Por: Miguel Limia David
La producción cultural en su más amplio sentido constituye una de las fuentes productoras de riqueza material y espiritual fundamentales del país. Tiene sus raíces en el pueblo, en la comunidad, y en los artistas y profesionales que forma nuestro sistema de escuelas. En su realidad empírica contemporánea es un resultado genuino de la Revolución cubana y su política cultural.
Como proceso vivo de permanente creación, producción, distribución, comercialización y consumo de bienes culturales —mucho más allá del Arte y la Literatura—, no configura únicamente un asunto de economía de la cultura o de industrias culturales y creativas —aun cuando estas dimensiones sean clave para garantizar la sostenibilidad económica, social y ecológica de todo el sistema de la cultura y, eventualmente, del país—; pues las trasciende, en tanto fenómeno integral y multidimensional que penetra y califica todos los espacios de la vida de la sociedad.
En consecuencia, los temas y problemas que suscita el desarrollo cultural del país poseen una naturaleza que demanda un enfoque transdisciplinario e integral.
“Economía y sociedad no existen sino en la cultura y por ella”.
La producción cultural es madre nutricia y escudo de la nación en la unidad de bienes, símbolos e identidad que contribuye a generar. Sirve de sustrato icónico y guía inspiradora al intercambio, la actividad, cooperación, integración y comunicación sociales, en el seno del pueblo cubano que construye el socialismo.
No es casual entonces que el enemigo imperialista y sus servidores hagan ingentes esfuerzos por suplantar y tergiversar sus signos, códigos, interpretaciones y significación sociales efectivas.
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Por eso, al perfeccionamiento de la gestión público-administrativa, empresarial y comunitaria de los procesos culturales, le corresponde un papel clave en la actualización e impulso del modelo económico y social cubano de construcción del socialismo, en un mundo globalizado donde el capitalismo es hegemónico, aunque esté en disputa la polaridad.
Esto atañe tanto a la configuración instrumental de estos procesos, como a la constitución sobre la base de los principios revolucionarios y socialistas, de las mismas subjetividades y sus disímiles interrelaciones, dado que economía y sociedad no existen sino en la cultura y por ella. Como dijera con razón Fidel, la batalla sigue siendo de ideas.
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De hecho, el perfeccionamiento de lo que denominamos comúnmente sistema de la cultura es una premisa indispensable para hacer irreversible el socialismo, consolidar las conquistas de la Revolución y construir la sociedad próspera y sostenible en que estamos empeñados, a pesar del bloqueo y la cizaña de la subversión político-ideológica, que desde los medios globalizados trata de revertir nuestro orden social y la confianza del pueblo y sus nuevas generaciones en la propia obra, así como en el sistema de gobierno democrático que el pueblo se ha otorgado a sí mismo.
Se nos quiere imponer desde la sensibilidad y la razón, como “natural” y “axiomática”, unas jerarquización axiológica y cosmovisión culturales contrarrevolucionarias del cubano y la cubana, su historia étnica, la sociedad y el mundo; tergiversando, desnaturalizando, banalizando y desplazando las auténticamente generadas por el pueblo a lo largo de más de 200 años de historia. Para ello cuentan con una marcada superioridad tecnológica y una tácita anuencia mediática, que procede de la hegemonía cultural globalizada de carácter capitalista-centrado y colonizador.
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Por eso, el énfasis en poner en práctica de manera orgánica y sistemática la gestión de innovación en los procesos culturales sobre la base de los principios revolucionarios no constituye una moda, sino una prioridad de la agenda pública nacional para el desarrollo subsiguiente del país y la consolidación y defensa de su integridad, soberanía e independencia.Esta línea de acción es una vía para superar brechas internas y externas de desarrollo en el menor intervalo de tiempo posible, garantizando la continuidad de la construcción del socialismo, en el sentido de los valores que Fidel nos enunciara en su definición de Revolución de mayo del 2000.
