Por: Lázaro Hernández Rey
Teatro, reclamo inexpugnable del arte desde los inicios del hombre, reúne en su haber una pléyade de clásicos que atestiguan la exaltación del amor por la humanidad en todas sus facetas y complejidades. En el mayor archipiélago del Caribe, José Milián ha forjado una obra dedicada a las tablas con la constancia como divisa universal para afrontar las adversidades. Gracias a su trabajo y dedicación existe hoy Pequeño Teatro de La Habana, un espacio testigo del amor por el teatro y de la importancia de esa manifestación artística. José Martí señaló en 1882: “Ha de irse al teatro como a fuente de virtud: a templar el alma para lo difícil, a no perder el hábito de lo heroico, a familiarizarnos con lo extraordinario, de que la faena diaria nos aparta, a cobrar fuerzas”.
Para el Premio Nacional de Teatro (2008) la dedicación hacia esa manifestación artística no ha ocupado solo un lugar en su labor como actor y director, sino también como diseñador escénico y dramaturgo, con un cuidado exquisito por los detalles y las puestas en escena: “Es la energía que me sostiene, me conduce en todos los momentos de la vida. Es más, solo puedo ver la vida así, como una gran representación en la que todos somos actores y formamos parte de una puesta en escena”.
Para Milián, quien con tan solo 15 años escribió Vade Retro, la entrega al teatro no era una aspiración en cuya materialización intervino solo su determinación personal, sino también la preparación recibida en el icónico Seminario de Dramaturgia del Teatro Nacional y los diferentes maestros que participaron en su formación. En ese contexto los nombres de Osvaldo Dragún y Néstor Raimondi no pasan inadvertidos.
“Solo puedo ver la vida así, como una gran representación en la que todos somos actores y formamos parte de una puesta en escena”.
¡Qué curioso! ¡Dos argentinos! Primero conocí a Dragún, fue mi maestro y siempre he contado que nunca me estimuló a escribir. Todo lo contrario, decía que me dedicara a vivir la vida como todo joven y que me olvidara de todo ese mundo teatral que llevaba en mi cabeza. Con los años fuimos grandes amigos. Nos reunía a todos los miembros del Seminario de Dramaturgia en su casa para comer, y a mí me leía sus últimos textos y me pedía la opinión después. ¡Es un hermoso recuerdo de amistad entre un maestro y su alumno!
A Raimondi lo conocí mucho después en el Seminario para Directores de la Casa del Teatro. Durante el montaje de una obra como ejercicio descubrió que yo me moría por actuar, y logró a base de elogios que todos los alumnos me hicieran actuar el mismo personaje en sus escenas respectivas. ¡Era feliz haciendo no sé cuántas versiones del Tai Chun, según la interpretación del director! ¡La verdad es que lo disfrutaba! Fue tanto su entusiasmo conmigo, que al fundar el Conjunto de Arte Teatral La Rueda casi me suplicó que fuera su asistente de dirección. Acepté con una condición, que siempre me permitiera actuar algún que otro personaje, por pequeño que fuera. ¡Y lo cumplió! Colaboramos juntos en los trabajos de mesa, me permitía dirigir algunas escenas, y me pidió una versión de La ópera de los tres centavos. Fue una locura: la versión, el personaje, la letra de las canciones y la asistencia. Me olvidé por completo de ser joven y además, mis obras comenzaron a perseguirme, como fue el caso de La Reina de Bachiche, al punto de que Raimondi quería dirigirla conmigo, pero no sucedió, porque por muchas razones regresó a la Argentina.
“A decir verdad, me paso la vida actuando fuera de los escenarios”.
- Usted ha manifestado que se siente realizado, entre otras cosas, a través de los actores que dirige. ¿Alguna vez ha sentido la tentación de volver a incursionar en la actuación?
- Siempre he vivido con esa tentación. A veces imagino, durante un montaje, que en este momento me viene el personaje y salgo a actuar, pero solo eso, imagino. Disfruto dándole las armas a un actor, y me hace feliz también. Aunque a decir verdad, me paso la vida actuando fuera de los escenarios.
- En Si vas a comer, espera por Virgilio se hace referencia a Lezama. ¿Cómo usted valora, a título personal, la importancia de la obra lezamiana en el teatro cubano y en el suyo en particular?
- No me atrevo a valorarla. He visto más de aquellos que la llevan al cine. Lo menciono en mi obra por la relación que tuvo con Virgilio; por ese maravilloso contrapunteo entre ambos titanes. ¡Irrepetible!
- Una cita de Baudelaire que repetía con frecuencia Lezama es la siguiente: “El mundo solo se mueve por el malentendido universal, ya que por el malentendido todo el mundo se pone de acuerdo. Porque si, por desgracia, todo el mundo se comprendiera, el mundo no podría entenderse jamás”.
- Las contradicciones, eso es. En términos dramatúrgicos prefiero el “desorden cósmico”, que es lo que desencadena las tragedias, aunque al final el “orden” sea restablecido. Adoro el caos que nos entrega un Hamlet o un Macbeth. Todos amamos y recordamos lo que produjo el desorden, y el orden restablecido deja de importarnos.
- Su obra y el legado que usted representa son una muestra del amor por Cuba como parte consustancial de su creación. ¿Cómo ha asumido los momentos de incomprensiones hacia su trabajo? ¿Cómo ello ha influido en su proceso creativo?
-Soy un amante muy fiel, más que fiel. Las incomprensiones lo hacen todo más difícil. Duelen, nos hacen sufrir, sobre todo nos ralentizan, pero finalmente nace un texto que nos complementa. Aunque a veces la incomprensión suele parecerse a un tiro de gracia. ¡Pero estoy aquí! El tiro de gracia no se efectuó. Creo que en el fondo es lo que Virgilio encontró en mí. Siempre he logrado superar el no.
“A veces la incomprensión suele parecerse a un tiro de gracia. ¡Pero estoy aquí! El tiro de gracia no se efectuó”. (Yuris Nórido/Tomada del sitio web de Cubaescena).
- ¿Qué lugar ocupa el Pequeño Teatro de La Habana en el corazón de José Milián?
- Soy yo. Todos los que me han seguido en esa aventura, los que van y vienen, se contagian con esa magia apasionada, aunque después busquen otros caminos. Mientras están conmigo trato de que sufran ese sueño agónico de vencer el caos del teatro con amor por él.
- En el contexto de la situación epidemiológica actual, ¿qué retos y potencialidades ve usted en el teatro cubano actual?
- Tal vez el reto sea encontrar nuevas formas, nuevos caminos de representación. Sin embargo, no debemos olvidar lo que se ha logrado antes, porque todo cabe en esa entrega. Y el público siempre estará ahí para nosotros.
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