Cuba está repleta de historias extraordinarias acerca de las mujeres, en la lucha patriótica y en el acontecer diario de la sociedad. No prevalece su imagen heroica a pesar de su evidencia; tampoco el reconocimiento a su liderazgo, su valentía, su inteligencia y su trabajo, aunque la historia de la nación cubana sería otra sin tantas brillantes figuras femeninas. La pesada gravitación patriarcal ha disminuido, relegado y menospreciado su justo batallar por la afirmación social. La vigencia del mezquino patriarcado nos continúa ubicando en la prehistoria del género humano, sin percatarnos de las sobresalientes hazañas de mujeres en todos los campos. Apenas las vemos, y al llegar el 8 de marzo asumimos como una tarea hacerles una fiesta, regalarles una flor, redactar un comunicado, entregar un diploma y, cuando existía comedor en cada centro de trabajo, llevarles el almuerzo a la mesa ese día… Ese día. Después, de nuevo a la invisibilidad.
Todas nuestras provincias podrían contar relatos de mujeres extraordinarias, que no suelen encontrar suficiente destaque o visibilidad ni en la enseñanza ni en los medios, como si no hubieran desempeñado papeles significativos, y hasta decisivos, en el destino de la patria. En silencio han cumplido misiones esenciales y en muchas ocasiones han sido olvidadas. Recordaré solo algunos ejemplos.
- Consulte además: Mujeres en Cuba: haciendo historia
La capitana del Ejército Libertador, Isabel Rubio, nacida en Paso Real de Guane, fue una de las grandes patriotas pinareñas; no solo brilló en la fundación de hospitales de campaña, sino que logró decisivas recaudaciones de los vegueros de Vueltabajo. Entre sus colaboradoras estuvo la también capitana Adela Azcuy, nacida en Viñales. Paulina Hernández, natural de Consolación del Sur y conocida como la “madre negra” de Martí en Estados Unidos, no estuvo cerca del Apóstol por azar, sino por coincidencia de ideales. De Consolación era además Catalina Valdés Páez, “La abanderada de Vueltabajo”. Varias mujeres del actual territorio de la provincia de Artemisa desempeñaron un rol definitivo en la lucha por la independencia: Magdalena Peñarredonda Dolley, de Quiebra Hacha, Mariel, fue delegada del Partido Revolucionario Cubano y colaboradora de Antonio Maceo en Occidente; alcanzó el grado de comandante del Ejército Libertador. Rosa María Magdalena de las Mercedes Martínez Iradi, conocida como Rosa Robés, fue organizadora de la lucha en su natal San Antonio de los Baños.
La primera manifestación pública de sentido patriótico que hubo en Cuba provino de la marquesa Jústiz de Santa Ana, en el siglo XVIII, durante la toma inglesa de La Habana. Mujer ilustrada que educaba a los esclavos domésticos y les daba protección, como al poeta Juan Francisco Manzano; sus manifestaciones ante el rey de España dan fe de su incipiente patriotismo. Otra audaz habanera fue la condesa de Merlin ─María de las Mercedes Beltrán Santa Cruz y Cárdenas Montalvo y O’Farrill─, una de las primeras escritoras de la Isla, que criticó en sus cartas la esclavitud y la opresión española. De San Nicolás de Bari, en la antigua provincia Habana y hoy Mayabeque, es Emilia de Córdoba y Rubio, luego vecina de la barriada de la Víbora; una de las primeras mambisas, quien tuvo una participación muy activa en la emigración y en la búsqueda de fondos para sufragar los gastos del Partido Revolucionario Cubano.
“La primera manifestación pública de sentido patriótico que hubo en Cuba provino de la marquesa Jústiz de Santa Ana, en el siglo XVIII, durante la toma inglesa de La Habana”.
Basta mencionar a dos mujeres entre las tantas destacadas del actual territorio de Matanzas: una es Carlota, negra de origen lucumí y líder en 1843 de la rebelión de esclavos del ingenio Triunvirato —en su honor, la operación Carlota adoptó su nombre para la ayuda militar prestada por Cuba a la República Popular de Angola—; la otra, Emilia Casanova, oriunda del actual municipio Martí, fue una incansable independentista que fundó una sociedad femenina para apoyar esta aspiración, la Liga de las Hijas de Cuba, sin embargo, apenas se comenta su influencia en el tránsito de su esposo, Cirilo Villaverde, del anexionismo al independentismo.