De lo anterior se deriva que los trabajadores de la administración pública, el sistema empresarial y el trabajo comunitario cultural estemos en necesidad de apoderarnos de lo que en la práctica laboral y cívica cotidianas significa gestionar sobre bases de ciencia e innovación los procesos culturales. Eso es un reto.
Se requiere de voluntad, capacitación y trabajo organizativo para lograrlo, no se va a dar sin esfuerzo; pero contamos con una riqueza espiritual, disposición institucional y un potencial intelectual socialmente distribuidos a lo largo y ancho del país, que favorecen la materialización de esta finalidad estratégica.
En particular, estamos conminados a aprovechar las posibilidades y efectos que genera la IV Revolución Industrial, tanto para la producción y comercialización de los bienes y servicios culturales, como para su gestión pública a favor de la descolonización cultural, el bienestar y participación protagónica del pueblo, el enriquecimiento espiritual de las personas y el mejoramiento de las condiciones de vida de la población en su conjunto.
“La producción cultural es madre nutricia y escudo de la nación en la unidad de bienes, símbolos e identidad que contribuye a generar”.
En esta dirección nos favorece que el escenario público nacional está sujeto a profundas transformaciones institucionales, organizativas, normativas y de procedimientos, encaminadas a destrabar el desarrollo de las fuerzas productivas del país, bajo las presentes condiciones históricas de despliegue y fortalecimiento del Estado socialista de derecho y justicia social.
Se abren nuevas pautas socialistas para la actividad económica, social y cultural, para el ejercicio de las libertades, derechos, deberes y responsabilidades individuales y colectivos, que incentivan la creatividad pública y privada en beneficio del pueblo, en aras de una sociedad socialista próspera y sostenible.
Esta característica sistémica es una fortaleza invaluable para las transformaciones a generar como resultado de las diferentes innovaciones que se implementen, porque al tiempo que precisa la nueva gama de opciones y soluciones prácticas económico-financieras, organizacionales y de regímenes jurídicos, nos ofrece la estabilidad normativa requeridapara garantizar la irreversibilidad de las transformaciones en el espacio social, la firmeza institucional necesaria, particularmente en el plano de las transacciones que se convenga establecer.
En consecuencia, el sistema público-administrativo, empresarial y comunitario de la gestión cultural está llamado a continuar transformándose en dirección a aprovechar las nuevas oportunidades, posibilidades y opciones que se generan institucionalmente, eliminando obstáculos y frenos, enfrentando por medio de soluciones novedosas los emergentes retos y restricciones presupuestarias, con el fin de construir y canalizar nuevas capacidades creativas, productivas y de comercialización sostenibleseconómica, social y ecológicamente en el tiempo; revitalizar la creatividad de las existentes y valorizar de manera creciente el trabajo de los portadores culturales desde la comunidad y las unidades artísticas.
Todo ello hace pertinente aprovechar las nuevas figuras organizacionales y regímenes jurídicos que ordenan la actividad empresarial y su encadenamiento. Claro, eso requiere ante todo movilizar la voluntad y el resuelto interés por conocerlas y aprender a ponerlas en práctica: saber y saber hacer.
En el país se cuenta con una experiencia de punta acumulada en esta dirección por sistemas empresariales de otras áreas de la economía y la sociedad, cuyas lecciones aprendidas resultan pertinentes para el sector de la cultura, sobre todo ante la inminencia de escenarios pos-COVID-19 y de endurecimiento de la situación de la economía nacional, global y regional. Hay que decidir con conciencia de la incertidumbre. Eso eleva la significación de la responsabilidad de los tomadores de decisiones en cualquier nivel, así como de la consulta y participación de los trabajadores y el pueblo en general como elementos consustanciales a este proceso.
Para lograr asimilar las nuevas oportunidades y reglas de juego económico-financieras y de encadenamiento logístico, se requiere cuestionar de manera ordenada pero sistemática, las vigentes formas de práctica y de actuación, así como conocer, optar por y apoderarse de las mejores formas de hacer, a partir del estado del arte del asunto a nivel nacional e internacional, y del ejercicio del pensamiento creativo independiente, a la hora de elegir la tecnología a transferir o a construir.
