Nunca conocí a Manolín Álvarez. Los años de trabajo en una emisora de radio en Caibarién fueron la experiencia perfecta para enterarme sobre la hazaña del asturiano aplatanado en aquella pequeña villa del centro de Cuba, cuyo puerto cosmopolita recibía con los brazos abiertos a todo aquel emprendedor de la latitud que fuese. El hombre joven llegó con la idea de fundar una planta trasmisora, hazaña que logró en 1917 con su 6 EV, la cual salía al aire y tenía un alcance inmenso para la época. La programación cultural y deportiva incluyó la trasmisión de eventos en vivo, de conciertos y de peleas de boxeo. Manolín revolucionaba toda una era de aislamiento, trayendo el mundo hasta Caibarién mediante las ondas hertzianas.
A pesar de estar todo debidamente documentado y de que el propio asturiano vivió hasta la década de 1980, aún no se le reconoce su papel de iniciador de la radio. Este escamoteo sin explicaciones ha dejado a la villa sin uno de sus principales logros, ha opacado la historia que bien pudiera figurar entre los episodios de más luz en el devenir cubano. Según se dice, se prefiere otra versión de los principios de este medio, pues persisten sesgos nacionalistas e incluso habanocentristas. Sea como fuere, el testimonio de Manolín sigue vivo en sus hijos.
En particular, tuve el honor de ser invitado a la casa de Enma, una mujer ya entrada en edad, que vive entre los recuerdos de su padre. Una habitación está aún llena de los objetos y bujías de los trasmisores de la antigua planta. Las fotografías y las pinturas de la sala permanecen repletas de alusiones a aquella época de gloria. “Aquí estaba la cabina de trasmisión”, me dijo Enma, señalando a un rincón, desde donde cada día se produjo el milagro del arte de la radio.
En la inauguración de la moderna planta Radio Caibarién (CMHS) estuvo presente Manolín, un anciano ya achacoso pero enérgico, que era venerado socialmente por todos los artistas de la región. Su vestir se había ido simplificando con los años: ya no usaba traje, sino una camisa simple y su boina asturiana. De cuerpo menudo y mirada profunda, el hombre se sabía grande, pero prefería la cotidianidad y la calma de una vejez en la villa que lo acogió y le permitió emprender.
Una de las fotografías que quedaron para la historia es la de Manolín con su hija Enma caminando por la acera de lajas de uno de los portales caibarienenses, ya casi al final de su vida. La seriedad de su rostro expresa quizás cierto dolor por no verse reconocido en su mérito, pero no se aprecia atisbo de derrota, ni siquiera de un pesar importante, sino de esa energía, de esa pasión que movió siempre sus proyectos radiales y tecnológicos. Y es que Manolín hizo todo artesanal, a partir de su propio estudio, lo cual lo convierte en una especie de genio.
Caibarién es una ciudad de orden neoclásico que crece en torno al mar. Sus calles son largas y rectas y los edificios poseen una belleza palaciega. El lujo de tales mansiones expresa la vida intensa que existió en los tiempos mozos de Manolín. En cada esquina de este sitio hubo una tienda o un negocio. Los extranjeros se mezclaban con los cubanos, sin que se reparase en diferencias.
El asturiano era de vida más modesta, pero sin dudas tuvo la oportunidad de insertarse en aquel dinamismo, en esa villa que crecía por momentos y que entrañaba uno de los futuros más prósperos de Cuba. Los almacenes junto al puerto, el ferrocarril que venía desde los centrales hasta el mismo mar, las patanas que iban hacia Cayo Francés donde estaban los buques de gran calado; todo bullía, todo brillaba y era promisorio. También la radio era parte de esa luz, porque de hecho daba cuenta y narraba cada avance o retroceso, como voz que fue de los ciudadanos.
Quizás porque se trate de algo más que una ciudad, este lugar posee encantos que nadie ha narrado. Caibarién es siempre un puerto con los brazos abiertos, un amigo que te espera con una sonrisa. El mar pareciera abrazarte y uno imagina las ondas hertzianas avanzar por las olas en los tiempos de Manolín, llegar hasta los cayos, hasta alta mar donde pescan los hombres humildes. La magia transcurría así, sin pedir permiso, haciendo una historia trascendente desde lo más modesto de la tecnología, desde una vivienda situada a pocas cuadras del centro de la ciudad. El espíritu se hizo así, a golpe de trabajo, de brillantez y de esfuerzo. No importa que luego se escamotee superficialmente.
