a su favor en Siria.
El Mandatario venezolano, quien hasta el martes visitará China, donde ha suscrito unos 60 acuerdos económicos con el gobierno de Beijing, denunció poco antes de su partida que el régimen estadounidense le había negado el sobrevuelo de su nave —rentada a la compañía Cubana de Aviación— en el espacio aéreo puertorriqueño, por lo que de inmediato se evaluó otra ruta para cumplir con el itinerario.
Aunque el régimen de Estados Unidos negó tal actitud, el canciller venezolano, Elías Jaua, afirmó ante la prensa que “hemos recibido la información (escrita) por parte de las autoridades norteamericanas en la que se nos niega el sobrevuelo sobre el espacio aéreo norteamericano”, señaló.
Jaua denunció que el hecho constituye una “agresión más del imperialismo norteamericano contra el Gobierno de la República Bolivariana”. Cuestionó que “nadie puede negarle el sobrevuelo a un avión que transporta a un Presidente de la República en un viaje de Estado internacional” y que “no hay ningún argumento válido para negar ese sobrevuelo”.
Este es el segundo incidente de este tipo contra un líder revolucionario latinoamericano. El pasado 2 de julio, el mandatario Evo Morales sufrió el secuestro de su comitiva presidencial durante 14 horas en Europa cuando retornaba a Bolivia procedente de Bielorrusia, donde asistió a un foro de Países Exportadores de Gas y sobrevolaba territorio de ese continente, aliado de Estados Unidos.
En una acción sin precedentes, los gobiernos de Portugal, Italia, Francia y España negaron el paso aéreo sobre sus territorios a la nave que conducía a los dirigentes bolivianos. En su defensa argumentaron que existían sospechas de que Morales trasladaba en su avión al exanalista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA; por su sigla en inglés) de Estados Unidos, Edward Snowden, quien divulgó documentos clasificados sobre el espionaje de su país contra líderes de países aliados y otros gobiernos del mundo, entre ellos varios latinoamericanos.
Resultó evidente que la orden de retener al prestigioso Mandatario boliviano partió de Washington, donde se fraguan los ataques y maniobras para tratar de desequilibrar a los gobiernos progresistas de América Latina, en especial los nueve reunidos en el bloque integracionista Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (ALBA). Snowden se encontraba entonces en el aeropuerto internacional de Moscú, Rusia, en espera de su solicitud de asilo en ese país, ya concedido.
En ese sentido, la analista Eva Gollinger, afirmó que “hay una tendencia de tratar a países y jefes de Estado de América Latina por parte de Estados Unidos y también sus aliados europeos como ciudadanos de segunda clase que no merecen los mismos privilegios y derechos que tienen otros jefes de Estado”.
La también escritora señaló que “aún intentan tratar a América Latina como si fuera su patio trasero. Quieren ordenar, instruir qué es lo que deberían hacer, dónde deberían viajar, por dónde deberían viajar”.
Al igual que ocurrió ahora con la violación del derecho internacional contra el presidente Maduro y su comitiva, de inmediato América Latina y sus nuevas organizaciones unitarias se movilizaron de inmediato en una protesta colectiva contra los planes imperiales de Estados Unidos.
En el caso de Venezuela hay antecedentes que cuestionan la llamada democracia estadounidense. Hace pocos días, la Casa Blanca negó la visa a varios venezolanos integrantes de la comitiva presidencial que asistiría al foro de cooperación América del Sur-África, una de las acciones colaterales de la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU), cuya sede radica en Nueva York.
En esa ocasión, Maduro alertó que “nosotros no estamos yendo a Nueva York de turistas o de paseo (...) estamos yendo a un organismo de Naciones Unidas. No acepto que se le niegue la visa al Mayor General Wilmer Barrientos” y advirtió que adoptaría “medidas hasta el nivel más drástico (...) no aceptaré ningún tipo de agresión”, y afirmó: “Estados Unidos, usted no es dueño de la ONU. Tendrá que mudarse de Nueva York la ONU”.
La identificada guerra económica hacia Venezuela forma parte de la estrategia del imperialismo estadounidense para crear una crisis de gobernabilidad en la nación que impida a Maduro mantener el control político sobre las transformaciones de la nación y destruir la coherencia interna lograda por Chávez y mantenida por el nuevo Ejecutivo.
Este agresivo método de desestabilización se expresa en especulación, desabastecimiento y acaparamiento de productos básicos —entre ellos los alimentos— y una disminución premeditada de la producción nacional. Poderosos grupos económicos existentes en ese país suramericano poseen el control de la producción e imponen un mercado financiero paralelo para la cotización del dólar.
Esta guerra económica condujo al golpe de Estado de 2002 y la paralización petrolera de 2003. En las dos acciones fueron derrotados por la voluntad popular y la inteligencia de Chávez. Con altas y bajas, la economía venezolana resiste los ataques y mantiene las Misiones Sociales, contra viento y marea, a desdén de la crisis económica global y la contrarrevolución interna.
Los ataques continúan, pero el gobierno bolivariano ha resistido 15 años de agresiones que van desde las posibilidades de magnicidio, penetración de paramilitares desde Colombia, atentados contra el sistema eléctrico nacional, agresiones mediáticas, y diversas acciones desestabilizadoras. En todos los casos, Chávez depositó la confianza en el pueblo y derrotó los planes. Maduro sigue su camino.
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