En este sentido resulta obligado potenciar el papel de los Consejos Técnicos Asesores en cada instancia organizacional, tanto del sistema público administrativo como empresarial, de manera que estos órganos colectivos puedan desempeñar el papel de emisor actualizado de diagnósticos, y generadores de soluciones —en el marco de las nuevas regulaciones y disposiciones jurídicas—, de creadores de enlaces y espacios de interacción entre los demandantes de innovaciones y sus productores y proponentes, para fomentar la eficiencia, eficacia y efectividad del proceso en su conjunto.
Es importante notar el carácter estratégico que esta figura organizacional desempeña dentro del Sistema Nacional de Innovación, particularmente por su composición multidisciplinaria, la presencia de economistas, contadores y tecnólogos en su membresía.
Si a esta figura se le asume con la visión anterior sobre el mejoramiento organizacional, repetiremos más de lo mismo en la perspectiva estratégica, sin notar que el énfasis de la gestión innovadora actual descansa en el sistema empresarial, razón por la cual corresponde llevar a cabo un sustancial reordenamiento del lugar y papel de las entidades de ciencia, innovación y tecnología en el sistema en su conjunto.
Al mismo tiempo, es necesario aumentar las capacidades de las entidades de ciencia e innovación para enfrentar el proceso de manera integral, de modo que se priorice la alineación suya con las demandas de desarrollo emanantes de la Administración pública, el sistema empresarial de la cultura y las comunidades, con el objeto de superar las prácticas centradas en la producción de resultados científicos como propuestas desarticuladas de las demandas reales y los bancos de problemas de las instituciones y la comunidad.
Puede colegirse que este constituye un asunto particularmente sensible a nivel territorial, cuya visión de desarrollo es menester concebirla en la práctica, de manera integral y no sesgada o estrecha. Como en el país en conjunto, a nivel local el proceso de desarrollo es de naturaleza económica, social y cultural; por lo que las potencialidades culturales susceptibles de componer y echar a andar proyectos de desarrollo, constituyen una de las fuentes fundamentales para generar soluciones a los problemas de empleo, demanda de bienes y servicios, encadenamientos interempresariales e intermunicipales, formación de competencias laborales, atención a la tercera edad y a las personas con requerimientos y demandas especiales, la prevención social, recreación, rescate y fomento de tradiciones y formas de prácticas artístico-culturales tradicionales.
“La aplicación práctica de los resultados innovadores es el indicador más importante”.
Es importante visualizar el papel relevante que corresponde a las estrategias de desarrollo local en la detección de las potencialidades culturales de desarrollo, para proveer los proyectos de desarrollo local en base a la participación popular, y poner en funcionamiento de manera creativa y novedosa, en el marco de las nuevas oportunidades institucionales, los esquemas económico-financieros, de encadenamientos y comerciales que se necesiten.
Ello requiere un enfoque adecuado y una gestión pertinente de la administración pública estatal sobre estos procesos, un énfasis particular en la manera de organizar y conducir el trabajo comunitario de carácter cultural, con la finalidad de cerrar los ciclos de creatividad con la producción y comercialización; a la vez que se garantice y provea la función socializadora, de cooperación e integración simbólica e identitaria de los bienes y servicios culturales, al servicio de la comunidad y las personas.
Las instancias público-administrativas en sus diferentes niveles están conminadas a construir espacios de interacción que contribuyan a desarrollar nuevas capacidades organizativas y funcionales para resolver con éxito los nuevos retos. Esto, naturalmente, necesita de innovación organizacional, de procedimientos, de servicios.
Como política pública que es, este proceso requiere evaluar su marcha con los indicadores pertinentes, a fin de poder aquilatar con precisión los resultados e impactos de la gestión de ciencia e innovación sobre la producción cultural en conjunto y a cada nivel, contando con el hecho de que la aplicación práctica de los resultados innovadores es el indicador más importante.
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