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miércoles, 27 de noviembre de 2024

De primer orden

El desarme nuclear gravita sobre la humanidad como un imperativo de primer orden...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 29/08/2013
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Misiles nucleares
En el mundo hay más de cinco mil ojivas nucleares en perfecto estado operativo inmediato.

Cuando se conoce que todavía se almacenan en el planeta no menos de veinte mil ojivas nucleares, cinco mil de ellas en perfecto estado operativo inmediato, entonces no es difícil imaginar que el género humano y toda otra manifestación de vida en la Tierra siguen pendiendo de un hilo.

Y es que desde que la energía del átomo fue liberada para la muerte en 1945 sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, ningún cambio político internacional pudo establecer coto efectivo para que semejantes masacres, perpetradas por los gobernantes norteamericanos de turno, resultaran conjuradas definitivamente en el devenir de nuestra civilización.

Por el contrario, los sempiternos intereses hegemónicos hicieron de las armas de destrucción masiva un instrumento clave para sus intentos de expansión global, y buena parte del desarrollo tecnológico de los últimos decenios ha sido destinado precisamente a perfeccionar tales artilugios de muerte, de manera que hoy sus letales efectos se ubican, desde los imponentes misiles intercontinentales, hasta en las más ligeras municiones de artillería.

En consecuencia, el hombre sigue viviendo sobre ascuas, y la espada de Damocles de un conflicto nuclear definitivo y definitorio está hoy tan vigente como en los ácidos días de la Guerra Fría y de la división bipolar del mundo.

Y no se trata de definiciones al vuelo ni signadas por inclinaciones netamente militantes.

Valdría preguntarse en el contexto actual, qué precisamente persiguen los círculos estadounidenses de poder cuando con tanta vehemencia intentan establecer alrededor del planeta su titulado sistema antimisiles, destinado, según sus declaratorias públicas, a  “evitar ataques de naciones terroristas”, pero que con especial empeño pretenden colocar alrededor de Rusia y China, a quienes consideran sus actuales nuevos rivales.

Es evidente que lo que se planea, y Moscú y Beijing lo conocen y rechazan, es asegurar para los arsenales atómicos Made in USA la posibilidad de batir al enemigo sin la existencia de respuestas del agredido. En pocas palabras, el “triunfo nuclear” plenamente asegurado de antemano.

 Y, desde luego, la urgencia de una defensa efectiva ante tamaña amenaza, no hace más que incentivar los gastos de guerra  y el peligro de conflicto armado global, en un contexto internacional signado, como si fuera poco, por una aguda crisis económica, social y ecológica.

Por ello, frente a semejante cuadro amenazante y explosivo, agrupaciones como el Movimiento de Países NO Alineados, NOAL, por intermedio de Cuba, lograron hacer aprobar en el seno de la ONU la realización, este cercano 26 de septiembre, de una muy necesaria Reunión de Alto Nivel sobre Desarme.

Adoptada por 179 sufragios favorables y cuatro abstenciones, la convocatoria encierra la intención de los No Alineados de establecer un plazo hasta el 2025 para la ejecución de un plan de reducción gradual de los arsenales nucleares hasta su gradual eliminación y prohibición, como garantía de supervivencia del planeta y de quienes lo habitamos.

Esta nueva iniciativa, explica textualmente el documento de marras, “se corresponde con la posición histórica del Movimiento de Países No Alineados, en defensa del desarme nuclear, al cual le otorga la más alta prioridad.”

De hecho, el empeño por lograr esa meta recibió en días pasados el apoyo unánime de las naciones integrantes de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, cuya presidencia temporal la ejerce precisamente la mayor de las Antillas, lo que le añade una mayor fuerza al interés de los NOAL.

Queda entonces por ver si del lado de quienes insisten en hacerse dueños del orbe a toda costa y a todo costo, existe una mínima cuota de sensatez como para atender esta prioridad universal y este reclamo creciente de todos los que vivimos en nuestro atribulada casa común.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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