Recuerdo en mi tierna infancia cómo existía siempre en el horario escolar un momento para las artes. La preparación de las maestras era versátil, propia de personas consagradas y capaces de entender la psicología infantil en sus tantas facetas. Aquellos aportes fueron sedimentando en mí un gusto por lo bello, por la búsqueda de caminos creativos. Sin embargo, la carencia de elementos de enseñanza en los estudios superiores me apartó de toda vertiente y hallazgo en el cultivo de lo artístico. La universidad cubana padece de academicismo, se concentra en impartir las materias normadas y, aunque existen los festivales de cultura, no se mezcla lo técnico con lo bello, ni mucho menos, lo formativo con lo sensible.
En centros de altos estudios en otros países, se evidencia cómo, junto a las carreras de cualquier corte, hay escuelas paralelas de música, teatro, actuación. Hacer seres integrales que aporten no solo un detalle técnico, sino el universo todo, debiera establecerse como un panorama realista y concreto, alcanzable. Cuba dispone de las infraestructuras e incluso es loable cómo las escuelas primarias y secundarias poseen maneras de acercar a los niños a lo bello. Mas ese enlace no deberá perderse, ni menospreciarse en los demás niveles de educación.
Alguna vez presencié cómo ciertos colegas estudiantes no sabían la letra del himno universitario y mucho menos sus valores conceptuales. La enseñanza de la asignatura de Historia del Arte en mi carrera cobraba gran cantidad de suspensos, debido a que no había una base formativa previa que situara a los muchachos en los periodos, las tendencias y las figuras. Los contenidos tenían, para muchos, una naturaleza desconectada de sus realidades particulares. ¿Cómo saber por ejemplo por qué en la Capilla Sixtina Adán y Dios no se tocan? Cada signo de la vida tiene un universo semiótico que se nos abre o cierra en dependencia de nuestras competencias y cultura general. Adán no es tocado por Dios, porque como ser humano dispone de libre albedrío e incluso el acto de vivir dependerá de su voluntad individual. Poderoso símbolo de las corrientes de pensamiento renacentistas que rescatan la centralidad de las personas en la historia.
Las universidades cubanas, a excepción de aquella que está centrada en las artes, por lo general se precian de su nivel de especialización en ramas de la ciencia, de los aportes, de la capacidad práctica de sus profesionales. Pero en la construcción de una sociedad diferente no solo valen las producciones de alimentos o de equipos eléctricos, sino dotar a los científicos de un ethos, de la posibilidad de ser sujetos conscientes de la realidad y que la quieran transformar desde una mirada humanista. El ISA ha hecho muchísimo, formando excelentes creadores, críticos, profesores; pero no debiera ser la única cantera. En la literatura, por ejemplo, se carece de espacios de intercambio y de estudio, con la excepción del Centro Onelio de La Habana.
Cierto que los escritores son por lo general unos lobos solitarios que viven el fenómeno del arte a su manera, pero no estaría demás que surgieran espacios en las escuelas, en los cuales se socialice, de debate y se aprenda sobre las letras. El gusto por lo hermoso, la búsqueda de un camino para apreciar el mundo, no están en currículos de carreras técnicas o figuran como simples acumulados teóricos en algunas de las cátedras de las especialidades humanísticas.
La clásica educación bancaria que no forma para crear, sino para reproducir, no se ha desterrado de las escuelas cubanas, sino que persiste a través de fenómenos alienantes como algunos géneros de teleclases, en los cuales se ve más ruido que beneficio, más formalismo que esencia. La universidad, luego, está para consolidar, para guiar, es un haz de luz que se abre sobre el estudiantado y que ayuda a elegir un camino. Pero el alma máter no tiene la capacidad de suplirlo todo: hay que ir cultivando el buen gusto desde antes.
En la era del trap y el reguetón, la música por ejemplo es una de las artes más polémicas, siempre situada entre el consumo y la estética real. Una anécdota de mis años universitarios acerca de cómo una indisciplina del público de muchachos motivó que la Sinfónica Nacional no fuese más a la casa de altos estudios; sirve de pivote argumental para sostener el hecho fehaciente de que padecemos carencias. Ni hablar de otros gustos como la danza, que lamentablemente se han perdido pues su apreciación conlleva un cúmulo de saberes que no están a la mano, sino que se adquieren a través de la especialización, del estudio, de cierta academia exigente. Así, vale la recomendación de que cultura y ciencia marchen juntas, en la formación humana.
Loable sigue siendo el papel de las instituciones que privilegian a los estudiantes universitarios, cobrándoles menos por la entrada o que establecen convenios para que el acceso sea gratis. Esa forma de enseñanza tiene todos los puntos para ser efectiva. También, porque se acerca al universo ideal que debemos conseguir: los aficionados de hoy conocen a los consagrados de ayer y se genera una sinergia de ejemplos, un trasvase de saberes. Un ingeniero civil no podrá diseñar sin que mire con el alma a un edificio o un puente, lo aprecie, le aporte su esencia hermosa.
Lo mismo pasa con un médico que deberá tratar a sus pacientes, conversar con ellos, darles un aliciente más allá de la fría consulta o de la receta de medicamentos. Somos un mundo interconectado, una sola realidad, no vivimos en estancos imperecederos. La academia, tal y como está, nos trasmite la ilusión de los conocimientos impolutos, separados, metafísicos, pero la práctica está hecha por el vivir cotidiano de las personas.
La enseñanza artística en las escuelas de la educación superior en Cuba deberá actualizarse, ver más allá de sí misma, añadir esos talentos que pululan en las aulas. Todo cuidado en función de la vida y de lo bello será poco en una sociedad que quiere ser mejor. Solo así prevalece la luz en medio del más oscuro panorama, dejando la posibilidad de que cualquiera de nosotros tenga la capacidad de encenderla.
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