Por: Sender Escobar
Existen películas en las que un solo actor construye el universo de la trama. Interpretaciones tozudas que no dejan espacio a imaginar otro dialogo o acción en cada uno de los instantes que ocupa en la pantalla una historia común en apariencia.
Pedro Bengoa asiste a una entrevista de trabajo. Su expediente laboral testifica un recorrido alejado de problemas sindicales o políticos. TULSACO es una poderosa multinacional que ha extendido su campo a la minería para extraer cobre porfídico y Bengoa aspira a convertirse en jefe de obra como dinamitero.
Dirigido por Adolfo Aristarain, Tiempo de revancha (1981) es un filme de varios telones de fondo en el que a medida que avanza la historia cada uno de ellos, al ser levantado, devela secretos que serán descubiertos no solo por Bengoa, sino también por el espectador.
Durante el encuentro con uno de los administrativos, las miradas constantes de Bengoa a los papeles presentados en la entrevista manifiestan algo más de lo escrito en ellos.
“No se ponga nervioso. Todo el mundo se pone nervioso porque sabe que mi opinión es determinante”, afirma el señor Torres con aires de importancia y autocomplacencia.
Aceptado para trabajar en una de las canteras de TULSACO, antes de partir, Bengoa decide visitar a su padre: un vasco jubilado y cascarrabias que se dedica a reparar libros. La conversación entre padre e hijo saca a relucir el motivo de las constantes miradas de Bengoa hacia los papeles presentados al señor Torres: su pasado como luchador sindical oculto a través de falsificaciones y referencias ficticias.
Bengoa llega con su esposa a la mina donde será empleado y contra toda probabilidad encuentra a un compañero de lucha, que también ha ocultado su identidad.
Las sicologías de obreros y empleadores, junto con el comportamiento de hombres que no lo dicen todo con sus palabras, son matices develados por Aristarain en una película que actúa como denuncia a la injusticia, cuando la ambición aplasta cualquier atisbo de humanidad.
―A los indios les fue peor ―dice el chofer de la mina mientras lleva a Bengoa de regreso a la cantera―. Estas tierras eran de los mapuches hasta que llegaron los blancos. Algunos dijeron hay que pelear, otros dijeron que no servía.
― ¿Y quién ganó?, pregunta Bengoa.
― Perdieron todos. Los que pelearon están muertos y los otros están en la reserva, haciendo canastos como unos locos.
― ¿Y vos?
― Yo no soy indio, yo soy el Golo.
Antes de montarse en el jeep manejado siempre a toda velocidad por el Golo, Bengoa había tenido un desencuentro sobre lugares parea ser dinamitados, por el peligro que ello implicaba para la vida de sus hombres.
La trama adquiere un matiz de suspense. Bengoa comienza a sentir renacer su pasado sindicalista y escenifica un accidente de trabajo para descubrir la verdad que oculta TULSACO en un sitio donde van ocurriendo, con demasiada frecuencia, muertes por derrumbes en la mina.
Inicia, entonces, una batalla legal entre hombre y emporio, uno por hacer justicia para reivindicar todo lo que ha descubierto, mientras que el oligopolio TULSACO pugna por mantener una fachada, la cual ve en peligro ante la resolución de un hombre como Bengoa.
La maestría de Federico Luppi en su caracterización de Pedro Bengoa mantiene todo el tiempo pendiente al espectador sobre cuál es el objetivo de ese hombre, que incluso ante ofertas tentadoras no declina su voluntad, por la cual ha sido sometido a un espionaje minucioso.
En la narrativa de Tiempo de revancha un elemento la ha separado del resto de las grandes películas. El clímax de la misma no se encuentra en el desarrollo de su historia, a pesar de poseer escenas de magnifica tensión. La maestría de este largometraje radica en su final, en la decisión de Bengoa por mantener una férrea voluntad hasta la última consecuencia.
Años más tarde del estreno de este largometraje, con un Luppi consagrado en la cinematografía iberoamericana, Aristarain volvería a llamarlo para su película de 1997, Martín (Hache). El veterano actor argentino encarna a un reconocido cineasta con problemas para asumirse como padre a tiempo completo
Federico Luppi cumpliría este 23 de febrero 86 años. (Tomada de lavanguardia.com)
Martín (Hache), llena de diálogos memorables, en sus inicios hace un guiño a la obra que director y protagonista, más de una década atrás, colaborarían para hacer de Tiempo de revancha.
Intérprete multifacético, Federico Luppi cumpliría este 23 de febrero 86 años. Aunque sus últimos años no fueron precisamente de esplendor, sobre todo por causas económicas, su historia actoral inscrita en las pantallas de varios países de América y España consagró personajes que en cualquier sala de cine, sin importar el tiempo, conseguirán su revancha.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.