En Cienfuegos se destacaron Rita Suárez del Villar, “La Cubanita”, fundadora del Club Revolucionario de la ciudad, y Edelmira Guerra Valladares, nacida en Colón, Matanzas, mas muy pronto residente de Cienfuegos y creadora, junto a varias valerosas luchadoras, de otro club revolucionario, Esperanza del Valle. En Santa Clara, además de Marta Abreu —aún venerada por destinar su cuantiosa fortuna a obras de beneficencia y utilidad pública, y a la independencia—, otras mujeres se entregaron a la causa social, como la amiga de Martí y luchadora revolucionaria santaclareña Carolina Rodríguez Suárez, y la maestra Nicolasa Pedraza Bonachea. Una mujer aparece en el escudo de Fomento: María Caridad Martínez, quien como leona defendió los ideales independentistas junto a sus dos pequeños hijos; un símbolo de la fidelidad familiar y el amor a la patria.
En Camagüey descollaron muchas heroínas. Ana Betancourt subió al podio en la Asamblea de Guáimaro y proclamó la redención de las cubanas; Gabriela de Varona, “La Golondrina”, fue eficaz abastecedora del Ejército Libertador, y Luz Palomares, de Guáimaro, llegó a ser capitana mambisa. La más conocida de todas, Amalia Simoni, tejió una leyenda de amor y patriotismo junto a Ignacio Agramonte. Poco se conoce del papel de las tuneras en las gestas independentistas. Puede mencionarse a Mercedes Varona González, quien confeccionó el plano de la ciudad de Las Tunas para el ataque y murió en combate; su nombre lo llevó el primer club femenino del Partido Revolucionario Cubano.
Candelaria Figueredo, “Canducha”, fue conocida como “La abanderada”, porque al capitular la guarnición española de Bayamo el 20 de octubre de 1868 se vistió con traje de amazona y gorro frigio, y paseó la bandera cubana por toda la ciudad. Ella podría representar a tantas heroicas y anónimas bayamesas, no pocas de rica cuna, que prefirieron dar fuego a sus casas antes que rendirse, y partieron sin vacilaciones a la dura vida de la manigua.
Entre las grandes holguineras se encuentran Lucía Íñiguez, madre de Calixto García, y otras menos recordadas, como Ángela González Tort, gibareña que desde los 15 años permaneció en la manigua, donde se casó y tuvo hijos. La colombiana doctora en Farmacia, Mercedes Sirvén, vivió en Holguín y se convirtió en una de las suministradoras de medicamentos del Ejército Libertador, el cual le otorgó el grado de comandante. Cupertina Rubio Ochoa, sanitaria de hospitales de campaña en la guerra de 1895, forma parte de la nómina de olvidadas. De Guantánamo fue Dolores Paján, la primera guantanamera en sumarse a la revolución de Céspedes, con 23 años; negada a que la relegaran a la cocina en la retaguardia, llevó con honor el estandarte de los patriotas de Oriente en las primeras jornadas combativas, y el mismo año del levantamiento insurrecto cayó peleando.
Un aparte merece el rebelde y heroico tributo de las mujeres de Santiago de Cuba, tanto en el llano como en las montañas. Justo reconocimiento se le ha tributado a Mariana Grajales al nombrarla “Madre de la Patria”, pero son infinitas las historias de entrega en la Ciudad Héroe —por cierto, ¿no debería ser Ciudad Heroína?
“Hemos contado con mujeres sobresalientes en la ciencia, la tecnología, la cultura, la educación, la diplomacia, la defensa de la soberanía nacional, el deporte, etc.”.
He mencionado solo algunas mujeres destacadas en las luchas patrióticas durante los siglos coloniales, pero muy numerosa fue su presencia en las lides antimachadistas contra la corrupción republicana y en el enfrentamiento a la tiranía batistiana. Asimismo, hemos contado con mujeres sobresalientes en la ciencia, la tecnología, la cultura, la educación, la diplomacia, la defensa de la soberanía nacional, el deporte, etc. En la actualidad resulta imposible agotar historias sobre su grandeza, sobrepuesta a prejuicios y acomodamientos que las cargan con interminables jornadas de trabajo doméstico no retribuido y la atención a hijos y ancianos. Es hora de comenzar la historia del género humano compartiendo, en la práctica, deberes y derechos.
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