Si los militares egipcios creyeron que con la deposición del presidente islamista Mohamed Mursi el país entraría en una etapa de estabilidad, la vida ha demostrado que estaban enteramente equivocados.
Y es que, en buena medida, lo que sucedió en el país de los faraones, junto a un claro, evidente y rotundo golpe de Estado, no ha sido más que un cambio de signo en las airadas manifestaciones que venían llenando las calles de la nación en los últimos tiempos.
Si antes los que protestaban día a día eran los opositores a Mursi, temerosos de que los Hermanos Musulmanes radicalizaran la sociedad a partir de la interpretación y aplicación extrema de los preceptos islámicos y yihadistas, ahora los que ocupan las plazas y demandan la vuelta del presidente son los que le llevaron al más alto cargo en la casa de gobierno mediante sus votos mayoritarios.
Lo cierto es, entonces, que nada o muy poco ha avanzado Egipto en materia de sosiego interno luego de la caída del prolongado régimen de Hosni Mubarak, por cierto, ligado estrechamente a los cuarteles durante toda su existencia.
Y mientras se habla de que Mursi ha sido colocado en prisión preventiva, se le acusa de vínculos con radicales árabes, y se le culpa de asesinatos y desapariciones de policías y agentes de seguridad, Occidente, y en primer término los Estados Unidos, prefieren no definir ni calificar lo ocurrido en El Cairo, y se limitan a hablar de la necesidad de paz y de concertación.
No se puede olvidar que Egipto es uno de los grandes receptores extranjeros de ayuda bélica norteamericana, y con su larga política de relaciones con Tel Aviv ha proporcionado al régimen sionista un clima regional menos tenso, uno de los fines esenciales de la Casa Blanca con relación a la seguridad de su más importante socio en Oriente Medio.
Y ciertamente, ha sido en la cuerda de dar una imagen “abierta”, que los captores del presidente islamista y sus “asépticos” socios foráneos propiciaron su reciente encuentro con la jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, en el sitio aún no revelado donde se encuentra retenido desde el pasado tres de julio.
La funcionaria se encargó de asegurar al mundo que el depuesto mandatario “está bien”, calificó de “amistosas y abiertas” las conversaciones mutuas, y refirió que ambos concordaron en la necesidad “de seguir adelante”, aunque no brindó la más mínima explicación acerca del acertijo con el que cerró sus palabras a la prensa.
No obstante, poco después, el actual vicepresidente Mohamed Al Baradei, se encargó de desestimar una vuelta de Mursi al afirmar que su gestión había fracasado, aunque no descartó un entendimiento con los restantes Hermanos Musulmanes.
De manera que lo que resulta evidente y claro en medio de este controvertido panorama, es que por el momento parece imposible un arreglo del conflicto interno egipcio por intermedio de los poderes políticos civiles, lo que se convierte en un punto favorable a una reacción más injerencista de los cuerpos armados a nombre de asegurar la estabilidad y la pacificación nacionales.
Eso, con la posibilidad nada descartable de que, el retorno de un control militar férreo al estilo del instaurado luego de la caída de Hosni Mubarak, derive en un renovado factor de lucha popular generalizada.
Y es que no puede pasarse por alto que fue la presión masiva civil la que forzó la convocatoria a los comicios generales donde los Hermanos Musulmanes y su candidato Mohamed Mursi se hicieron con la primera magistratura.
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