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lunes, 18 de noviembre de 2024

Silvino García, padre de Caturla y patricio de la trascendencia

Una historia familiar se expresa mediante los códigos del amor y de las fundaciones, en una de las villas cubanas más antiguas...

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 15/12/2021
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Silvino Garcia, en la casona familiar
Silvino Garcia, en la casona familiar. (Tomada del Perfil de Facebook del Museo Alejandro G. Caturla)

El Museo de la Música Alejandro García Caturla de Remedios le acaba de dedicar una muestra transitoria a Silvino García. Más allá de las historias que se cuentan, a veces tergiversadas, la familia que dio a luz a uno de los mayores genios del arte en Cuba era encumbradísima, palpitante en su hechura patriótica, patricia como pocas. Silvino fue un destacado mambí bajo el mando del General Francisco Carrillo, héroe de tres guerras y amigo de Martí.

Las hazañas y otros encarnizados recuerdos se mezclaban en las tertulias con el piano, las referencias a la alta cultura y su imbricación con las manifestaciones populares de creatividad. Como padre de Caturla, el señor García hizo todo lo posible por la educación, por limar y ascender en la escala social a quien sería el más universal de los remedianos. La historia que nos narra el museo, precisamente, va de eso.

Diana de Caturla y Silvino García tuvieron varios hijos, fruto de una unión que fue festejada como un acontecimiento trascendente para la ciudad. Él había contribuido en la guerra y en la paz, fue fundador del ayuntamiento remediano, procurador público, tesorero y mecenas de la Biblioteca José Martí, impulsor del Museo de Historia José María Espinosa. La labor filantrópica y el activismo cultural fueron imparables.

En tanto, el niño Caturla recibía la educación europea de manos de sus preceptores blancos a la vez que la influencia afrocubana por parte de la nodriza, Bárbara Sánchez Peñalver. Las rumbas eran acompañamientos perfectos para los libros de enciclopedias como El Tesoro de la Juventud, que fuera leído en voz alta en las habitaciones de la casona. Silvino quería formar un hombre de bien, sin prejuicios, amante de la verdad y la justicia. El niño fue un alumno indisciplinado y brillante, que pronto aprendió varios instrumentos hasta que se decantó por la carrera de la abogacía y el amor a la música.

Pocas veces se recuerda una relación tan tormentosa y cercana como la que hubo entre Silvino y Alejandro. Las cartas entre los dos bullen de emociones, de complicidades y reproches. Las dos visiones iban encontradas y unidas, galopantes y a la vez propias de una misma corriente de lucidez y pensamiento. Era una época de caballeros, en la cual se sostenían criterios contradictorios en torno a la moral, lo correcto, lo elegante y lo ético.

Caturla, ya en La Habana, bebió de la cultura liberal del jazz e incluso tocaba en una banda y amenizó películas silentes en los cines. Allí, se cuenta, lo encontró Carpentier. El joven estudiante de Derecho improvisaba de memoria pasajes de los clásicos europeos, según iba transcurriendo la cinta, y lo hacía de una forma única, desbocada, luminosa. Era el tiempo para despertar a los espíritus apolillados, a esos que vivían un romanticismo tardío y se negaban a la rueda inexorable de la modernidad. Remedios había sido el nicho de crecimiento, donde el padre quedaba pendiente del hijo y del bienestar del resto de la familia. La capital fungió como desprendimiento, deconstrucción de prejuicios, libertad extrema.

Caturla se había vinculado a la vanguardia cubana, mayormente de izquierda y encabezada por grandes poetas como Rubén Martínez Villena y Nicolás Guillén. La lucha por el arte era a la vez un combate humano contra la sordidez del tiempo.

En la villa apolillada, a la cual volvió el músico, los compases iban más lentos, allí parecía que la colonia no acabó sino que prolongaba su sueño sobre los tejados de madera y las paredes de barro. En cartas, Caturla refirió que lo perseguía un sueño: volver a La Habana, andar los caminos del arte y las tertulias de amigos. Silvino le hizo otro gran regalo, pagarle sus estudios de música en París junto a la preceptora Nadia Boulanger, la más grande maestra de todos los tiempos, quien tuviera como alumnos entre otros a Aaron Copland. El remediano se perdía en las calles de la urbe europea, requería andar junto a Carpentier o con un mapa en el bolsillo, sin embargo, fue de los mejores pupilos, así lo destacó Nadia en varios testimonios. A su vez, se empezaban a escribir algunas de las mejores piezas, que quedarían en el inmortal repertorio cubano.

Silvino, entre tanto, como el resto de la familia, había quedado sorprendido y hasta contrariado por los amores de su hijo: dos mujeres negras y hermanas, con las cuales habría una larga descendencia. Sucesos que soltaron las amarras al prejuicio social y el racismo. Incluso hoy, un matrimonio o relación carnal con dos personas unidas a través de un lazo tan cercano de consanguineidad sería un escándalo.

Alejandro, otra vez en Remedios, percibió el ambiente hostil, cargado de ofensas. El padre le había facilitado una vivienda para que fuese a vivir allí con su familia. El inmueble, sito en Andrés del Río, es hoy un sitio marcado por contradicciones familiares, por el deterioro y la pérdida de una memoria inabarcable.

Pero la presencia del patricio mambí sería crucial a partir del asesinato de Caturla. En el despacho de la casona comenzaron a reunirse partituras, cartas, recortes y evidencia para hacer un museo. Silvino, con afán fundador, dejó consignada esa voluntad en testamento, ya que tanto él como Diana se transformaron en sombras por la tristeza del hijo perdido en el marasmo de la incomprensión.

En 1959, casi veinte años después de la trágica balacera que se llevó a Caturla, muere Silvino, dejando una estela de papelerías que fuera luego aprovechada por María Antonieta Enríquez para el montaje de la institución.

En el zaguán de la casona familiar descansan ambos retratos, padre e hijo, frente a frente, como homenaje a dos hombres conectados y diversos, divergentes, pero siempre al acecho de una obra de amor y fundaciones. Más allá de que hoy se realicen exposiciones o jornadas queda el sabor de la vida, el intenso tesoro que subyace en la memoria y que se expresa según los códigos más exquisitos.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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