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sábado, 16 de noviembre de 2024

Un hogar confortable para ser nosotros mismos

En un aniversario más de Casa de las Américas, es bueno recordar la esencia del centro y sus aportes a la cultura universal…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 27/04/2022
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Aniversario Casa de las Américas
La Casa de las Américas sigue siendo un centro para lo más esencial y moderno de la creación continental.

Hace años iba asiduamente a la Casa de las Américas. De hecho, durante coberturas periodísticas en el cercano Ministerio de Relaciones Exteriores me escapaba para comprar revistas, enterarme de la programación cultural o simplemente presenciar cualquier suceso de las artes. En los pasillos de la institución lo mismo hallabas al poeta Roberto Fernández Retamar que a cualquier otro intelectual. Eso solo sucede en los marcos del mundo cubano de la creación, en los cuales no hay más jerarquías que la propia obra, más allá de banalidades, de superficies que nada aportan.

Casa es un hogar para todo aquel que se interese en las artes y las letras. La promoción de esas actividades por la institución no solo incluye los espacios de altísimo nivel de siempre, sino que hay una vida cotidiana que trasciende a la propia alta cultura. La naturaleza de este enunciado la podemos ver en una imagen del poeta Retamar, ya mayor, en un ómnibus Girón, yendo a los talleres literarios de las comunidades. Ese reflejo campechano y bondadoso del activismo cultural nos acompaña y define a la Casa de las Américas como el centro humanista y de profundo valor cívico que siempre será.

El periodismo que realicé en la capital cubana me sirvió para conocer esos capítulos de nuestra patria. Para un profesional del interior, de pronto existen puertas que se abren y te muestran lo mejor de la nación, todo gratuito, sin que haya discriminaciones. Si algo tiene la cultura de este país es que incluye, suma, une y jamás propaga discursos de odio ni de envidias abiertas.

Por eso surgió la Casa, porque en el continente hacía falta una forma otra de promoción y de vida artística. No solo se trata del insigne premio que cada año prestigia a nuevos autores de las letras de la región, sino de la unidad en torno a una idea de progreso continental que por momentos hubo en esta institución. En las cartas de Julio Cortázar por ejemplo, el escritor dice en varias ocasiones que esa era “su casa”. La figura de Haideé Santamaría está como ángel tutelar de esos segundos trascendentes en los cuales lo más brillante de América iba y disertaba en los salones y se sentaba junto a los jóvenes en cualquier sitio del inmenso recinto.

¿Acaso los poetas de la Generación Beat no estuvieron también por esos lares, con aquellos versos que parecía destruirían todo? La Casa de las Américas no solo fue un centro para la unión, sino un sitio en el cual se hizo una era nueva entre el norte y el sur, entre lo hispano y lo anglosajón, entre Cuba y el resto del mundo. Como institución ha sido enérgica en su accionar y jamás ha tenido paralelo en los anales de la historia nacional. No obstante, urge que la Casa se actualice y retorne a sus lazos con la vanguardia más amplia, sin que por eso pierda todo lo ganado ni reniegue de ninguna esencia.

Ayer podíamos ver a García Márquez o a Vargas Llosa en los pasillos del recinto, hoy otros tendrían que ser quienes de manera cotidiana asumieran ese hogar como suyo. Se sabe además que el centro funge como arma contra la colonización y la seudocultura, desde allí se trazan estrategias para vencer los dragones de la discordia y de la superficialidad. Todo eso es loable, imprescindible y hermoso.

Más que el arte, la Casa nos habla sobre la vida, nos la presenta como lo necesario, como lo que debemos salvar por encima de guerras, de mentiras, de desmemorias. Uno de los premiados por esta institución, Eduardo Galeano, habla en sus libros sobre lo perentorio de cambiar las tornas de la memoria para que los pueblos no queden en la vera de los caminos. De hecho, para el escritor se trata de una forma de hacer que sobrepasa el arte pues va a la esencia encontrada, a la soberanía defendida. Retamar supo de tales episodios y los puso en más de un ensayo. Por eso su savia está en la Casa, por eso la dirigió tantos años y le dio un sello tan humanista y profundo.

Casa de las Américas posee una de las mejores bibliotecas que conozca, así como un bello entorno arquitectónico para la lectura meditada y la reflexión intelectiva. Frente al mar, con los aires fuertes que chocan contra la fachada, el edificio de constitución original, casi con forma de templo, sobresale en los paseos y avenidas del Vedado habanero. Su vida legendaria ha conocido hallazgos en el campo de la cultura, también luchas por la permanencia de un proyecto que se niega a envejecer y al olvido.

Los jóvenes, los intelectuales, los artistas, seguirán siendo el aire y la luz del recinto. El filósofo José Pablo Feinmann, una de las mentes más lúcidas del continente, visitó la Casa hace unos años. Retamar le enseñó la obra completa de José Martí y el pensador argentino solo atinó a admirar que en la isla hubiese un ser tan extraordinario como el Apóstol, así como un centro de estudios y de promoción de las artes que se inspira en los tiempos más luminosos, los de la formación y el encuentro. Para Feinmann, a quien perdimos recientemente en la pandemia, Cuba estaba contenida en los inmensos volúmenes de Martí, así como en las paredes de ese edificio raro que reposa junto al malecón.

Más allá de la alta cultura de los grandes autores, la Casa recibe a cualquier cubano, dignifica su papel en la resistencia heroica de una isla bloqueada que ha sabido hacerse a sí misma. El centro difunde su savia de Quijote entre los cubanos y los latinoamericanos, avanza en la concreción de una agenda por la belleza y el sentido. Así es la Casa, un hogar confortable en el cual podemos ser nosotros mismos.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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