Para los caibarienenses la radio es algo propio y siempre contaron con una o varias emisoras. En tiempos de Batista, la planta rebelde Cuba Libre salía al aire manejada por revolucionarios de la clandestinidad. Allí se daban partes reales de la guerra y se denunciaban desmanes cometidos por la tiranía. Pero el principio de todo fue Manolín, él encendió la chispa, dio el primer golpe en el aire y merece el respeto.
Hace poco conocí al colega Jesús Díaz Loyola, periodista caibarienense residente en Madrid, quien tiene en su haber algunas de las últimas fotos y entrevistas que diera Manolín. En sus posts de Facebook se expresa la gratitud de un joven hacia su maestro, así como la necesidad de que se haga justicia. A muchos les resulta chocante que no exista una distinción que lleve el nombre del fundador de la primera planta cubana. Pero, cuando las historias son auténticas, los hechos perviven y salen a la luz.
Manolín Álvarez es un reflejo perenne de la pericia y el amor a la radio, de la dedicación y el decoro profesional. Su esencia no es pueblerina, intrascendente, sino mundial, humana. Más que una reivindicación hacia su figura, cabe pedirle un perdón por nuestra tozuda manera de abordar los legados. El mar sigue abrazando la ciudad a todo lo largo de la costa. Si encendemos un receptor o pasamos frente a una vivienda, oiremos la música que identifica a Radio Caibarién: los acordes de Longina, la canción icónica de Manuel Corona. Hay en esas notas un aire de ausencia, de melancolía, que expresa el vacío de una historia. Ya en la tarde, se puede ver cómo el sol enrojece los tejados de la villa y en ese justo momento sobreviene la belleza de otros tiempos. El recuerdo y la radio se unen para conformar un ambiente de magia que transporta y enamora. Incluso, si ponemos más atención, quizás nos parezca ver a Manolín caminando por la acera de algún portal de lajas, como prueba de la naturaleza perenne de un espíritu.
Luismo
23/3/22 18:02
Caramba Mauricio, al menos viene en el llamado Año del Centenario de la Radio Cubana una somera mención al legado histórico de Manuel (Manolín) Álvarez Álvarez, a quien desde principios de la década de los 80 del pasado siglo Jesús Díaz Loyola, ahora en Madrid como dices, trata de restituir, como único biógrafo, valores esenciales a la vida y obra de un hombre que figuró de forjador, no solo de los caminos culturales, sino también —como diríamos ahora, de inclusión de la mujer y su empoderamiento, en una planta radial—, deportivos, comerciales y de propaganda.
Extraña que, acucioso investigador, solo conozcas a Díaz Loyola por la cercanía en los últimos años y no rebusques en periódicos, como Vanguardia, y hasta en el libro «Crónicas del Caribe: La fabulosa historia de un asturiano que emigró para fundar la radio en Cuba» (Stella Maris, 2015), texto escrito por ese periodista. Incluso pasas por alto La Radio en Cuba (1998), de Oscar Luis López, pero es lo de menos.
La vida de Manolín, por supuesto, como la de otros emigrantes, no fue fácil en La Habana, primero, y después hasta sus últimos días en Caibarién. Desde Hombre de mar, de andar inquieto como publicista, hasta empresario radial, tal como apuntas, y después seguidor de sus ideas siempre en la radio, con emisoras en muchos territorios villareños, y con indicativos diferentes en su localidad de asiento. La 6.E.V., fue el comienzo, siempre a Feliciano Reinoso Rivás (Jack Dempsey), primer narrador deportivo en Cuba, pero el hecho ocurrió en septiembre de 1923, y no tal como parece, años antes. No hay incluso mención a la 6LO, sustituta de la planta anterior, también de Manolín, y el hecho deportivo de la narración de béisbol, con Gastón de Caturla, el primer comentarista del deporte nacional. También se olvida la impronta de 1930-1949 de la CMHD, La Voz de Las Villas, allí en Caibarién, y el mundo del teatro desde la radio del interior del pais y de Cuba.
No olvidaría el paso de Manolín Álvarez por Dagua la Grande, y su emisora CMHA, un proyecto simultáneo trazado junto a la CMHD, de Caibarién. Según dice Díaz Loyola, eran en el caso de Manolín Álvarez, «venturas y sacrificios junto a la radio», y que luego se prolongaron en otra pasión, la de radioaficionado vital antes que llegara el ocaso de la muerte.
No es solo como dices, «que el legado histórico de Manuel Álvarez Álvarez», infiero en síntesis, permanezca olvidado, más allá de las lajas que mencionas en su último paso por las calles de Caibarién, todo obliga a una disculpa para restituir la verdad y situar al hombre, no entre los iniciadores, sino como Pionero insicutible de todo y cuanto hizo. Gracias, al menos, por recordar a Manolín, de quien estoy seguro, Díaz Loyola lo tiene siempre en presente.
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