domingo, 22 de septiembre de 2024

El eterno retorno de un salón en provincias hacia las utopías más frágiles

Un evento teórico se convierte en punto de confluencia para juicios en torno a la esencia del arte en estos tiempos…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 02/11/2023
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Galería en Remedios
No se trata de un viaje al pasado de las vanguardias del siglo XX, sino de una especie de utopía irrealizable plenamente (Mauricio Escuela Orozco / Cubahora)

Estos parecieran no ser tiempos de utopía. Más bien se cierne sobre la Tierra un aire distópico que no favorece ninguna dirección optimista. Si Voltaire escribió a través de su personaje Pangloss acerca de una visión positiva del universo, en la cual todo se justifica y posee un sentido y encaja dentro de la armazón compleja de las desgracias; ahora cuesta trabajo determinar en qué punto la Humanidad perdió esa brújula que la lleva a establecer un horizonte aun en la peor de las tormentas.

 

Por ello, hablar de retornos a las utopías es casi idílico, una locura, solo propio de idiotas o de genios. Aun así, el evento dedicado al gran pintor e intelectual cubano Carlos Enríquez en la ciudad de Remedios ha enarbolado la bandera de los horizontes, de las formas, de la implicación de un sentido y el hallazgo de una estructura. Este salón de artes visuales ha tenido en cuenta la tradición de vanguardia de la figura a la cual homenajea y, a manera de gesto irónico, establece un punto de conexión con ese pasado luminoso.

 

No solo para exponer, sino para que las cosas caigan en su justo lugar y por su propio peso, haciendo gala de un respeto a la lógica newtoniana, el evento incluye un apartado para la reflexión teórica y la crítica de arte, en el cual por cierto se ha cuestionado si existen tales cosas y, en caso de existir, si poseen algún peso en la conformación de un criterio estético o al menos en los mecanismos de legitimación que hoy más que nunca están en manos del mercado más banal de los likes de las redes sociales.

 

¿Es el crítico más importante que un influencer? ¿Puede un artículo con una armazón teórica determinar algo en el devenir de un artista o quizás resulta más trascendente el nivel de compartidos y de comentarios que pueda generar un post? Como ponente de uno de los aspectos del taller de crítica en el evento Carlos Enríquez, pude constatar que, aunque los públicos siguen necesitando de un criterio especializado, ahora más que nunca son las redes y sus formas de legitimación los espacios en los cuales las cosas se están decidiendo.

 

No importa la razón dura como concepto, sino el relato y dentro del relato aquello que conecta emocionalmente, sea o no real, sea o no arte. Por ello, un buen elemento ha sido el debate destapado desde hace unos años en una ciudad de provincias como Santa Clara por el proyecto Dentro del Juego, que constituye un intento colectivo por establecer una voz multiforme, polifónica y sagaz en el universo de las artes visuales. Especie de ornitorrinco que no logra cerrar el círculo de la forma, porque en primer lugar no se lo propone y hace de ese despropósito el leitmotiv de su arte. El evento, con sus limitaciones de una pequeña villa como Remedios, tuvo aciertos de lucidez en cuanto a estos puntos de debate.

 

Galería en Remedios

El evento dedicado al gran pintor e intelectual cubano Carlos Enríquez en la ciudad de Remedios ha enarbolado la bandera de los horizontes (Mauricio Escuela/Cubahora)

 

La crítica no es el disciplinamiento del arte. A duras penas se trata de un ejercicio que intenta ser orgánico y al menos acompañar el acto creativo y establecer cajas de resonancias que vayan desde la disección hasta el conocimiento profundo del fenómeno en cuestión, pero nunca como una especie de árbitro de la belleza. A fin de cuentas, el cuestionamiento de la figura del crítico tiene que ver con el fin de la utopía de la razón que acontece en el siglo XX, cuando los acontecimientos terribles de la historia hacen enmudecer la poesía. ¿Era posible hacer arte luego de los campos de exterminio y de los millones de seres que desaparecían industrialmente en las fábricas de jabón?

 

Más que ello, cabe extender la interrogante hasta el presente y darnos cuenta de que las personas que hacían esas atrocidades, por las tardes se sentaban como buenos padres de familia para escuchar a Richard Wagner o leer a Nietzsche. Lo que parecía una utopía y un ideal terminó siendo la matanza implementada por la razón en contra de la razón misma. Pero volviendo a Remedios, el salón se propone de alguna forma jugar con esa idea perdida del logocentrismo, del arbitraje de las artes, y en esa intención lúdica posee cierta validez, se establece en un justo medio que no acuña ninguna cátedra, pero que procede a jugar con los símbolos y los coloca en esta geografía discontinua, accidentada, casi desconocida de los pueblos pequeños, que ni siquiera conocieron y mucho menos vivieron el auge de utopías universales.

