El teatro es un gran reto para los actores, y sobre todo si es un unipersonal que transita entre varios roles. Alejandro Piar encaró la osadía con Anteo en La Habana, obra en la que asume, además, diseño de luces, banda sonora, dramaturgia y puesta en escena. El espectáculo nos muestra toda la cubanía centrada en la capital, a través de Anteo el vagabundo, Julián el poeta, y Ñico el rumbero.
La obra que se presenta en la sala Adolfo Llauradó constituye un regalo para los amantes del arte de las tablas, ese que nos pone a pensar, y que consigue estremecernos en lo más hondo.
Piar con una carrera extensa en Argentina, y menos conocido en Cuba, domina a la perfección el texto, que nació justamente en 1999, en el país sudamericano, para mostrar un pedacito de su tierra natal.
Quizás por eso la referencia a un término tan argentino como «boludo», y su equivalencia con otra acepción cubana que tanto utilizamos. Una definición sencilla, pero riquísima desde el punto de vista lingüístico. O ese momento sublime cuando declama el Padre Nuestro Latinoamericano. Cuba y América Latina también se dan la mano en la obra.
Pero, el texto con más de veinte años, se mantiene más vivo que nunca porque el protagonista le ha sumado diálogos con muchas pizcas de ese humor y choteo que nos caracteriza, relacionados con la Cuba actual. Anteo en La Habana es, ante todo, un texto vivo.
Y es una obra muy honesta. Ahí está en el vagabundo, quien desde su posición nos regala una clase de ética cuando habla sobre las tres características con las que Dios hizo al hombre, y también el poeta con la historia de los sentimientos. Porque Anteo en La Habana también llama a la reflexión profunda.
Piar sobresale en ese cambio de roles para el que se auxilia de la simple ropa raída o una bolchevique. Sus transiciones entre personajes son precisas: sin estridencias y sobreactuaciones. El actor domina el texto, es suyo todo el tiempo, lo tiene bien cogido de las manos.
Obra Anteo en La Habana, unipersonal de Alejandro Piar. (Cortesía del actor).
Anteo aquí también es un gigante, pero de pura cubanía. Por eso el trabajo con las luces y la música nos devuelven a las figuras del Caballero de París, Benny Moré y Bola de Nieve, símbolos de La Habana. Este Anteo no funda una ciudad sino que vuelve sobre ella. Las palmas para la puesta en escena y el diseño de luces que permiten al actor transitar de una caracterización a otra.
Los tres personajes ríen y lloran con la misma pasión, sobre todo cuando recuerdan su vida anterior porque: « El presente de un hombre es también su pasado»
O cuando el rumbero guapo y de solar se estremece, al reflexionar sobre la felicidad: «La felicidad es un buchito de café, dormir la siesta, comer natilla y arroz con leche y que tu madre te pase las manos callosas por el pelo. Ya no recuerdo las manos callosas de mi madre»
Anteo en La Habana reafirma nuestra cubanía. Fue un excelente regalo que viví en pareja previo al Día de los Enamorados. Aunque uno de los personajes siempre recalca que: «vivir es ir perdiendo cosas», la hora y tanto que dura la obra invita a seguir ganando con la vida.
Obra Anteo en La Habana, unipersonal de Alejandro Piar. (Cortesía del actor).
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