Rafael Farto Muñiz es un hombre medio olvidado. Lo tenemos en mente los amigos, algún que otro colega y la gente de pueblo que se detenía a dialogar con él. Gracias a su obra, cualquier habitante de Remedios conocía sobre la historia varias veces centenaria o recitaba de memoria las actas que daban cuenta de la presencia de demonios en la villa, allá por inicios del siglo XVII, un episodio único y trascendente. El nombre de aquella figura terminó siendo simplemente Farto, al cual se invocaba en tiempos de dureza y confusión, a quien se le tenía en cuenta en las asambleas de gobierno, en las decisiones que implicaban un cambio, una reflexividad mayor, un pensamiento.
Su tesis de doctorado, aun no validada del todo, se refiere a la verdadera fecha de fundación de Remedios. Una tarea titánica que una enfermedad terrible no le permitió concluir. Sin embargo, queda esbozada la obra del historiador también por su activismo, por su presencia en los espacios y los foros donde la villa requería defensa. En lo particular, mi familia está unida a los Farto desde hace más de un siglo, por eso él me llamaba cariñosamente “primo”. Las tardes conversando con este hijo ilustre versaban lo mismo sobre la historia de los ingenios en la comarca, que sobre las estatuas presentes en el retablo de la Iglesia Mayor. Farto habló siempre con una voz como de dioses, cuya autoridad le imprimía a Remedios ese aire de sitio hidalgo, lleno de dignidades. Para él había un linaje grandioso y humilde en los habitantes de estos alrededores.
En su casa, una vivienda espaciosa y austera, descansaba un cuadro del pintor remediano Gólgota que representaba a un monje. La expresión severa del personaje presidía las reuniones de Farto con los jóvenes y daba una sensación como de lugar sacro.
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Sin embargo, los inicios de Farto fueron en la actuación, aún joven y sin diploma universitario. De la mano del maestro Fidel Galbán, figuró como actor del guiñol varios años, donde se destacaba por su versatilidad. Por las noches y de forma diferida, el muchacho se hizo filólogo y aficionado a la historia. Su tesis fue acerca de la literatura remediana y se halla en los fondos de la Universidad Central Marta Abreu. Ya entrados los años 70 del siglo XX, por su amistad con Natalia Raola, la entonces historiadora de Remedios, Farto comienza a hacer su famoso activismo. En fotografías se le puede ver junto a Raúl Santos Cámara, por entonces Presidente del Gobierno local, quien contribuyera con gran parte del desarrollo de la ciudad.
Pero más allá de toda la historia, había que ver cómo Farto les hablaba a los niños sobre Remedios y sus tradiciones, cómo les leía historias de los libros sobre las leyendas y los mitos. Entonces la figura era un infante más, que se divertía y que invocaba sus años de actor de teatro. Para los que tuvimos ese privilegio, no hubo mejor espectáculo en la cultura y en los episodios de la vida cotidiana de esta villa. Todo ello, contrastaba con el tono señorial que asumía en el parque, durante las grabaciones para la televisión, en las cuales Farto imitaba la forma en que hablarían los personajes del pasado, como el propio José González de la Cruz (juez y sacerdote inquisidor del siglo XVII) o Bartolomé Díaz del Castillo (escribano de la villa). Más que una autoridad oficial, Farto encarnaba un espíritu raro, el de alguien que se negaba a lo común, a lo intrascendente, sino que vivía inmenso en las letras y los sucesos de la historia.
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En su computadora, tenía de manera perenne como fondo de pantalla el famoso grabado de Remedios, que hiciera el francés Federico Mialhe. En ese paisaje se observan todos los personajes que Farto imitaba con el tono de su voz, a los cuales invocaba en las conferencias, en los encuentros y los foros. Toda una ciudad y sus eras lo acompañaban, le hacían una estela de luces por doquier. Incluso, ya cercano a su muerte, el hombre aquejado de su dolencia no dejaba de sonreír y así se conserva en un video para la televisora local, que por entonces aún existía. Él soñaba con la prosperidad de Remedios, se le ilusionaban los ojos. Sin embargo, no pudo ver siquiera el 500 aniversario, cuando al menos se rescató el centro de la ciudad y fueron restaurados varios de los más bellos edificios para el complejo turístico.
Farto vivió en una ciudad menos bella pero quizás más metafísica y espiritual, a él le tocó imaginar lo mejor de aquel pasado y traducirlo al presente. Su savia es la de tantos que pasaron por Remedios y que conforman una dinastía de historiadores y de amantes del terruño, de hombres y mujeres de una esencia intelectual, de un peso en el desarrollo de los acontecimientos. Farto tuvo desencuentros por el tema de su tesis doctoral, con la cual no hubo muchas contemplaciones en el mundo académico. Y es que hay evidencia de la existencia de este asiento desde 1514 y el gremio se ha negado a asumirlo. La incomprensión y la indiferencia hicieron que no se le otorgara al hombre el título formal de Doctor. Una amiga profesora de Filosofía quiso organizar una especie de defensa post mórtem para que se diera ese acontecimiento de justicia, pero no fue posible.
A más de una década de la desaparición de Rafael Farto, se siente su ausencia, requerimos de alguien que retrate a Remedios con su misma pasión. Sin embargo, nada parece indicar que su memoria importe. La tesis doctoral no se conserva, mucha de su papelería fue dispersada y quizás destruida. Los familiares no se encuentran tampoco en el país. Pareciera que la maldición de los demonios intenta hundir el legado de esta figura.
A veces paso por enfrente de la casa de Farto y quisiera verlo, tocar la puerta, tomarnos un café y preguntarle muchas cosas. Seguramente, él las sabe responder, donde quiera que se halle en estos momentos.
Remedios es una ciudad y a veces una villa. Posee el espíritu de ambas urbes en una sola. Su cultura es de las más grandes de Cuba, pero la aqueja una pequeñez extraña. Las enfermedades del alma generan mezquindades incurables y peor que el provincianismo geográfico es aquel que surge en el intelecto y se enraíza en el corazón.
Farto nos trasciende desde su obra, supera todas las diferencias. Sin dudas y a pesar de nuestro encono en olvidarlo, él seguirá conociendo todas las respuestas.
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