 

Remedios es una ciudad del medioevo cubano que no ha entrado en la modernidad y por ello un salón llamado Carlos Enríquez puede resultar extemporáneo. No se trata de un viaje al pasado de las vanguardias del siglo XX, sino de una especie de utopía irrealizable plenamente, o sea la del pueblo que cree que puede tener vida de gran urbe y determinar algo en el debate de las artes y de la propia historia. En tal sentido, el evento posee las luces de uno que asume la justeza de sus limitaciones y hace lúdicamente unas alusiones exactas. Las fronteras lo constriñen y lo limitan y a la vez le ofrecen un horizonte para jugar a la utopía. Carlos Enríquez es el pretexto de una modernidad incompleta que se vive como una especie de embriaguez momentánea. En los pequeños locales de la ciudad remediana no solo se hace crítica de arte en la época de la post crítica, sino que se habla de creación en la era de la deconstrucción sin reconstrucción posible.

 

Por ello, como tuve la oportunidad de debatir con un colega, no estamos en el tiempo ni siquiera de los relatos sino en el instante efímero y sin jerarquías impuesto por la dinámica de las redes sociales, donde la verdad no solo no existe, sino que no importa a nadie y con ello dejan de ser trascendentes los conceptos desde lo remarcable hasta lo más sobresaliente. Imposible arbitrar en tal entorno de arbitrariedades en el cual lo más agresivo acontece con los significantes, que son destrozados de forma instantánea por el consumo de información en los feeds de Facebook y desplazados en cuestión de segundos por post aún más banales, momentáneos y superficiales.

 

Galería en Remedios

Carlos Enríquez es el pretexto de una modernidad incompleta que se vive como una especie de embriaguez momentánea (Mauricio Escuela/ Cubahora).

Este mundo de lo óntico o sea del ser sin autenticidad ni propósito es de las artes de hoy y el que invade todo intento de toma de sentido, por ello el retorno a las utopías es como la obra paródica de Voltaire, algo totalmente irrisorio, imposible, fuera de los pronósticos y por ende externo a la historia. Hablar de la crítica y de la curaduría como una labor de montaje, de selección, incluso de discriminación, resulta paródico, un cliché de mal gusto e incluso un acto de auto complacencia kitsch que no contribuye a construir algo que pueda aportar un sentido. Pero como intento de establecer un punto de confluencias es válido. A fin de cuentas, nada en el arte hoy está ajeno al pastiche, a lo contrahecho, a los inimaginables cronotopos del carnaval y de lo grotesco mezclados con alguna búsqueda aparente de la razón subterránea.

 

El anfitrión Reinier Luaces posee todo el talento del mundo para nutrirse de este universo convocado por su fuerza y darle el impulso necesario.  El estado de los salones de arte en los municipios de Cuba es de por sí un tema para distopías y por ello el adentrarse en este asunto constituye un buen acto de temeridad que merece el respeto y la consideración de la comunidad de creadores. No hay que amilanarse ante la figura inmensa de un Carlos Enríquez, aunque los tiempos presentes sean más de escollo y de carencias que de vanguardias culturales que puedan establecer un canon.

 

El rejuego con el pasado y el presente, la ausencia de un futuro visible, son esencias paródicas que traen significaciones muy aprovechables en el campo de la creación conceptual. A eso se apuesta en los espacios como este, a que el vacío ejerza una atracción parecida a la de los agujeros negros. Una vez más la libertad de creación permite que exista una libertad quizás más real que la que se enmarca en la teoría social o en las leyes que intentan plasmarla como una realidad acabada. He ahí el rejuego con las utopías más absurdas de la cotidianidad, a las cuales se viaja en los brazos de la ironía.

 

El salón queda no como ese espécimen muerto que se exhibe en la pared, sino como la oportunidad fugaz y hecha con el material inasible de lo inexistente, que es muy parecido lo imposible. Ese es el núcleo duro de lo que se nos ha propuesto en el espacio, esa es la renovación utópica de una idea que no nos pertenece, puesto que como seres que somos de este mundo de redes y caos no nos adentramos en la vanguardia, sino que la evocamos de forma incompleta.

 

Al final, es importante el evento como concurso, como certamen y punto de choque, pero más aún como ese recinto en el cual nos encontramos los amigos y quienes giramos en torno a las artes y su apreciación. Utopía frágil y modesta que puede decaer en cualquier momento pues depende del sistema de valores del presente y su naturaleza óntica y de vaivén. Soplo de luz que se conforma con la secuencia irónica de unas obras que aluden a la vanguardia y que solo coquetean de manera tangencial con tal idea, parodiando la seriedad de un salón. Acierto a juicio mío, que nos pide que volvamos a viajar en este eterno retorno nietzscheano. 


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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